Aunque pueda sonar irónico, los cementerios forman parte importante de nuestra vida ya que, sin lugar a dudas, en algún momento tendremos que pasar por la dolorosa experiencia de despedir en él a un ser querido, ya sea familiar directo o algún amigo a quien estimamos mucho.

Y será luego de aquel acontecimiento cuando este sitio, distante para algunos y muy cercano para otros, pasará a formar un lugar de recogimiento y recuerdos, conversaciones en silencio, risas y llantos; en las cuales nos veremos profundamente arraigados.

Pero en Concepción este lugar, aunque nos parezca en la actualidad que siempre estuvo ahí, pasó por un largo proceso antes de verlo como lo conocemos hoy.

Los cementerios dentro de las “Colonias Hispanas de las Indias Occidentales”, nombre con los cuales se conocía antiguamente a los nacientes países de gran parte de América, tuvieron sus inicios casi a fines del sigo XVIII. Por entonces, varias figuras ilustres de España y algunas autoridades de las colonias hicieron una reclamación al entonces monarca Carlos III, respecto de que la costumbre de enterrar a los fallecidos en las iglesias era una actitud muy contraria a la salud pública y ponía en riesgo a la población.

Algunos años después, Carlos IV envió ordenes de que se investigue el tema y se proceda -gastando la menor cantidad de dinero de la corona por supuesto- a tomar acciones para prevenir cualquier inconveniente. La información llegó a manos del entonces gobernador de Chile, don Ambrosio O’Higgins, y se estima que un presupuesto de 4.000 pesos de la época es lo que costaría la construcción de un cementerio para la ciudad de Concepción, que para ese momento contaba con una población cercana a los 6.000 habitantes.

Al comienzo esto no llegó a buen puerto, por lo que se siguió con la tradición de poner a los fallecidos más acaudalados y cercanos a la iglesia en recintos eclesiásticos, mientras quienes tenían menos recursos iban a diversos lugares dentro de la ciudad llamados “camposantos“. Entre ellos destacan el emplazamiento donde actualmente se encuentra el Hospital Regional de Concepción; en Lincoyán entre Maipú y Freire, donde se encuentra la parroquia San José; la esquina de Colo Colo con O’Higgins, perteneciente en ese momento a los Jesuitas; y la esquina de Barros Arana con Salas, donde se encontraba antiguamente el convento de San Francisco.

Luego de varios retrasos debido al proceso independentista que atravesaba nuestra patria, se firma un decreto en 1823 durante el gobierno de don Ramón Freire que obligaba a la realización de un Panteón (cementerio) en las afueras de todas las ciudades y villas del país. Junto con esto, se dictaba prohibición total de seguir enterrando personas en las iglesias y parroquias.

En la capital penquista se pensó en varias soluciones para hacer cumplir este reglamento, como agrandar los antiguos “camposantos” ya existentes en la ciudad, pero nada se concretaría de forma definitiva hasta 1844, cuando el municipio optó finalmente por adquirir un terreno bastante alejado de la entonces pequeña urbe, ubicado al pie del famoso Cerro Chepe.

Fue debido a esta ubicación que en aquel entonces era común el escuchar la expresión “se fue pa’ Chepe” cuando se estaba hablando de alguien que había fallecido en Concepción.

Luego de más de dos años de problemas y retrasos durante su construcción -que provocaron incluso una orden de encarcelación del encargado de las obras- se inaugura a fines de 1846 bajo una administración laica y contando con una extensión de poco más de una cuadra, que por pequeño que parezca era más que suficiente para la población de aquellos tiempos.

Con el cementerio ya construido comenzó el traslado de varios cuerpos desde los “camposantos” de la ciudad y de las diversas iglesias, funcionando este sin mayores inconvenientes hasta un hecho acontecido en él de tal magnitud que tendría repercusiones de carácter nacional y gatillando incluso modificaciones en las leyes de la época.

Hacia fines de 1871 dejó de existir don Manuel Zañartu, un distinguido militar de las campañas de la Independencia. El problema de esta situación radicó en que se encontraba separado de su esposa pero viviendo “públicamente en concubinato”, o “conviviendo con su pareja” como le llamaríamos actualmente, lo cual para la época era una verdadera aberración, a tal nivel que el sacerdote que fue llamado para confesarlo antes de su muerte se negó a hacerlo hasta que don Manuel ofreciera muestras públicas de arrepentimiento, cosa que no sucedió.

Al enterarse de esto, el cura párroco se negó a realizar el entierro, alegando que estaba prohibido dar sepultura a los impenitentes junto a los fieles. Esta situación provocó un gran escándalo social y el mismo Intendente, amigo íntimo del fallecido, ordenó su sepultura en la bóveda de la familia con todos los honores militares correspondientes.

Al ser informado de este acontecimiento, el obispo Hipólito Salas calificó esta situación, entre otras cosas, como “un ultraje a la dignidad de un pueblo religioso y sensato” y escaló el hecho hasta llegar a altas esferas del gobierno en Santiago, comenzando un pugna entre las autoridades civiles y eclesiásticas, no solo de Concepción sino que de la nación completa.

El asunto se zanjó de forma parcial en diciembre de aquel año al dictarse un decreto en el cual autorizaba a enterrar en los cementerios a personas que “el derecho canónico negaba a sepultar en sagrado” pero en un lugar especial dentro de él y separados del resto por un reja de hierro, cerco de madera o muralla de árboles.

En la década que vino a continuación se siguieron afinando las leyes sobre este asunto, logrando quitar las demarcaciones y separaciones especiales de los lugares destinados a los “impenitentes” dentro de los cementerios, prohibiendo que alguien no fuese sepultado debido a sus actos en vida o creencias y además permitiendo la construcción de cementerios de propiedad particular, como la gran variedad que vemos actualmente.

A lo largo de estos años hasta la actualidad, numerosas reconstrucciones, productos de los sismos y diversas ampliaciones -5 en total- se han realizado en el Cementerio General de Concepción, siendo la más reciente la reparación de gran cantidad de nichos que resultaron dañados producto del terremoto de 2010.

En el presente, gran número de ilustres personajes llenan las bóvedas y diversas tumbas que se encuentran en él, como don Pascual Binimelis y Campos, ilustre Agrimensor (Ingeniero Civil) de mediados del siglo XIX que entre decenas de obras realizadas destaca por haber diseñado y realizado la Plaza de la Independencia, la pileta de la Diosa Ceres que se encuentra en ella y ser uno de los principales precursores de toda la actividad ferroviaria en la ciudad y región; o el célebre filántropo Pedro del Río Zañartu, que tras sufrir la trágica muerte de su familia dio 4 veces la vuelta al mundo recolectando objetos que hoy podemos disfrutar en su antigua casa, ubicada en el Parque que lleva su nombre en la comuna de Hualpén.

Incluso tenemos a una verdadera “Santa Popular” como lo es Petronila Neira, una humilde muchacha que fue ultrajada y asesinada a comienzos del siglo XX y a quien hasta hoy se venera y concede el carácter de milagrosa, contando con gran devoción dentro de los penquistas.

Todos estos hechos y situaciones, todas estas personas que habitan sus murallas de forma perpetua han formado el carácter y la esencia de este lugar. Caminemos por sus calles de forma serena y tranquila, no con una lágrima sino con una suave sonrisa y la mirada al frente, recordando y amando a aquellos seres queridos que aunque ya no estén de forma física junto a nosotros, jamás se alejaran de nuestras mentes ni de nuestros corazones.

Jorge Leal | @JorgeLeal_CCP
Administrador Turístico
Técnico en Turismo Aventura

Tumba de Petronila Neira | Periodismo UdeC

Tumba de Petronila Neira | Periodismo UdeC