Charlie Hebdo, semanario francés de denuncia, de sátira política y de humor corrosivo, ha construido su identidad desde el irrespeto, la ironía y la estética del asco. Sus dibujos se la juegan en el impacto de lo grotesco. Para que se entienda, Charlie Hebdo puede haber inspirado a The Clinic, pero hoy representa a una cultura de la libertad y la identidad que no se deja ofender desde la caricatura por brutal que esta sea.

Jean Baudrillard, sociólogo francés escribió hace años, a propósito del atentado a las torres gemelas; “Los terroristas han tenido éxito al convertir sus propias muertes en armas absolutas en contra de un sistema cuyo ideal es excluir la muerte”. Para un sistema que valora la vida como contraria a la muerte es incomprensible una cultura que afirma, ‘nuestros hombres están tan deseosos de morir como los occidentales de vivir’.

Ante tales convicciones no hay equivalencia postulable, no hay trato ni guerra posible. El camino de Charlie Hebdo fue enfrentar a los terroristas desde su única debilidad; el ridículo.

Baudrillard insinuaba que la apuesta del terrorismo no es la de ganar una guerra real sino que el sistema ‘de dominación global’ cometa suicidio, que se traicione y se sature como efectivamente ha estado sucediendo desde las invasiones a Afganistan y a Irak.

Los enfrentamientos han sido llevados por el terrorismo al terreno simbólico, al desafío de lo que nos identifica a través del aumento de las apuestas de muerte. Ganar territorios no significa nada en esta confrontación. Ellos apuestan a desafiar al sistema con el obsequio de muertes que nos lleven de vuelta al honor del duelo, al mundo del trueque, de la charia y del sacrificio ritual.

Los terroristas se sacrifican y asesinan en nombre del honor de su fe pero ellos mismos se sienten inmunes al deshonor. Quien tiene la autoridad para juzgar el honor son las instituciones islámicas. A ellos les pertenece una parte importante de la tarea de aislar a los terroristas.

Era previsible que el par de siglos positivistas que nos han precedido fueran seguidos de un período de religiosidad que aun está en desarrollo. Sin embargo, la religiosidad humillada, se ha despertado con su peor cara. La del Dios excluyente, celoso, vengativo y sediento de sacrificios.

Nuestra tarea es perseverar y, como lo intentó Charlie Hebdo a su modo, acoger a la comunidad islámica desde la raíz. Insistir en la tolerancia a la sátira y en la vida multifacética implica reescribir un mejor pasado, aun a costa de recomponer los fundamentos de nuestras creencias. Crear un mundo donde podamos coexistir y mezclarnos, y donde las diferencias que se cuidan no son la tristeza, el encierro y la venganza sino la ofrenda de la amistad y la hospitalidad local. Esta es la tarea que se nos viene, salvo que creamos que esta es una batalla en la que el islam son los malos y nosotros los buenos o que, creamos que esta es una guerra que se puede ganar a golpes.

El valor simbólico de Charlie Hebdo es que constituyendo un extremo del lenguaje en la sociedad, representa justamente su límite y su corazón. Ese extremo es el lugar desde el cual se bombea el aire de lo posible a la sociedad, un lugar en el cuál se empuja regularmente el límite al ser provocado por una estética radical y un sarcasmo agresivo. Charlie Hebdo era el símbolo de lo lejos que puede llegar una sociedad libertaria. Perseverar es la única respuesta posible que podemos tener ante el desafío de estos asesinatos.

Nuestra deuda con Charlie radica en que todos nos debemos a la valentía de la libertad en el límite. Toda prensa, toda publicación libre, guarda una reserva de humor, de iconoclastia y de amor a la buena vida pública que es lo que nos enlaza.

Fernando Balcells
Sociólogo. Escritor. Director de Chile Ciudadano

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