Don Pedro, y su hermana, heredaron unos terrenos comprados por su padre hace unos 40 años. Tienen dos parcelas vecinas a orillas del hermoso y límpido lago Lleu Lleu.

Pedro y su mujer hicieron una cabaña, que no han terminado, en la que vivieron los últimos 5 años realizando un sueño y una obsesión, principalmente de él: hacer un centro turístico con lugares para acampar y con algunas cabañas. Es que él está enamorado del lugar.

Su camping es tranquilo, limpio, sencillo. Precario, ya que tiene baños pero no tiene duchas (ellos se bañan calentando agua en la cocina), pero poco a poco iban saliendo adelante, vendiendo huevos de campo, con gallinero y huerta propia, con la que preparaba una muy alabadas cazuelas de ave.

El año pasado había comprado materiales para construir una terraza y un techo para dar en mejores condiciones sus almuerzos y comidas…

Pero a mediados del 2013 quemaron una de las dos cabañas (muy sencillas) de su hermana. En el lugar había volantes a favor de la “causa mapuche”.

Entonces Pedro y su mujer tuvieron miedo y se trasladaron a Concepción, donde trabajan y además ella estudia. Y durante este verano van a su parcela en el lago Lleu Lleu manteniendo su sueño.

Pedro y su mujer son víctimas de un conflicto de los que son protagonistas marginales, donde están a punto de perder casi todo, sus sueños, sus inversiones y la posibilidad de usar el terreno heredado.

Conflicto Mapuche

Pero también hay otras realidades, ahí, coexistentes, como una zona en la práctica tomada, invadida por la actividad forestal, al punto que gran parte del lago está rodeado de inmensas plantaciones de pinos y eucaliptus. Éstos llegan a pocos metros de la ribera del lago.

Casi todas las fuentes actuales de trabajo son en la actividad forestal, porque la actividad agrícola casi ha desaparecido. No es fácil cultivar rodeado de pinos. Tampoco lo es cuando cada vez hay menos vecinos, ya que poco a poco han sido expulsados por la actividad forestal.

La zona está llena de caminos de uso casi exclusivo para los camiones que llevan madera. Y los camiones inundan los caminos y las carreteras (y seguramente también lo harán con las nuevas carreteras que se están construyendo posiblemente pensando más en las forestales que en los mapuche y los habitantes de esa apartada zona).

También están los mapuche. Invadidos nuevamente, ya no por los españoles ni por los chilenos, sino por los pinos y los eucaliptus, por las forestales y sus cientos de camiones.

Un pueblo del que sabemos poco, algunos nombres de La Araucana y algunas palabras sueltas. Con suerte alguno que asistió a alguna ceremonia. O no tan pocos que han comprado joyas “mapuche”.

Lo cierto, y eso es más dramático al hablar con personas que viven en la zona, es que hay una violencia brutal y velada en el desconocimiento que tenemos de esa cultura, de sus creencias, de su cosmovisión, de cómo se organizan, de sus escritores y músicos, de su lengua. ¿Cuántos chilenos no mapuche hablan mapudungun? ¿Cuántos lugares hay para aprender esa lengua?

El mundo mapuche sigue siendo considerado algo accesorio, tomado en consideración posiblemente más por imposiciones internacionales que por real interés. Y esto es una deuda tremenda, una violencia –la negación, el no reconocimiento- que seguirá causando daños, rabia y rebeldía, y más violencia con víctimas inocentes (salvo por su poco interés por lo mapuche, como la mayoría del resto de los chilenos no mapuche) como Don Pedro y su mujer.