Con pasión por el fútbol, resignación o ánimo de protestas, los brasileños se preparan para el Mundial un año después de las multitudinarias protestas callejeras contra el gasto público que implicó el evento, y que han dejado una indeleble marca de descontento.

La sensación en el país es de que poco o nada ha cambiado desde que en junio de 2013 un millón de brasileños tomaron al gobierno y al mundo por sorpresa, reclamando en las calles por los exorbitantes gastos en estadios para el Mundial y la precariedad de los servicios públicos, señalan los analistas.

“Si su hijo se enferma, llévelo al estadio”, señalaba entonces una emblemática pancarta de la revuelta, que tuvo su primera gran manifestación el 6 de junio de 2013.

“Nada ha cambiado. El pueblo salió a la calle y ninguno de los tres poderes ha estado a la altura para responder a las demandas”, dijo a la AFP el fundador de Rio da Paz Antonio Carlos Costa, una ONG que el martes infló gigantescas pelotas de fútbol ante el Congreso para protestar contra los gastos del Mundial.

“Brasil es la séptima economía del mundo, pero está en el escalón 85 en el índice de desarrollo humano, hay 50.000 asesinatos por año, es normal que la población se enoje si va mucho dinero a construir estadios”, añadió.

La presidenta, Dilma Rousseff, defendió la noche del martes, en una cena con corresponsales extranjeros, el legado que dejará el evento deportivo, al asegurar que el grueso de la inversión pública es sin duda “para Brasil” y no para el Mundial, con aeropuertos y proyectos de movilidad urbana.

Pero a escasos meses de los comicios nacionales de octubre, donde la mandataria se juega la reelección, su mensaje parece no tener eco entre todos los brasileños.

“Las encuestas muestran que la percepción sobre servicios públicos y economía no ha mejorado”, señala Bruno Batista, responsable del tradicional sondeo de la Confederación del Transporte.

Aunque con índices de desempleo bajísimos, el moderado crecimiento económico y la inflación elevada contribuyen al mal humor.

Protestas organizadas

Lo que sí ha cambiado es el tenor de las protestas, mucho menos intensas y espontáneas, y más organizadas.

En las últimas semanas, campesinos sin tierra, indígenas y otros movimientos sociales protestaron ante los estadios, mientras sindicatos y gremios aprovechan la cercanía del Mundial para presionar por aumentos salariales.

Policías, profesores, conductores de autobuses y trabajadores del metro han paralizado sus actividades, provocando caos en varias ciudades. Los policías federales y los profesores de Sao Paulo consiguieron aumentos esta semana de un 15%.

“Es radicalmente diferente de lo que ocurrió en 2013, cuando las protestas fueron una expresión del malestar que existía en el país, y las personas salieron a la calle espontáneamente. Ahora el malestar persiste, pero partidos y movimientos asumieron la delantera y la clase media se aparta por miedo a la violencia de los radicales”, destaca el sociólogo de la Universidad del Estado de Rio (UERJ) José Augusto Rodrigues.

En las redes sociales, los comentarios de los #naovaitercopa y los #vaitercopa van ganando más buen humor que ira, a medida que avanza el “ambiente” mundialista.

“A los brasileños nos gusta el fútbol. Lo que pasa es que el Mundial fue poco debatido con la población, que lo vio tornarse rehén de las exigencias de la FIFA. No hay contradicción, puede ser una Copa de Manifestaciones que convivirá con la pasión por el fútbol”, estimó Pablo Capilé, activista de MidiaNinja, integrada por periodistas independientes que transmiten en vivo las protestas.

La “primavera tropical” de protestas de junio del año pasado en Brasil dejó atónitos también a los políticos brasileños, que no sabían cómo reaccionar a la indignación popular.

Para calmar a los manifestantes, el Congreso aprobó en pocos días medidas que llevaban años en discusión, como destinar las regalías del petróleo a salud y educación y más penas para políticos y empresarios corruptos. La presidenta se comprometió con mejoras en transporte y educación y aprobó un programa de ‘importación’ de miles de médicos extranjeros, la mayoría cubanos.

El problema, y la razón por la cual no se detuvieron las protestas, es que después las medidas del gobierno pararon, especialmente una importante “reforma política” defendida por Rousseff, observó André Cesar, director de la consultora Prospectiva.