De la violación se puede decir mucho: cuáles son sus repercusiones en la psicología femenina, cómo hemos sido criadas en general en occidente al respecto, por qué suceden como crímenes de guerra, etc. La lista es amplia, sin embargo lo que de una vez debe ser aprehendido y aprendido por todos y todas, es que la violación es un DELITO, penado por la ley y con penas que no son bajas.

Esta reflexión nace con el estreno de la teleserie turca “¿Qué culpa tiene Fatmagül?”, sobre una muchacha que es atacada por cuatro hombres que la golpean y la violan, básicamente, porque podían, porque tenían una buena posición y, en especial, por su condición de hombres. Como indica su nombre, el culebrón muestra cómo esta mujer víctima es acusada, despreciada y tildada de tentadora, de habérselo buscado, algo que la propia serie va planteando como una injusticia. Todo inmerso en una cultura que, a simple vista, se ve diferente a la nuestra, pero que, si escarbamos la superficie y el barniz progresivo de los chilenos, es exactamente igual de machista.

Un argumento muy viejo y muy arraigado en este mundo es ése: siempre es la mujer la que lo está pidiendo. Sí, porque queremos que nos tomen a la fuerza y, sobre todo, un desconocido. “No hagas, no camines, no te vistas de tal o cual manera, no salgas a la calle a tal hora”. Siempre es la mujer la que “debe cuidarse”, “debe ser recatada”, “debe”, “debe”, “debe”. Si el hombre anda en calzoncillos en la calle, si bien es excéntrico, nadie pensaría que “se lo está buscando”. El acoso callejero y la violación, son manifestaciones de la “cultura de la violación”, en la cual la víctima es responsable de lo que sucede, ya sea por su forma de vestir o comportamiento, mientras que el acosador/violador es visto como un animal básico que no puede (ni debe) controlar sus instintos, de lo contrario su masculinidad se menoscaba.

Es normal leer comentarios en las redes sobre noticias de violación, diciendo implícita o explícitamente que la mujer tentó al “pobre hombre”, que no pudo controlar sus bajos instintos al ver un par de piernas o un ombligo. “Ese huevito quiere sal”, fue el último comentario “notable” que leí a un gran pensador de Twitter. Lo encaré por ello y atacó de vuelta diciendo que, como era periodista hace más de 30 años, nadie tenía derecho a criticarlo. “¿Y si fuera tu hija?”, le dije y él respondió que ella no era ninguna cartucha. No sé en qué parte de su mente la VIOLACIÓN y el sexo duro VOLUNTARIO son lo mismo.

¿Qué tiene que ver Fatmagül con el acoso callejero? Todo. La violación es la manifestación más grave del acoso sexual callejero, el punto cúlmine. Estudios extranjeros muestran que los violadores antes fueron acosadores callejeros: persiguieron mujeres y se masturbaron frente a ellas, en una escalada que no tiene castigo social ni penal y, de haberlo, es insuficiente. Otras veces, al momento de denunciar, la víctima no es tratada como tal. ¿Para qué denunciar un acto traumático y violento si te van a preguntar cómo ibas vestida o qué estabas haciendo? Sí, hoy en el 2014.

Además de la ficción, cuando estos casos llegan a los noticiarios -único espacio de denuncia más o menos objetiva-, se ve la falta de tino de la policía, sobre todo si la violentada es una adolescente de clase media o baja. Basta recordar el caso de las desapariciones de Alto Hospicio, cuando las familias fueron despreciadas diciéndoles que sus hijas probablemente se habrían ido a Tacna a prostituirse.

Para superar estos paradigmas es necesario cambiar conductas tempranamente. Primero, visibilizando el acoso sexual callejero como un problema, no como una “tradición” o “folklore”, que va en escalada, que molesta, que deja a la mujer en posiciones vulnerables en el espacio público. Una vulnerabilidad que no debería existir, porque tenemos el derecho a transitar libres por las calles, como cualquier otra persona. No somos un objeto, ni el objeto de nadie, pero sobre todo no somos víctimas ni tentadoras, simplemente somos personas.

Esta columna fue publicada originalmente en el sitio web Quinto Poder, por Kitsune, de Observatorio Contra el Acoso Callejero Chile (OCAC)

OCAC Chile es la primera organización sin fines de lucro que busca combatir el acoso sexual callejero en Chile.
Su objetivo es visibilizar este problema como forma de violencia de género y generar cambios culturales-educativos y legales para erradicar esta práctica.

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