Quiero que sepas que no voy a insultarte. No voy a tratarte gratuitamente mal ni con groserías, ni menos a sacarte la madre. Porque tu madre probablemente no tiene la culpa de que hayas actuado de esta forma, y si no tuviste una, entonces podría entender el porqué no recibiste un trato justo con la vida, ni la educación cívica y menos con el comportamiento. Aunque eso tampoco te justificaría.

Tampoco voy a culpar a los gobiernos que -desde que tengo derecho a voto-, me han prometido cerrar la puerta giratoria sin cumplirlo, porque lo más probable es que seas un cliente frecuente de los juzgados, y los defensores ya te saluden por tu nombre de pila.

Tomarme por sorpresa por la espalda mientras cruzaba la calle que está frente al departamento de mi hermana -debo decirlo-, fue súper de cobarde y poco hombre. Si te quedaba algo de decencia, por último hubieras atacado por delante, y así me saco la cartera yo sola y te la entregaba, para no quedar con un moretón.

Y para qué hablar del modus operandi: en pleno cerro de Viña arrancar en un auto a toda velocidad fue súper eficiente. Claro, tu cómplice te esperaba en el vehículo gris sin patente ni logos de alguna marca con el cambio listo para correr como sólo las lagartijas pueden hacerlo, escabullándose entre las sinuosas y empinadas calles de la Ciudad Jardín.

Antes de seguir, quiero comentarte algo: yo trabajo. Dudo que sepas de qué se trata esta actividad, pero esencialmente se trata de dar lo mejor de ti al servicio de otras personas, que te remuneran mensualmente por tu esfuerzo y dedicación. Eso me permite vivir tranquila, tener un buen pasar. Comer, tener un techo, ropa, entretención y salud. No dependo de otras personas ni del esfuerzo de otro para poder existir. Sin embargo, tú y tu pereza se aprovechan de lo que yo hago día a día para arrebatármelo, para que tú puedas subsistir como un parásito que se alimenta del empeño de los demás.

Juro que trato de entender por qué lo hicieron. Trato de entender esa expresión de exaltación que había en tu cara cuando me miraste a los ojos sin decirme nada, con los dientes apretados y soplando fuerte por la nariz. Intento descifrar la violencia de tu rostro y lo rígido de tus brazos, pero no puedo. De verdad que no puedo ponerme en tu lugar.

Quizás, como dicen por ahí, robas “por necesidad”, porque no logras encontrar trabajo, porque tienes un hijo enfermo a punto de morir y la isapre no te cubre nada. Pero después lo analizo mejor: andabas en un auto sin patente con alguien más, y sabían perfectamente por dónde irse. Fue algo absolutamente planeado, así como cuando uno planifica su itinerario del día y decide que luego del trabajo se va a ir a tomar un café con los amigos para relajarse.

No sé de qué te va a servir una cartera rota. El alcohol gel y los pañuelos los puedes adquirir por menos de mil pesos en cualquier parte. El manojo de llaves terminará en cualquier basurero, y las seis lucas que me quedaban no te van a hacer millonario ni podrás comprarte un almuerzo contundente para ti y tu cómplice. Tampoco podrás conseguir algo de dignidad con esa cantidad de plata.

Sólo espero que la lima de uñas profesional que iba en mi bolso se la regales a tu mujer o a tu hija, porque de verdad es muy buena. Lo mismo con el bálsamo labial de mango que me trajeron de Estados Unidos y mi labial rosado comprado en la farmacia.

Y ojalá que te tomes todos mis anticonceptivos de una vez (están en el bolsillo con cierre de mi billetera), para ver si es que con un poquito de estrógeno puedes encausar la valentía de la mujer chilena -de la que claramente careces-, y no vuelvas a hacer esta estupidez.

Camila Navarrete es periodista de BioBioChile, y sufrió este asalto la madrugada del domingo 6 de julio, en pleno centro de Viña del Mar.