Naranjas manchadas o puerros demasiados finos, frutas y verduras consideradas no conformes a los estándares de la gran distribución comercial, cuentan sin embargo con un gran mercado en Lisboa, donde los consumidores están dispuestos a apoyar a los agricultores en un país en crisis.

Emilia Teixeira, jubilada, acude todos los lunes por la tarde a la plaza lisboeta del Intendente para llenar su cesta semanal de frutas y verduras.

Aunque parecen menos atractivos que los expuestos en los supermercados, estos productos, perfectamente consumibles, están excluidos del circuito de la gran distribución por su tamaño o por su desafortunado aspecto.

La asociación “Fruta Feia” (frutas feas) les ofrece una segunda oportunidad gracias a una iniciativa creada a finales de 2013 por Isabel Soares, una joven de treinta años, que cuenta con dos puntos de distribución en la capital portuguesa.

Esta red de distribución funciona como una cooperativa de consumidores, donde los productos están reservados únicamente a los adherentes tras inscribirse en internet y pagar una contribución anual de 5 euros.

“Me sorprendió las toneladas de fruta que se desechan cada año únicamente porque tienen algunos defectos. Tenía que hacer algo”, explicó Soares.

En Portugal, un país en crisis, un millón de toneladas de alimentos, es decir el 17% de la producción, se destruyen cada año, según un estudio de la agencia portuguesa de Medio Ambiente.

Frente al elevado desempleo del 37,5% entre los portugueses menores de 25 años, numerosos jóvenes miran hacia la agricultura, que representó el año pasado el 2,4% del PIB y cerca del 10% de las exportaciones.

Joana Oliveira, una joven de 32 años, decidió hace meses retomar la granja familiar para consagrarse a la producción de kiwis, aguacates y limones, cuya producción vende en “Fruta Feia” ante los problemas para distribuirlos en los circuitos tradicionales.

“Es muy difícil para un joven productor tener acceso al sector de la distribución”, explicó Oliveira, quien vende un kilo de kiwis a 45 céntimos frente a los dos euros en el circuito normal.

Antes de la llegada de los primeros clientes, Isabel Soares recoge en camioneta las frutas y verduras, que una decena de agricultores no pudo vender.

Tras la recogida, los productos se pesan en una vieja balanza de aguja y se distribuyen en cajas de madera de 4 y 8 kilos, vendidas a 3,5 y 7 euros respectivamente.

“Los productos no son necesariamente menos caros que en los comercios (…) pero la idea de apoyar a nuestros agricultores en estos tiempos difíciles me gustó mucho”, revela Patricia Campina, de 34 años.

Esta exitosa iniciativa, que ha permitido evitar el derroche de 30 toneladas de alimentos desde su lanzamiento en noviembre, cuenta con numerosos proyectos para extenderse al resto del país en 2014, año de la lucha contra el derroche alimentario decretado por el Parlamento Europeo.