Ni el velo de obligado uso ni la crisis económica han apocado el gusto de las iraníes por el maquillaje, convirtiendo la belleza en un mercado prometedor para los profesionales del sector.

El rostro y las manos son el único espacio de libertad de las mujeres obligadas a cubrirse, de ahí el éxito de las uñas falsas y de la cosmética.

“Las mujeres se maquillan en cuanto se levantan por la mañana. Aunque no se sientan bien, saben que hay que estar guapas en la calle”, explica Tina Zarinnaam, diseñadora de 30 años.

“Y se tiene que ver, que el maquillaje sea visible”, agrega mientras elige un nuevo pintalabios en una perfumería de Teherán.

La ley islámica, en vigor en Irán desde la revolución de 1979, obliga a las mujeres a vestirse con ropa amplia y a llevar hijab, el velo que cubre el cabello y el cuello. Sólo pueden enseñar el rostro y las manos.

Llevar maquillaje no viola la legislación de la República Islámica, ya que el “islam no prohíbe ni el perfume ni los cosméticos”, explica Pegah Goshayeshi, directora general de la cadena de perfumería Safir.

“Incluso el profeta Mahoma se ponía perfume”, asegura.

El país, que cuenta con 38 millones de mujeres de los 77 millones de habitantes, es el segundo mercado de Oriente Medio en volumen de negocio para los cosméticos, por detrás de Arabia Saudí, y el 7º mundial.

Una iraní compra de media un tubo de rímel para las pestañas al mes, frente a uno por trimestre de las francesas, según los profesionales del sector.

Para aprovecharse de este mercado, la marca francesa de lujo Lancôme se ha vuelto a instalar en Irán tras varios años de ausencia. Unas 400 personas, hombres de negocios, artistas y gente influyente estaban invitados en un gran hotel de Teherán para el lanzamiento.

La empresa tuvo que retocar la publicidad para retirar las imágenes que no respetan las normas islámicas.

Todavía hay espacio

“Es un mercado en pleno crecimiento que representa varios centenares de millones de dólares”, dice a la AFP un representante de la marca, que prefiere no ser identificado.

Es la primera vez desde la revolución islámica de 1979 que una marca occidental se lanza a bombo y platillo en este país, en el ojo de mira de la comunidad internacional por su presunto apoyo al terrorismo y su polémico programa nuclear.

Lancôme es la primera marca de lujo del grupo francés L’Oréal, cuya filial Yves Saint-Laurent Beauté también se vende en Irán. En cambio, las marcas estadounidenses de cosméticos no han desembarcado en este mercado debido a las sanciones.

Lancôme se vende en Safir, uno de los principales distribuidores oficiales de productos de belleza, creado en 2010.

Los distribuidores oficiales sólo representan el 40% del mercado, explica Pegah Goshayeshi.

El resto se vende en el mercado paralelo, bazares, pequeñas boutiques que importan fuera del circuito oficial.

Las condiciones de importación son draconianas y las autorizaciones de los diferentes ministerios resultan caras, pero la vía oficial ofrece una garantía de calidad de los productos, asegura.

El mercado iraní todavía no está saturado, aseguran los profesionales. A él se incorporan los hombres que empiezan a utilizar poco a poco productos de belleza, dice Goshayeshi.

Irán, que está sometido a sanciones de la comunidad internacional por su programa nuclear, sufre una crisis económica profunda. El maquillaje es caro, pero suele ser una vía de escape a los problemas de todos los días.

“Todavía hay espacio para los productos de lujo, de gama media o baja”, pese a la presencia de una veintena de marcas iraníes y extranjeras, dice Vista Bavar, fundadora y directora de la marca Caprice, especializada en el maquillaje.

“Habrá más en cuanto haya apertura”, dice pensando en la suspensión de las sanciones en caso de acuerdo entre Irán y las grandes potencias sobre el programa nuclear.

Los menores de 30 años representan el 55% de la población y la mayoría sigue viviendo en casa de los padres. “No tienen muchos gastos” y no escatiman en productos de belleza, dice Bavar.