A nadie se le enseña a ser padres. Esta es una tarea que se va aprendiendo en el camino, y que en muchas ocasiones se pone cuesta arriba, sobre todo cuando tenemos un hijo “rebelde”.

En muchas ocasiones, no somos capaces de distinguir entre un hijo que es simplemente porfiado o que de verdad quiera rebelarse, algo que puede seguir alimentando ese deseo si es que no correjimos de forma correcta, y que se ve empeorado si es que en nuestra ignorancia terminamos por juzgarlos o criticarlos, antes de comprenderlos.

El sicólogo infanto juvenil de la Red Salud UC, Alfonso Cox, comentó en Expreso Bío Bío las cosas a las que debemos ponerle atención para saber si el adolescente es rebelde o porfiado, siendo la primera señal el hecho de que quieran llamar la atención, algo que suele ocurrir -en la mayoría de los casos- con cosas negativas.

El profesional explicó que hay dos etapas de rebeldía: la primera de ellas es cuando los niños tienen de 4 a 6 años, donde este sentimiento está al servicio de su desarrollo. En este periodo, los pequeños se ponen en contra de casi todo, no quieren ayuda y desean estar solos, algo que permite desarrollar sus habilidades, ser autónomos y probarse a sí mismos.

En tanto, la segunda etapa -y la más observable-, es la que se da en la adolescencia, algo que según Cox, no es tan negativo, ya que es aquí donde los jóvenes generan su identidad propia, buscando identificarse con su generación y se diferencian de sus padres.

Esto último no significa que los padres dejen que hagan lo que quieran, y siempre deben poner algunos límites.

Para superar esta etapa, es necesario tener en cuenta una serie de consejos: felicitar a los jóvenes en sus buenas acciones en vez de agrandar los problemas o errores que cometen, mostrarse como un ejemplo y actuar de forma correcta, priorizar las necesidades de los hijos, y por sobre todo, mantener una muy buena comunicación que les entregue confianza.

Averigua de qué forma puedes combatir la rebeldía de tus hijos, en la entrevista realizada por Rafael Venegas al sicólogo Alfonso Cox: