El médico italiano infectado por ébola en Sierra Leona permanecerá, a partir de este martes, en cuarentena en una estructura especial del hospital romano Lazzaro Spallanzani, especializado en enfermedades contagiosas, una división transformada en centro de máxima seguridad.

La salud del médico es “estable pese a la fiebre”, según el primer boletín médico divulgado por las autoridades sanitarias del hospital. “El paciente está consciente y colabora” precisó el doctor Emmanuele Nicastri.

El paciente, un siciliano de aproximadamente 50 años de edad que trabajaba en la estructura para enfermos de ébola de Lakka, al oeste de Sierra Leona desde el pasado 18 de octubre, será sometido a un tratamiento antiviral específico con un fármaco experimental.

El uso de ese método, empleado contra el ébola en Estados Unidos y España, fue autorizado a pedido del Ministerio de la Salud.

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El médico presentaba síntomas desde el pasado 20 de noviembre, con diarrea, vómito y fiebre de 38,5 grados. Los análisis confirmaron que se había contagiado con el virus de ébola aunque aún no se ha establecido cómo. El médico es el primer paciente que Italia acoge y es el número 21 que es atendido fuera de África.

El paciente, que trabajaba con la organización humanitaria Emergency, ha sido internado en una habitación especial de un edificio nuevo de vidrios localizado en medio a la estructura construida en los años 30 del siglo XX en el sur de la capital italiana.

Un riguroso protocolo de seguridad ha sido dispuesto por las autoridades italianas para evitar todo contagio. La zona dispuesta para el aislamiento del enfermo, quien está consciente y colabora, es una suerte de minihospital separado del edificio con una entrada independiente.

En total dieciséis habitaciones han sido destinadas para ello, de las cuales cuatro para los enfermos y las otras reservadas para el personal que lo atenderá: médicos y enfermeros que han recibido una formación específica y que han sido entrenados rigurosamente.

Ni el aire sale de la habitación

Las habitaciones cuentan con un sistema de aire condicionado que funciona sólo en una dirección, es decir que el aire entra pero no sale nunca, de manera que se impide la salida de virus o bacterias.

En una de las habitaciones, el personal autorizado, que cumplirá turnos de 8 horas, viste trajes especiales, un buzo de protección, mascarillas quirúrgicas, manos selladas, guantes dobles, bata desechable que cubra pies, gafas y máscara facial. Se trata del mismo material que se emplea para los casos de riesgos biológicos, químicos y nucleares.

El virus del ébola se ha detectado en la sangre y en muchos líquidos corporales. Los líquidos corporales incluyen saliva, mucosidad, vómitos, heces, sudor, lágrimas, leche materna, orina y semen y por ello las medidas deben ser estrictas.

Todo el material que se empleará será quemado, ni siquiera la historia clínica será usada, todo se escribirá en hojas y con lapices que quedarán “encerrados”.

A la habitación se llega con un ascensor privado, que también permanecerá aislado.

El paciente no podrá tocar objetos ni tendrá contacto directo con persona alguna y tampoco podrá emplear el teléfono móvil. Estará tendido sobre una camilla, envuelto en un enorme saco de celofán que impedirá todo contagio.

Para evitar errores, como ha ocurrido en otros países, el personal ha repetido en miles de ocasiones todos los preparativos de manera que cada movimiento le resulte automático.

“Así vamos a parar el virus”, explicó a la prensa uno de los encargados del Spallanzani, considerado uno de los centros de excelencia de Italia para las enfermedades contagiosas junto con el Sacco de Milán.

La epidemia, que estalló hace casi un año en el sur de Guinea, mató a 5.459 personas, de un total de 15.351 casos detectados, según el último balance difundido el viernes por la Organización Mundial de la Salud.

La tasa de mortalidad es del 70%, aunque hasta ahora los enfermeros y médicos occidentales que han recibido rápida atención médica en Estados Unidos y Europa han sobrevivido.