Hace 500 años los españoles se asombraron al ver a un caballo saciar su sed entre el oleaje de un inmenso azul sin horizonte: “la mar dulce”, le llamaron. El Gran Lago de Nicaragua, el mayor de Centroamérica, está hoy amenazado por el desarrollo desordenado y la voracidad humana.

De sus agitadas aguas emergen dos imponentes volcanes, dos islas de exuberante vegetación con huellas precolombinas, un archipiélago y 400 islotes que esparció a orillas de la colonial ciudad de Granada una furiosa explosión volcánica, hace unos 20.000 años.

Llamada la “tierra de lagos y volcanes”, Nicaragua palpita por el Cocibolca -nombre en lengua indígena-, un espejo de agua de 8.264 km2, de cuyas entrañas nació Ometepe, la isla lacustre más grande del planeta, coronada por los volcanes Concepción y Madera.

“El lago es mi vida. Desde que tengo recuerdo he vivido aquí. De él sacábamos el agua para tomar, pescábamos, lavábamos la ropa. Ahora ya casi se ha perdido”, dice Norman Ramos, quien vive como improvisado guía turístico en Ometepe.

La descarga de 50.000 toneladas diarias de sedimentos, basura, aguas residuales y desechos químicos, así como el plan de construir un Canal, amenazan al Lago Cocibolca, hábitat de 40 especies de peces, como el pez sierra y el tiburón “Carcharhinus leucas”, único del mundo adaptado al agua dulce, casi ya desaparecido.

A sus 36 años, José Álvarez, originario de Zapatera -la otra isla-, añora la época en que de niño acompañaba a su padre a pescar para llevar el pan a su familia. Hoy trabaja en la alcaldía de Granada, que le asegura un ingreso.

“Había bastantes peces, casi del tamaño mío, y teníamos que luchar con ellos para pescarlos. Uno no se podía bañar en el lago porque llegaba un tiburón y te comía. Todo eso pasó a la historia”, dice nostálgico a la AFP, regando las plantas del malecón que bordea al Cocibolca en Granada.

“Ni por todo el oro del mundo”

El Cocibolca -el segundo lago más grande de América Latina después del Titicaca- ha marcado la historia de Nicaragua.

En la colonia española fue la salida al Caribe a través del río San Juan, la “Ruta del tránsito” que usaron piratas y luego los aventureros que cruzaban de la costa este al oeste de Estados Unidos, durante la “Fiebre del oro”.

Esa conexión fluvial interesó en el siglo XIX a potencias como Estados Unidos, Francia e Inglaterra para construir una vía interoceánica, que finalmente se inauguró en Panamá en 1914.

Un siglo después, persiste esa obsesión. El gobierno concedió a una empresa china los derechos de construcción de un Canal, valorado en 40.000 millones de dólares, y de explotación por 100 años.

Aunque bajo hermetismo, la ruta probable, de 286 km, comienza en el Caribe y atraviesa montañas y el Cocibolca hasta salir al Pacífico, según el científico Jaime Incer.

“Habría que sacar millones de toneladas de sedimentos. El Lago se perdería para siempre. El impacto ambiental sería muy grande”, advirtió Incer, paradójicamente asesor ambiental del gobierno.

Algunos dudan de la factibilidad del proyecto que comenzaría a fines de 2014. Para las autoridades es la panacea contra la pobreza que afecta al 45% de los seis millones de nicaragüenses.

Para Salvador Montenegro, director del Centro de Investigaciones en Recursos Acuáticos, “ni por todo el oro del mundo” se puede perder el Lago.

Una bendición de Dios

Sus aguas frescas, que levantan olas cuando el viento azota, también han servido para el turismo.

Miles llegan cada año a Granada, 50 km al sureste de Managua, cautivados por las islas miniatura: en ellas sólo alcanza una casa de veraneo, un restaurante donde degustar un guapote (pescado) fresco con cerveza o un árbol de almendro de cuyas ramas cuelga una hamaca y en el que descansan urracas, garzas y gaviotas.

“Vivimos del turismo, si no vienen turistas no comemos. Hay que cuidar el lago porque es una bendición de Dios”, dice Andrés Delgadillo, de 47 años, mientras limpiaba su pequeño restaurante en una de las isletas.

El Lago vierte al Caribe, por el río San Juan, 1.000 m3 de agua por segundo. Es un recurso “estratégico” capaz de abastecer a todo el país, para consumo y riego de cultivos, y a buena parte de Centroamérica, aseguró Montenegro a la AFP.

“Hablar del Gran Lago de Nicaragua es hablar de la esperanza para el desarrollo del país”, destacó.

Los ecologistas le llaman “oro líquido”. Para los lugareños como Norman, José y Andrés, es su “pan”, su “vida”, un regalo del cielo o la naturaleza: la riqueza más grande que ha tenido y tendrá Nicaragua.