Aunque no todos los elementos convencieron por completo, el debut local de “Katia Kabanova”, de Leoš Janáček, fue bien recibido por el público en la inauguración de la temporada lírica 2014 del Teatro Municipal de Santiago.

Por: Joel Poblete

Sin dejar de lado los títulos más populares, desde la década pasada las temporadas líricas del Teatro Municipal de Santiago han estado ofreciendo al público la posibilidad de conocer y apreciar aún más el repertorio del siglo XX, a través del estreno en nuestro país de algunas de las óperas más significativas de la pasada centuria, como la primera versión escénica en Chile de “Wozzeck” de Berg en 2000, y los estrenos locales de “Peter Grimes” de Britten en 2004, “Diálogos de carmelitas” de Poulenc en 2005, “La vuelta de tuerca” de Britten en 2006, “El castillo de Barba Azul” de Bartok en 2008, “Lady Macbeth de Mtsensk” de Shostakovich en 2009, “Ariadna en Naxos” de Strauss en 2011 y el año pasado, en el marco del centenario del nacimiento de Britten, su “Billy Budd”.

Y siendo el checo Leoš Janáček uno de los autores más importantes e influyentes del siglo pasado en el terreno operístico, además de ser un compositor cuyo legado ha sido cada vez más valorado mundialmente en las últimas décadas, ya era tiempo de llevar a escena otra obra suya, luego del debut en ese escenario en 1998 de una memorable producción de su drama “Jenufa”, la primera vez que se montaba una ópera checa en Chile. Por eso había muchas expectativas ante el estreno de “Katia Kabanova”, partitura que inaugura la temporada lírica 2014 del Municipal, y tuvo su función de estreno este viernes 02. Y la expectación era aún mayor porque tal como se ha difundido profusamente en las últimas semanas, en esta ocasión se contaría con el debut como director de escena en ópera del cineasta chileno Pablo Larraín, recon ocido internacionalmente por títulos como “Tony Manero”, el primer film de nuestro país nominado al Oscar, “No”, y la serie “Prófugos”, y quien además hace pocas semanas debutó también como director teatral, con la obra “Acceso”, aún en cartelera.

Basada en una famosa obra teatral rusa de Alexander Ostrovsky, “La tormenta” (estrenada en 1859 y escenificada en la capital en el Festival Santiago a Mil por una compañía rusa hace tres años), esta ópera tuvo su debut mundial en 1921, y se centra en una soñadora e ingenua joven que encuentra en el adulterio la única forma de huir -al menos temporalmente- de la opresión de un matrimonio infeliz por culpa de su pusilánime esposo y una insoportable e implacable suegra, Kabanija, que le hace la vida imposible. Un argumento que podría ser convencional y predecible, se hace conmovedor y desgarrador gracias a la expresiva música de Janáček, llena de detalles que exigen una audición concentrada y comprometida a lo largo de sus menos de dos horas de duración.

A juzgar por los efusivos aplausos que brindó el público al término de la primera función, los resultados fueron positivos, aunque no se puede dejar de señalar que no todos los elementos de la producción convencieron por completo, en particular lo escénico. Ópera exigente e intensa, a menudo tensa y dolorosa y por momentos también lírica y poética, “Katia Kabanova” es un drama que demanda una estrecha fusión entre lo musical y lo teatral, y ese balance no siempre funcionó del todo en este montaje.

Un escenario levantado y que en ocasiones se ilumina desde abajo (escenografía de Pablo Núñez) fue la plataforma en la que se movían los personajes, bien caracterizados en lo físico -muy logrado el vestuario de Monserrat Catalá- e iluminados por el habitualmente sólido José Luis Fiorruccio, quien consiguió apoyar muy bien la atmósfera de algunas escenas, aunque algunos cambios fueron muy bruscos y abruptos y las tonalidades rojas que al parecer subrayan la pasión fueron a ratos demasiado literales. En los desplazamientos faltó mayor convicción, así como en la interacción y movimientos de los personajes, en sus entradas y salidas; algunos convencieron más que otros, porque además del mérito del director de escena, eso depe nde también en buena medida de las habilidades y recursos actorales con los que cuenta cada cantante.

Hay que reconocer que en su debut en el género operístico, Larraín fue en general muy respetuoso con el argumento y sus motivos (algunas pequeñas licencias no fueron desafortunadas o gratuitas), por lo que si alguien esperaba algo muy rupturista, no fue el caso; el director desarrolló bien el tono de la obra -incluyendo los ocasionales toques de humor-, aprovechando la fluidez y ritmo que tiene, pero le faltó mayor manejo teatral para hacer que un drama en apariencia tan tradicional y cliché logre remecer al espectador más allá de la magnífica partitura de Janáček. En especial en la última escena, a la que le faltó aún más potencia emocional.

Es muy meritorio el aporte de las bellas y elaboradas imágenes que se proyectan permanentemente en cinco de las seis escenas de la obra que transcurren en exteriores, dándole un aspecto cinematográfico al montaje como un paisaje que refleja el conflicto interno de los personajes, en especial con la presencia fundamental del río Volga, cuyas aguas sellarán el desenlace; no es primera vez que se usan proyecciones visuales en el Municipal, ya que es una tendencia que han estado ocupado cada vez más directores de escena en los últimos años, pero estás imágenes tenían un aspecto muy real y convincente, y gracias a este a porte visual (la dirección de arte y el diseño digital son de Cristián Jofré), la naturaleza está así muy presente en la puesta en escena de Larraín, y en ese sentido el cuadro mejor logrado fue el que transcurre en el exterior de un bosque y dejó en suspenso la acción cuando llegó el intermedio de la función.

Esta conexión con lo natural también se acentuó con los interesantes movimientos coreográficos que Jose Vidal desarrolló con un grupo de bailarines con cabezas de ciervo, presentes al inicio y cierre de la obra, y además en los interludios musicales que unían distintas escenas; un recurso atractivo pero cuya eficacia variará según la perspectiva de cada espectador. En general, quedó la sensación de que no se sacó todo el partido a la obra, pero esta puede ser sólo una percepción normal en un estreno tan esperado, por lo que habrá que esperar las siguientes cuatro funciones programadas para poder juzgar p or completo la propuesta escénica.

Mucho mejor se desarrolló lo musical, aunque también con reparos. La dirección del titular de la Orquesta Filarmónica de Santiago, el ruso Konstantin Chudovsky (quien también debutaba en esta obra), estuvo atenta a los muchos cambios de ritmo, atmósfera e intensidad que exige la partitura, pero por momentos el balance entre el foso de la orquesta y las voces de los cantantes no fue el ideal y algunos de los intérpretes no se escucharon bien, algo que puede deberse al volumen y proyección de las voces de cada uno, pero también a la masa orquestal que los tapaba.

Interpretando a la sufrida protagonista, la soprano rusa Dina Kuznetsova debutó en Chile y en lo actoral consiguió transmitir la alienación y creciente desamparo de su personaje, aunque le faltó aún más fuerza y convicción teatral en sus escenas solistas, y en lo vocal exhibió un atractivo material, pero su voz sonaba a ratos un poco velada y reducida en volumen, como si se estuviera reservando y no desarrollara todo su potencial. Tampoco le ayudó mucho el apenas discreto aporte del tenor estadounidense Steven Ebel como su amante Boris, quien además de escucharse muy poco con su voz de tenor lírico bien timbrada pero de reducido volumen, tuvo una actuación muy débil y algo tiesa.

Quien sí destacó, especialmente, fue la Kabanija de la mezzosoprano sueca Susanne Resmark, quien regresó a Chile -tras su sólida Clitemnestra de 2010 en la “Elektra” de Strauss que el Municipal debió presentar en el Teatro Escuela de Carabineros al trasladar su temporada lírica por el terremoto- y fue todo lo dominante e inflexible que exige el rol, muy bien cantado e interpretado en lo teatral. Su hijo, Tijon, fue correctamente encarnado por el tenor estadounidense Richard Cox (quien ya cantara en los estrenos en Chile de “Lady Macbeth de Mtsensk” y “Ariadna en Naxos”).

Y ya sea porque sus personajes son los únicos que aportan un poco de luz y esperanza en medio del drama, o simplemente porque ambos cantaron y actuaron muy bien, se lucieron especialmente el tenor turco Tansel Akzeybek y la mezzosoprano chilena Evelyn Ramírez, interpretando respectivamente a Kudriash y Varvara, la joven y encantadora pareja que sirve de contrapunto al atormentado amor adúltero de Katia y Boris. También fue convincente el tosco Dikoi del bajo polaco Alexander Teliga (quien ya ha cantado antes en el Municipal, en las óperas rusas “Lady Macbeth de Mtsensk” y “Boris Godunov”), y estuvieron bien en sus breves roles secundarios los chilenos David Gáez, Claudia Lepe y Lina Escobedo, así como el Coro del teatro que dirige Jorge Klastornik, en su fugaz intervención.

Las restantes funciones de “Katia Kabanova” se realizarán los días 05, 07, 10 y 12 de mayo en el Teatro Municipal de Santiago.

Trailer Katia Kabanova