En una época donde el sexo prácticamente lo es todo, muchas mujeres y hombres se acomplejan por no llevar una vida sexual lo suficientemente activa.

Hace unos meses, conocimos la historia de Brittany Gibbons, una bloguera que decidió llevar a cabo un singular experimento consistente en tener sexo todos los días con su esposo, como una forma de reencontrarse con su lado sensual, que se escondía tras su rutina de mamá, dueña de casa y esposa.

Pero la frecuencia de la actividad sexual en la pareja parece no ser un problema para todos. En una columna llamada “No he tenido sexo en un año y sigo casada”, la editora de la revista ParentMap Magazine, Natalie Singer-Velush, expone cómo su vida de pareja cambió tras tener hijos, llegando al punto en que el sexo paso a segundo plano. Tanto así, que confesó llevar un año sin tener relaciones sexuales con su marido, pero aún se siente muy feliz junto a él.

Revisa su columna completa y opina al respecto.

Las parejas con hijos han sido objeto de ataque últimamente, desde todos los ángulos. Hemos oído que las parejas que llevan un tiempo casadas, y cuya relación se basa en la igualdad y el compromiso, como en mi caso y en el de muchas mujeres de mi generación (criadas en los 80, una década plagada de divorcios y decepciones), luchamos para no tener sexo con tanta frecuencia como cualquier otra persona. Si estamos casados y tenemos hijos podemos llegar a olvidarnos hasta del romanticismo; quizás nos basta con rozarnos las manos enrojecidas de tanto lavar cuando uno le pasa al otro la bolsa de legumbres congeladas para el microondas, o con doblar juntos un sinfín de calcetines limpios. Muy de vez en cuando, incluso nos da por procrear. Pero eso es todo.

Pareciera que somos padres miserables, sin alegría ni diversión (aunque no lo cambiaríamos ni por un millón de noches de veinteañeros alegres, sin hijos, sin prisas, ni obligaciones).

Resulta raro leer nuestras supuestas verdades de esta manera. El día que The New York Times Magazine retrata tu matrimonio en su portada rosada, puede hacer que te sientas un fracasado mientras empujas el carrito por el supermercado mientras vas sorteando a los hipsters resacosos, con el niño tomado del brazo y esas bolsas (ojeras) que cuelgan de tus ojos. Cansada, sin sexo, fracasada, una ironía deambulando .

Pero la verdad es que esto no es así para la mayoría de nosotros.

En junio, cumpliré doce años de casada. Nos conocimos cuando estábamos en nuestros ingenuos veinte y tantos. Mi marido, con su ridículo encanto, pasó por mi pequeño cubículo en mi primer día de trabajo. Me acuerdo que llevaba sandalias con calcetines, aunque jura que él nunca ha ido en sandalias al trabajo. Me invitó a ver un partido de básquetbol para conocer mejor a los compañeros de trabajo. Cuando llegué, descubrí que era la única invitada.

Los primeros meses fueron ardientes, y no solo porque viviéramos en medio del desierto de California. Todas las noches y todos los fines de semana había algo que celebrar: cenábamos, bailábamos, vagábamos por las calles sin rumbo, tomábamos unos margaritas baratos, nos besábamos en bancos públicos, y nos íbamos a la cama pegajosos de sudor.

A medida que fueron avanzando los meses, la llama se suavizó (boda, hipoteca, reproducción), pero nunca llegamos a aburrirnos el uno del otro. Por supuesto, discutíamos por si debíamos cambiar el horrible sillón con tela deshilachada, o por otras cosas típicas, como el dinero, los compromisos externos o el trabajo. Con todo, siempre volvíamos a la comodidad de los brazos del otro, y el placer que entregaba el sexo.

Luego vino nuestro primer bebé. La niña nos remeció todo, y no de la forma en que lo hace en concierto de viernes por la noche. El embarazo fue un shock para mí (pasé de usar una talla S a una talla ballena); vivía en una paranoia constante al pensar que cualquier gesto insignificante podría hacer peligrar la vida de nuestra pequeña inocente.

Y aquí viene la confesión que los científicos sociales, psiquiatras, personas sin cargas, sin hijos y observadores del “espíritu de los tiempos” han estado esperando: No hemos tenido sexo en un año.

Has leído bien. Un año. No es una cosa fácil de admitir cuando nuestra cultura relaciona el sexo con la juventud, la felicidad y el valor. Parece que no hay lugar, especialmente en el caso de las mujeres, para hablar honestamente de los altibajos del sexo, ni de los periodos de actividad frenética intercalados con otros de tranquilidad y pausa. Si no has practicado sexo durante un año (¡un año!), tu matrimonio debe estar fallando. Tanto la mujer como el marido deben ser profundamente infelices; la unión no durará mucho. Quizá deberías llamar a algún abogado especialista en divorcios, o acudir a un terapeuta. Si no has practicado sexo durante un año, seguro que la mujer es algo así como un demonio, un monstruo frígido y lo más probable es que el hombre ya tenga un pie fuera de la casa.

Pero resulta que nosotros no éramos infelices. Mi embarazo fue duro. Y el post-parto peor… me refiero al dolor físico (porque no todas somos como Michelle Duggar) y a la inexistencia de eso que antes llamábamos horas de sueño. Por no hablar del agotamiento emocional, no solo causado por los horarios que dictaba el bebé, sino también por las formas que estaban adquiriendo nuestra identidad y nuestra relación, convirtiéndose en algo nuevo y casi irreconocible.

Sin embargo, había cosas que seguían igual: nuestra conexión yin-yang, los valores que compartíamos, los recuerdos de nuestros años de diversión libre y de intimidad física. Además, teníamos un nuevo nivel de confianza: habíamos hecho algo que nos marcaría para siempre, de una forma más intensa que cualquier experiencia o expresión de deseo sexual. Habíamos creado vida a partir de nuestro amor.

No hay nada como esa confianza que crece cuando ves que la persona a la que amas florece con una nueva vida. Cuando ves al hombre que escogiste a los 28 años, con un par de zapatos y un repertorio de recetas que consistía en un solo plato, madurar, convertirse en un fuerte partner en el que puedes apoyarte.

Una cosa es confiar en un hombre lo suficiente como para dejar que te compre un margarita barato y otra cosa es confiar en una persona hasta el punto de que cuando te ves capaz de volver a disfrutar del sexo con uno de esos pocos condones que tienes por casa (en un intento a medias por evitar tener otro hijo) y, de repente, el condón se sale y se pierde por ahí abajo, dejas que sea él quien tome las riendas. Y así, él te rescata, y extrae el preservativo errante con la misma calma con la que un ganadero extraería a un ternero del vientre de su madre.

Esa es la cruda realidad del sexo en el matrimonio, amigos.

El matrimonio cambia cuando tienes hijos, una hipoteca y un perro que llegó a casa en Navidad y un trabajo y un refrigerador sin fondo que nunca está lo suficientemente lleno, no importando cuantas vayas al supermercado. Es probable que cuando vas en la minivan es probable que mires a tu pareja y pensar desde ¿Has sacado la basura? hasta fantasear con conducir esa máquina más tarde.

Pero en una noche tormentosa de viernes, te quedas fijamente observando su mirada ligeramente arrugada, pero tan cálida como siempre, en medio de un montón de faldas y poleras sin planchar, y te dices a ti misma: Quiero a este hombre más que nunca en mi vida. El amor que siento por él es más profundo que nunca. Cuando lo conocí, era un chico delgadito, sexy y entusiasta; ahora es mi héroe.

¿Crees que el sexo es realmente imprescindible en la pareja? Responde en los comentarios.