Sábado a la medianoche, cementerio de Guanando. Un hombre de blanco ingresa al panteón armado con una calavera, un crucifijo, un azote y una campana. Con el primer tañido comienza un rito único en los Andes ecuatorianos por el Día de los Difuntos.

Desde hace ocho años, por esta misma época, Naim Mazón camina de noche entre tumbas para recordar y pedir por las almas que, según la tradición cristiana, abandonan los cuerpos y deambulan antes de ir al cielo.

Mazón es lo que en los Andes ecuatorianos se conoce como un ‘animero’, un personaje sincrético que busca servir de enlace entre los vivos y las almas en tránsito que necesitan que recen por ellas.

“Recordad (levantad) almas dormidas de ese profundo sueño”, canta Mazón haciendo sonar su campana mientras se adentra en uno de los dos cementerios de Guanando, una aldea de 200 personas ubicada a 200 km al sur de Quito.

Conforme avanza entre las tumbas lanza plegarias por los muertos. El viento choca contra las ramas y el frío se torna intenso. El silencio domina el camposanto. ¿Tiene miedo?

Rodrigo Buendia | AFP

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“En un principio es bastante miedoso. Como comprenderás no es algo que cualquiera hace. Entrar en un cementerio a la medianoche…Pensarás que estoy loco, pero ahí interviene la fe”, afirma.

Este estudiante de psicología de 28 años viaja de Quito a Guanando los primeros días de noviembre, fecha en la que Latinoamérica recuerda a sus muertos, para vestirse con una túnica blanca y recorrer el cementerio después de la medianoche.

Lleva un azote para espantar a las almas “malas”, un crucifijo colgado para recordarles que viene de parte de Dios y la calavera de su tío Abad, que le sirve de amuleto de protección y representa la permanente presencia de los espíritus.

“Lo que yo hago es pedir a las personas que no se olviden de sus seres queridos” que han fallecido, dice el ‘animero’.

Rodrigo Buendia | AFP

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Una vez sale del cementerio, los guanandeños lo esperan a las afueras para darle limosna y besar la calavera. El dinero servirá para pagar una misa por los difuntos.

Hay reglas para ser ‘animero’: tener mucha fe y jamás regresar a ver atrás oigas lo que oigas durante el recorrido por las tumbas: “Dicen que las almas te siguen y tú no puedes regresarles a ver. Hay leyendas e historias malas que han pasado cuando han regresado a ver”, comenta Mazón.

Una tradición que se resiste a morir

El joven ‘animero’ aprendió el rito por curiosidad y fe gracias a Federico Zumba, un hombre mayor que por décadas fue el único enlace con las almas en Guanando y a quien reemplazó en el oficio.

Cuando Mazón sale victorioso del cementerio los jóvenes hacen fila para besar la calavera y se unen en procesión hasta el otro cementerio.

“No siento miedo al besar la calavera porque creo que esto es una cuestión de fe”, señala Marco Cepeda de 15 años.

Para Ariruma Kowii, experto en estudios culturales latinoamericanos de la Universidad Andina Simón Bolívar de Quito, la función del ‘animero’ es ser un “intermediario entre la vida y la muerte porque el rezo, la plegaria, es una manera de conectarse con el más allá”.

Rodrigo Buendia | AFP

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El ‘animero’ representa un “sincretismo espiritual” que mezcla las creencias de pueblos indígenas sobre la muerte y la religión católica, explica Kowii a la AFP.

Por su parte, el sacerdote de Guanando, Jaime Álvarez, indica que la Iglesia católica “ni anima ni se opone a la práctica” y que la tradición también sobrevive en algunos pueblos de España.

Si bien el rito persiste en otros pueblos del centro de Ecuador, sólo en Guanando -creen sus habitantes- no se ha convertido en un espectáculo turístico.