El joven maestro ruso Konstantin Chudovsky, director titular de la Orquesta Filarmónica de Santiago, completó con el Concierto número 9 de la Temporada Internacional 2014 en el Teatro Municipal de Santiago, el ciclo de las nueve sinfonías de Ludwig van Beethoven, con una conducción impecable de las números 2 y 4 del genio de Bonn, quizás las menos representativas de su magia de autor inmortal, pero iguales en calidad y precisión de composición de toda una época de la música selecta, clásico-romántica en este caso.

La celebración de las nueve sinfonías de Ludwig van Beethoven cerró con la Sinfonía n. º 2 en re mayor, op. 36 y la Sinfonía n. º 4 en si bemol mayor, op. 60. Escrita en 1802, dedicada a Karl Alois, el Príncipe de Lichnowsky, uno de los patronos relevantes en la vida del autor, la Segunda Sinfonía es una obra que muestra un carácter alegre, que ha desconcertado a los seguidores del compositor, puesto que se contradice con los amargos momentos por los que pasaba. Ya aquejado por la incipiente sordera que más tarde lo privaría completamente de oído, el compositor contemplaba la muerte. Y sin embargo, he aquí una “sinfonía sonriente”, como diría el compositor Hector Berlioz, su mentor, que parece desmentir toda depresión y desafiar la relación entre vida y obra que ha plagado el mito beethoveniano desde hace más de doscientos años.

Descrita por Robert Schumann como una “esbelta doncella griega entre dos gigantes nórdicos”, la Cuarta Sinfonía de Beethoven ha sido ignorada a favor de sus titánicas predecesora y antecesora (la tquinta y la tercera). La pérdida ha sido completamente nuestra: sutiles guiños a Haydn, su maestro, se mezclan con efusiones de patetismo Romántico y toques de humor, creando una obra de incomparable gracia y nobleza. Prueba de ello son las palabras de Berlioz, inveterado admirador de Beethoven, que dijo del segundo movimiento que parecía “haber nacido de un suspiro del arcángel Miguel, cuando, arrebatado por acceso de melancolía, contemplaba el universo, de pie sobre el umbral del empíreo”.

Director y músicos formaron ne esta oportunidad, una eficiente y sensible unidad de estilo y calidad, con brillantez de solistas y diálogos entre familias instrumentales, para representar lo mejor posible al espíritu de la música de Beethoven, en aplaudida velada.

El concierto comenzó con selecciones de uno de los puntos más altos de la música nacional, la Suite Latinoamericana del compositor Luis Advis, con una orquesta y un director que abordaron un verdadero juguete musical, rítmico y alegre, a ratos de expresión bailable.

En esta obra, los ritmos latinoamericanos de la milonga, la tonada, el vals peruano y la conga alternan con pasajes que recuerdan al romanticismo alemán, dando cuenta del magistral dominio y fusión de distintos lenguajes musicales por parte del compositor. Chudovsky y la orquesta lo reflejaron plenamente y el público lo disfrutó en gran medida.