Chiflón del Diablo, la experiencia de estar en las entrañas de la tierra

Carlos Villavicencio | BBCL
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Pocas experiencias turísticas se comparan con bajar a la mina el Chiflón del Diablo de Lota, en la Octava Región. Para los visitantes que llegan por primera vez al lugar, como yo, este no es solamente un recorrido patrimonial por una de las minas de carbón más emblemáticas del país -inmortalizada en la obra de Baldomero Lillo Subterra-, sino también una oportunidad para la reflexión sobre las condiciones laborales que muchos obreros chilenos de la zona tuvieron que pasar por tantos años.

El Chiflón del Diablo, como la llamaron los mineros del carbón, tiene una profundidad de hasta 1200 metros bajo el nivel del mar, sin embargo se puede acceder a algunas de sus galerías de 580 metros de extensión.

Al llegar al recinto que se encuentra en el sector El Morro, antes del Pique Carlos, los primeros en recibir a los visitantes son los guías turísticos, todos ex mineros que ahora se dedican a contar sus historias y experiencias, allí se debe pagar la entrada que cuesta $5000 pesos de lunes a viernes y $5700 pesos los fines de semana y festivos.

La primera etapa corresponde a recibir las instrucciones para adentrarse en las “entrañas de la tierra” y firmar unos documentos de voluntariedad, posteriormente, se entregan el casco y las baterías de las linternas mineras, las mismas que muchos hombres usaron durante décadas para sus labores de extraer el mineral desde las profundidades.

Carlos Villavicencio | BBCL

Carlos Villavicencio | BBCL

Comienza el descenso

Pasar por el socavón de la mina y comenzar a sentir esa tranquilidad propia de un lugar abandonado se contrasta con la sensación de vulnerabilidad que comienza justo después de descender por el ascensor del pozo -incipientemente corroído- que se usa para ingresar a las galerías de la mina. La completa oscuridad y la humedad de las paredes del pozo terminan bajando con la ayuda del guía turístico que recibe a cada uno de los participantes del tour.

En el Interior de la mina

Carlos Villavicencio | BBCL

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Una vez en la galería, Pedro, el guía, pide que cada uno de los turistas tomen asiento, les pregunta como se sienten. Adentro el ambiente es fresco, con polvo en suspensión y la única iluminación está brindada por las linternas de los cascos.

El guía cuenta que las primeras lámparas fueron de carburo, aceite de lobo y de ballena, luego se usaron faroles de bronce con bencina y alcohol hasta que llegaron las lámparas con baterías hechas en Dortmund, Alemania, de dos kilos 700 gramos de peso.

Las galerías están cada 10 y 3 metros conformando un laberinto en el que muchas veces los mineros se perdían al no recordar la ruta.

Fortificación y ventilación

La sensación de claustrofobia es algo que casi todos sienten, a eso se le suma una incertidumbre respecto a la resistencia de la fortificación de la mina, hecho que preocupa a cualquier persona que baja por primera vez a una mina subterránea, esa ‘angustia’, es calmada por el mismo guía quién explica cómo los troncos de eucaliptos -traídos a la zona exclusivamente con el propósito de fortificación- son parte fundamental de la seguridad de la excavación, el primer ejemplo que da, es que a pesar del terremoto del 27F la mina sigue allí, casi intacta.

Otro elemento a considerar es la ventilación, el polvo en suspensión es evidente y, no obstante la frescura y las buenas corrientes de aire, si se considera cómo era el ambiente cuando se trabaja la mina, fácilmente se explican los problemas respiratorios de muchos de los ex mineros que trabajaron allí.

El niño minero y los animales

Vicente es uno de los niños que bajó a la mina junto con sus padres, el guía lo usa como ejemplo para contar cómo antes los menores trabajan en la mina desde los 8 años, eran utilizados para acceder a lugares estrechos, para ayudar con las herramientas y para alertar situaciones de peligro.

En la mina se solía usar también animales, en especial ratones y loros, el motivo: El peligroso gas Grisú, tóxico y que además crea atmósferas explosivas, si algún animal moría, la labor del menor era gritar hasta que algún adulto lo escuchara y comenzar la evacuación.

Carlos Villavicencio | BBCL

Carlos Villavicencio | BBCL

Dignidad, trabajo y olvido

“Partirse el lomo trabajando” tiene seguramente como descripción gráfica el trabajo de los obreros mineros, estar expuestos a semejantes esfuerzos físicos y psicológicos no siempre fue tan bien remunerado como en la gran minería del día de hoy. Antiguamente los mineros trabajaban por un par de fichas para comprar en la pulpería, en extensas jornadas laborales de más de 12 horas, era la forma de llevar alimento para sus familias. Muchos de ellos murieron jóvenes y sus hijos siguieron su camino. Las protestas y manifestaciones obreras en pleno siglo XX significaron pequeños triunfos para los trabajadores, pero Pedro recuerda que “murieron papás, murieron hijos por darnos 8 horas de trabajo, eso hay que valorarlo y jamás olvidarlo”.

El Chiflón del Diablo en Lota, no es sólo turismo, es parte de nuestra historia reciente, es un recuerdo de las condiciones y abusos laborales que muchos chilenos sufrieron por darle un sustento a su familia. “Quizás ya no es la minería” -dice uno de los trabajadores del lugar- “pero ahora hay otras formas de explotación, por eso es tan importante la educación, yo quiero que mi hijo estudie, quiero que sea universitario o técnico, quiero que aporte al país, pero que siempre recuerde de dónde viene”, concluye.

Carlos Villavicencio | BBCL

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Pocas experiencias turísticas se comparan con bajar a la mina el Chiflón del Diablo de Lota, en la Octava Región. Para los visitantes que llegan por primera vez al lugar, como yo, este no es solamente un recorrido patrimonial por una de las minas de carbón más emblemáticas del país -inmortalizada en la obra de Baldomero Lillo Subterra-, sino también una oportunidad para la reflexión sobre las condiciones laborales que muchos obreros chilenos de la zona tuvieron que pasar por tantos años.

El Chiflón del Diablo, como la llamaron los mineros del carbón, tiene una profundidad de hasta 1200 metros bajo el nivel del mar, sin embargo se puede acceder a algunas de sus galerías de 580 metros de extensión.

Al llegar al recinto que se encuentra en el sector El Morro, antes del Pique Carlos, los primeros en recibir a los visitantes son los guías turísticos, todos ex mineros que ahora se dedican a contar sus historias y experiencias, allí se debe pagar la entrada que cuesta $5000 pesos de lunes a viernes y $5700 pesos los fines de semana y festivos.

La primera etapa corresponde a recibir las instrucciones para adentrarse en las “entrañas de la tierra” y firmar unos documentos de voluntariedad, posteriormente, se entregan el casco y las baterías de las linternas mineras, las mismas que muchos hombres usaron durante décadas para sus labores de extraer el mineral desde las profundidades.

Carlos Villavicencio | BBCL

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Comienza el descenso

Pasar por el socavón de la mina y comenzar a sentir esa tranquilidad propia de un lugar abandonado se contrasta con la sensación de vulnerabilidad que comienza justo después de descender por el ascensor del pozo -incipientemente corroído- que se usa para ingresar a las galerías de la mina. La completa oscuridad y la humedad de las paredes del pozo terminan bajando con la ayuda del guía turístico que recibe a cada uno de los participantes del tour.

En el Interior de la mina

Carlos Villavicencio | BBCL

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Una vez en la galería, Pedro, el guía, pide que cada uno de los turistas tomen asiento, les pregunta como se sienten. Adentro el ambiente es fresco, con polvo en suspensión y la única iluminación está brindada por las linternas de los cascos.

El guía cuenta que las primeras lámparas fueron de carburo, aceite de lobo y de ballena, luego se usaron faroles de bronce con bencina y alcohol hasta que llegaron las lámparas con baterías hechas en Dortmund, Alemania, de dos kilos 700 gramos de peso.

Las galerías están cada 10 y 3 metros conformando un laberinto en el que muchas veces los mineros se perdían al no recordar la ruta.

Fortificación y ventilación

La sensación de claustrofobia es algo que casi todos sienten, a eso se le suma una incertidumbre respecto a la resistencia de la fortificación de la mina, hecho que preocupa a cualquier persona que baja por primera vez a una mina subterránea, esa ‘angustia’, es calmada por el mismo guía quién explica cómo los troncos de eucaliptos -traídos a la zona exclusivamente con el propósito de fortificación- son parte fundamental de la seguridad de la excavación, el primer ejemplo que da, es que a pesar del terremoto del 27F la mina sigue allí, casi intacta.

Otro elemento a considerar es la ventilación, el polvo en suspensión es evidente y, no obstante la frescura y las buenas corrientes de aire, si se considera cómo era el ambiente cuando se trabaja la mina, fácilmente se explican los problemas respiratorios de muchos de los ex mineros que trabajaron allí.

El niño minero y los animales

Vicente es uno de los niños que bajó a la mina junto con sus padres, el guía lo usa como ejemplo para contar cómo antes los menores trabajan en la mina desde los 8 años, eran utilizados para acceder a lugares estrechos, para ayudar con las herramientas y para alertar situaciones de peligro.

En la mina se solía usar también animales, en especial ratones y loros, el motivo: El peligroso gas Grisú, tóxico y que además crea atmósferas explosivas, si algún animal moría, la labor del menor era gritar hasta que algún adulto lo escuchara y comenzar la evacuación.

Carlos Villavicencio | BBCL

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Dignidad, trabajo y olvido

“Partirse el lomo trabajando” tiene seguramente como descripción gráfica el trabajo de los obreros mineros, estar expuestos a semejantes esfuerzos físicos y psicológicos no siempre fue tan bien remunerado como en la gran minería del día de hoy. Antiguamente los mineros trabajaban por un par de fichas para comprar en la pulpería, en extensas jornadas laborales de más de 12 horas, era la forma de llevar alimento para sus familias. Muchos de ellos murieron jóvenes y sus hijos siguieron su camino. Las protestas y manifestaciones obreras en pleno siglo XX significaron pequeños triunfos para los trabajadores, pero Pedro recuerda que “murieron papás, murieron hijos por darnos 8 horas de trabajo, eso hay que valorarlo y jamás olvidarlo”.

El Chiflón del Diablo en Lota, no es sólo turismo, es parte de nuestra historia reciente, es un recuerdo de las condiciones y abusos laborales que muchos chilenos sufrieron por darle un sustento a su familia. “Quizás ya no es la minería” -dice uno de los trabajadores del lugar- “pero ahora hay otras formas de explotación, por eso es tan importante la educación, yo quiero que mi hijo estudie, quiero que sea universitario o técnico, quiero que aporte al país, pero que siempre recuerde de dónde viene”, concluye.

Carlos Villavicencio | BBCL

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