Pasacalles encantan en Santiago a Mil

Caballo de Fierro, EM (c)
Caballo de Fierro, EM (c)
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Un caballo de fierro cabalgado por una doncella o una artista de circo, jirafas y elefantes, sátiros-cabras y ángeles además de algunas máquinas lanza fuego o challas (chaya o confeti)…

Elefante, EM (c)

Elefante, EM (c)

Más allá de los números (entre 15.000 y 20.000 asistentes), las compañías presentes en ofrecieron (y seguirán entregando) un espectáculo capaz de encantar, de gatillar recuerdos e imágenes, cargado –en m caso- de añoranzas.

El desfile que abrió el Caballo de fierro (estamos en el Año del Caballo del Horóscopo Chino) lo seguía un grupo de sátiros-cabras (pronto se inicia el Año de la Cabra) y otro ángeles, algunos en zancos, acompañados de extrañas máquinas que, recuerdan vagamente la película Mad Max, tiraban fuego y challas (confeti), para terminar con los elefantes y jirafas gigantes.

Un desfile de circo, de esos que recorrían las ciudades (que más de alguna vez vi y disfruté), que todavía es posible que se vean en algunos pueblos y perduran en algunas películas (Cantinflas, entre otros). Un espectáculo que revive la calle, que re-significa el espacio público, que genera memoria y arraigo.

El Caballo de Fierro es fantástico. Una bestia-máquina, de fierro, suspendida en el aire por una suerte de cola-grúa articulada, una síntesis de su anatomía, de su musculatura, de esa fuerza que hace tan cautivantes a los caballos.

Pero esa escultura de fierro, esa máquina de metal, realmente impresiona cuando se empieza a mover. Porque si antes nos pudo evocar a Degas y sus pinturas y dibujos de jinetes de carrera, al moverse evoca a las fotografías que captaron por vez primera los movimientos de Muybridge.

El caballo, montado, en galope en “cámara lenta”, evoca las artistas de circo pero también muchas otras, porque su nivel de manufactura, la calidad de sus movimientos y puesta en escena, la música en vivo que lo acompaña tiene la capacidad y el poder de abrir en cada persona imágenes y recuerdos muy diversos.

A este inicio de desfile lo seguía una suerte de procesión de artistas “de a pie” o en zancos. Seres fantásticos que, a su paso, se dejaban fotografiar con parte del público, que accionaban máquinas, bailaban. Un despliegue de trajes y energía cautivaron a los miles de asistentes.

Jirafa, EM (c)

Jirafa, EM (c)

Al final, Hannavas, los dos elefantes y las dos jirafas gigantes, accionadas por parte del elenco pedaleando y tirando cables. Todo mecánico, simple y complejo al mismo tiempo, para lograr de los “animales” expresiones sorprendentes.

Y posiblemente ahí es donde está la clave: en dejarse llevar, ir sin expectativas abiertos a mirar y entender lo que se nos entrega, para dejarse sorprender y ser partícipes de estas fiestas urbanas.

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Un caballo de fierro cabalgado por una doncella o una artista de circo, jirafas y elefantes, sátiros-cabras y ángeles además de algunas máquinas lanza fuego o challas (chaya o confeti)…

Elefante, EM (c)

Elefante, EM (c)

Más allá de los números (entre 15.000 y 20.000 asistentes), las compañías presentes en ofrecieron (y seguirán entregando) un espectáculo capaz de encantar, de gatillar recuerdos e imágenes, cargado –en m caso- de añoranzas.

El desfile que abrió el Caballo de fierro (estamos en el Año del Caballo del Horóscopo Chino) lo seguía un grupo de sátiros-cabras (pronto se inicia el Año de la Cabra) y otro ángeles, algunos en zancos, acompañados de extrañas máquinas que, recuerdan vagamente la película Mad Max, tiraban fuego y challas (confeti), para terminar con los elefantes y jirafas gigantes.

Un desfile de circo, de esos que recorrían las ciudades (que más de alguna vez vi y disfruté), que todavía es posible que se vean en algunos pueblos y perduran en algunas películas (Cantinflas, entre otros). Un espectáculo que revive la calle, que re-significa el espacio público, que genera memoria y arraigo.

El Caballo de Fierro es fantástico. Una bestia-máquina, de fierro, suspendida en el aire por una suerte de cola-grúa articulada, una síntesis de su anatomía, de su musculatura, de esa fuerza que hace tan cautivantes a los caballos.

Pero esa escultura de fierro, esa máquina de metal, realmente impresiona cuando se empieza a mover. Porque si antes nos pudo evocar a Degas y sus pinturas y dibujos de jinetes de carrera, al moverse evoca a las fotografías que captaron por vez primera los movimientos de Muybridge.

El caballo, montado, en galope en “cámara lenta”, evoca las artistas de circo pero también muchas otras, porque su nivel de manufactura, la calidad de sus movimientos y puesta en escena, la música en vivo que lo acompaña tiene la capacidad y el poder de abrir en cada persona imágenes y recuerdos muy diversos.

A este inicio de desfile lo seguía una suerte de procesión de artistas “de a pie” o en zancos. Seres fantásticos que, a su paso, se dejaban fotografiar con parte del público, que accionaban máquinas, bailaban. Un despliegue de trajes y energía cautivaron a los miles de asistentes.

Jirafa, EM (c)

Jirafa, EM (c)

Al final, Hannavas, los dos elefantes y las dos jirafas gigantes, accionadas por parte del elenco pedaleando y tirando cables. Todo mecánico, simple y complejo al mismo tiempo, para lograr de los “animales” expresiones sorprendentes.

Y posiblemente ahí es donde está la clave: en dejarse llevar, ir sin expectativas abiertos a mirar y entender lo que se nos entrega, para dejarse sorprender y ser partícipes de estas fiestas urbanas.