Dentro de la cultura popular conocemos como “tragedias griegas” aquellas historias llenas de reveses tan dramáticos que nos hacen pensar que sólo podrían ocurrir en la ficción. Por desgracia, algunas historias como la de Carolina Barría contienen los mismos ingredientes, hasta el punto de compartir la suerte de Edipo.

Esta madre puntarenense de 33 años relató a Revista Paula el brutal ataque del que fue víctima por parte de su ex pareja en septiembre de 2013, quien le arrancó los ojos en un ataque de celos, cobrando además la vida de otra persona y dejando a un tercero tetrapléjico. Lo hizo para alertar a otras mujeres sobre la necesidad de actuar oportunamente frente a la violencia intrafamiliar.

Según cuenta, cuando conoció a Juan Ruiz Varas este parecía ser un hombre cariñoso e introvertido. Cumplía una condena por violación sobre la cual siempre aseguró ser inocente, y en su comportamiento nada parecía contradecirlo. Era separado y tenía 4 hijos.

Carolina por su parte ya tenía 2 hijos de padres con los cuales ya no tenía vínculos, por lo que vio en Juan la posibilidad de concretar por fin el sueño de tener una familia.

Las cosas cambiaron cuando ambos tuvieron un hijo propio. A partir de entonces, Juan comenzó a evidenciar una celopatía desbocada, acusando a la mujer de tener varios amantes e incluso de que su hijo no era suyo.

“¿Por qué no te arreglas como antes?, me reclamaba y yo le contestaba que con la guagua apenas me quedaba tiempo para mí, que estaba cansada. Pero él no entendió ese proceso que cualquier mujer vive cuando tiene dos hijos chicos y está amamantando. Nunca me golpeó. Pero las discusiones eran cada vez más fuertes: me decía que no quería estar con él porque lo estaba engañando, que los niños tenían que estar con su mamá, que los dejaba tan solos que la gente había empezado a hablar de que el Michi no era su hijo, sino de otro. Ya no quería que estudiara por las noches, pero yo, que desde niña había querido ser profesora, no quise abandonar la carrera”, señala Carolina.

Las acusaciones de Juan llegaron a tal punto, que la abandonó en junio de 2013. Carolina no lo resintió mayormente ya que los meses de discusiones y problemas habían minado el amor que había entre ellos.

En septiembre, Carolina accedió a reunirse con él para intentar una reconciliación, pero Juan tenía otros planes. Bajo engaño, la llevó a ella y al hijo de ambos hasta la casa que compartían antes de separarse, donde la atacó.

“Me dio un combo en la mejilla izquierda tan fuerte que la hinchazón fue inmediata y apenas podía hablar. Luego me agarró del hombro derecho y me tiró al piso donde me golpeó la cabeza. Nunca perdí la conciencia, pero sí quedé atontada. Lo último que recuerdo fue que tomó un cuchillo de mango naranja… entonces vi la última imagen de mi vida: era mi guagua recostada en el sillón, con los ojos achinados, mirándome, hermoso. Luego, todo se fue a negro por completo.

“No grité, no pataleé, no me defendí. Al contrario, me mantuve allí, callada, paralizada. Temía que le hiciera algo a Michi. Algo me decía que intentar contradecir a alguien que está mal de la cabeza podía ser peor y que era mejor seguirle la corriente”, añade.

En un principio Carolina no comprendió que había perdido sus globos oculares. Pensó que Juan la había herido dejándola temporalmente ciega. Luego la obligó a subir junto a su bebé en el automóvil. La pesadilla sólo estaba comenzando.

Fueron al hogar de Mario Wolf, un mecánico a quien Carolina apenas conocía, pero que Juan lo acusaba de ser su amante. Con la excusa de un trabajo lo llevó hasta el vehículo, donde lo ultimó de un disparo. Carolina quedó en shock.

A continuación fueron a la casa de Claudio Sandoval, el cuñado del hermano de Carolina. “(Fue un) nuevo balazo. Estaba desesperada. Aterrada. Pensé que Claudio había muerto, pero después supe que sobrevivió y había quedado tetrapléjico porque el disparo fue en el cuello. Ahí le imploré a Juan que nos dejara con mi guagua en el hospital”, relata.

Juan abandonó a la mujer y su hijo en la oscuridad, en las inmediaciones del Hospital Clínico de Magallanes. Ciega y anémica, no pudo hallar el camino y cayó en una zanja cercana, donde debió pasar la fría noche austral con principio de hipotermia hasta que alguien escuchó sus gritos de ayuda.

De inmediato ambos fueron internados en el hospital. Su hijo en la Unidad de Pediatría, ella en la UTI.

“No supe que Juan me había sacado los ojos hasta unos días después. Me enteré de casualidad, cuando una amiga me dijo que la policía andaba buscando mis ojitos. ‘¿Qué ojos?’ le pregunté, y me empecé a tocar la cara desesperadamente por primera vez. ‘¿Es que no te han dicho?’ me comentó ella, ‘te sacó los globos oculares’. Yo efectivamente no podía ver, pero hasta ese momento tenía la esperanza de que me hicieran una cirugía que me permitiera recuperar la vista”.

“Me descontrolé. Grité: ‘¡Que se muera, quiero que se muera!’ y sacudí la cama de pura rabia, agarré la camilla y la azoté contra la pared. Estaba desesperada pero no por el hecho de estar ciega sino porque no podría ver más a mis hijos. ¿Cómo iba a cuidarlos? Las enfermeras entraron y me dieron un calmante las dos veces que tuve estas crisis. Trataban de consolarme. Pero aunque me dijeran que los iba a poder tocar, oler, sentir, escuchar, nada me calmaba el hecho de no verlos crecer, jugar, reír. Es un dolor tan grande, sobre todo por mi hijo menor al que alcancé a aprovechar tan poco, porque tenía 5 meses cuando me pasó esto. Michi, además, es el único de mis tres hijos que sacó mis ojos celestes. Y ya no puedo disfrutarlo, no puedo mirarlo”, es su crudo relato.

Su clamor pareció haber tenido respuesta. Al día siguiente, Juan cayó muerto en un tiroteo con Carabineros que habían ido a detenerlo. Tras reflexionarlo con más calma, no fue algo que consolara a Carolina.

“Cuando me dijeron que a Juan lo habían matado los carabineros de un balazo tras su huida, no me sentí mejor. Habría preferido que quedara vivo y sufriera por el resto de su vida por lo que hizo. Y que, como yo, tampoco viera a sus hijos porque estaría en la cárcel”.

Su proceso de rehabilitación ha sido duro. Recibió prótesis oculares importadas desde España, pero no sólo ha requerido apoyo para volver a valerse por sí misma, sino también psicológico para asumir que su mundo cambió radicalmente. Ahora son su madre y su hijo mayor quienes deben ayudarla a hacer su vida.

Carola Barría | Revista Paula

Carola Barría | Revista Paula

“El primer día fue crítico, me tropezaba con todo. Me pegué con la puerta del baño y llegué a ver estrellas. Necesitaba saber la hora a cada rato porque de esa forma me orientaba. Pero desde un comienzo, reconocí mi ropa por las costuras y las etiquetas y podía vestirme y bañarme sola.
Aprender a ser ciega obliga a andar a otro ritmo. Lo que antes hacía fácilmente, hoy me cuesta el triple. Ando más lento, con miedo. Y tengo que elaborar estrategias para no dejar de hacer lo que me gusta. Son cosas simples: como ponerle la mano bajo la pera a mi guagua cuando le doy la mamadera para que no se chorree; poner el dedo en el borde de la taza hasta sentir que el agua ha llegado hasta arriba cuando me preparo un café por la mañana. O dejar de usar zapatos cuando estoy en la casa para no pisar a los niños”
.

“Que tenga paciencia. Eso me dicen las personas de Agaci (Agrupación de Amigos de los Ciegos). Ellos me aconsejan a mí y a mi familia porque todos estamos en un proceso de adaptación. Ellos nos enseñaron que es importante que las puertas siempre estén abiertas o cerradas por completo, nunca a medias. Y que los juguetes no queden tirados en el piso para evitar accidentes”, dice.

Carolina afirma que optó por revivir su historia como una advertencia para que otras mujeres sepan reaccionar frente a casos de violencia intrafamiliar.

“Siempre les digo a mis amigas que cuando sientan miedo pongan atención porque ese miedo está advirtiendo algún peligro, pero cuando yo tuve esa corazonada, ya era demasiado tarde para reaccionar. No me gusta sentirme heroína. Doy este testimonio para que las mujeres que están viviendo alguna situación de violencia o son víctimas de la celopatía de sus parejas, sientan que siempre hay un camino alternativo. Y que se den cuenta de que no tenemos que esperar a que ocurra algo grave para reconocerlo”, cuenta.

¿Cómo vive actualmente su propio luto? Como un proceso interno del cual prefiere -por ahora- mantener alejados a sus hijos.

A pesar de mi reacción inicial hoy no siento odio ni rencor. No sé si he perdonado a Juan. Pero no quiero contaminar a mis hijos. Lo que más quiero es que perciban a una mamá tranquila, fuerte. Y que crezcan en paz. Ya llegará el momento en que tendré que sentarlos y contarles por qué no puedo ver y ellos se formarán su propia opinión. Pero, por ahora, no seré yo la que les diga cómo pensar”, sentencia.

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