La obra lacerante del autor de “Tengo miedo torero” no recibió en Chile ni el premio Altazor, al que estuvo nominado seis veces, ni el Premio Nacional de Literatura, para el que sus amigos organizaron una masiva campaña en 2014. ¿Es para extrañarse? Creo que no.

A excepción del premio Municipal, que la Municipalidad de Santiago le entregó en octubre de 2014 por su imprescindible antología de crónicas ‘Poco hombre’, Pedro Lemebel no recibió ningún premio oficial en Chile.

No ganó el Premio Nacional de Literatura, para el cual sus amigos y seguidores hicieron una vasta y masiva campaña en redes sociales el año pasado. Y, sobre todo, no obtuvo nunca el premio Altazor, al cual estuvo nominado seis veces entre 2002 y 2014, un galardón con forma de pájaro que entregan los propios pares, quienes, se supone, estaban en una situación mucho más cercana y sensible para apreciar su talento autoral y el espacio insustituible que ocupa Lemebel en las letras y la cultura chilena.

¿Es para extrañarse tanto que Lemebel no haya recibido los dos premios principales del sistema cultural chileno? No lo creo. En sus tres décadas de fulminante creación artística, el escritor del pañuelo en la cabeza y el taco alto vestido con singular elegancia apuntó siempre con palabras filosas a eso que se llama el “establishment” y que es, en el fondo, una estructura elitista de poder nada sensible a ese margen popular, original e insolente desde el cual hablaba y escribía Lemebel.

En una de sus últimas apariciones en público, a fines de agosto de 2014 en el Teatro Municipal de Santiago, y sólo un par de días después que se supiera que no había ganado el premio Nacional de Literatura, Lemebel bromeó sobre el tema con el público que repletaba la sala.

Que le hubiera gustado ganarlo, claro, pero también era claro que el tema finalmente no le importaba tanto, pues él sabía, y así lo expresó con esa voz ronca que le había dejado la laringectomía, que el reconocimiento a su trabajo venía mucho más por el aplauso cariñoso de esa concurrencia joven que lo vitoreaba como a una estrella de rock.

Esa noche de invierno, Lemebel leyó textos sobre su madre, Violeta; sobre su ida a ver ‘La traviata’ junto a Gladys Marín; sobre estrellas del cine lejanas, pero aún radiantes; sobre las señoras pitucas; sobre un bebé desaparecido en las manos sangrientas de la dictadura.

Lemebel disparó a la derecha y (‘muy barata quiere rematar esta patria, don Piñi’) y a ‘la izquierda de culo lacio’ y su obra completa fue una interpelación constante al acomodo, a la laxitud moral burguesa, a los discursos dominantes y absolutos que excluyen a los diferentes.

Lemebel no cabía en las categorías de artista premiable para el sistema, y eso habla y hablará maravillas de él para siempre.

Recuerdo su lectura en un foro en la Feria del Libro de Guadalajara, en 1999, donde Chile era invitado especial. Él compartía la mesa con respetados escritores nacionales y cuando le correspondió leer, cada palabra suya estremeció al público, aguijoneó a sus interlocutores, hizo palidecer a cualquier otro que osara blandir alguna bandera de supuesta ruptura o rebeldía.

Con su poética tierna, risueña y llena de dignidad para el mariquita, el coliza y el travesti, para el excluido, el pobre y el despreciado, Lemebel dio estatura cultural a una realidad oscurecida por siglos desde el poder. Desde esa perspectiva, la oficialidad de los premios le era ajena y distante.

Que los salones y camarillas sigan distinguiendo a quienes comulgan en ellas. Pedro Lemebel no va a necesitar tales reconocimientos para vivir muchos años más como una de los voces imprescindibles de la más relevante creación artística chilena.