En Brasil se respira fútbol, no se habla de otra cosa. Al subir a un taxi, en la fila del supermercado, el fútbol es el tema perfecto para romper el hielo. Todo el mundo -hombres, mujeres, niños- tiene una opinión, algo que decir.

Está el comerciante que para pagar una promesa a la virgen deja de vestir, como todos los días, la camiseta de su equipo; o el que tan pronto nace el hijo lo hace socio del club. El fanatismo por un club puede incluso superar al de la selección nacional, que este año disputa el Mundial-2014 en casa.

Así piensa Delneri Martins Viana, un militar retirado de 69 años, que asegura los juegos de la ‘seleçao’ “no tienen la misma emoción” que los de su amado Botafogo.

Nacido en un pueblito del sur de Brasil, nunca imaginó que viviría en Rio de Janeiro, sede del equipo de su corazón. Se unió al Ejército y llegó a la ‘Cidade Maravilhosa’ con 23 años. Desde entonces solo vistió el uniforme o la ropa del Botafogo.

“No tengo más nada en el guardarropa”, dice con una sonrisa cómplice Delneri, que trata de ver todos los partidos en vivo, dentro o fuera de la ciudad.

A las tribunas llega con paso lento, vistiendo short y sandalias del Botafogo. Sin camiseta, como un pavorreal, exhibe sus tatuajes, mientras la gente lo abraza y le pide para tomar una foto. “El tatuado”, como lo llaman, es una celebridad.

Además de los 83 tatuajes, que le cubren prácticamente todo el cuerpo y que retoca semanalmente, Delneri se pinta las uñas de manos y pies de negro con una estrellita blanca, simulando el escudo del club.

“Hacerse el tatuaje duele, pero si uno lo hace porque quiere, es un placer” y es por eso que en los espacios que aún le quedan en su lienzo de piel, ya dorada por el sol, se hará más, anunció.

En Brasil se le llama a este tipo de fanático “torcedor doente” (hincha enfermo), a lo que Delneri responde: “enfermo es quien no hincha por el Botafogo”.

DE PADRES E HIJAS

Su primer tatuaje se lo hizo hace 14 años y se lo dedicó al “eterno astro” Garrincha. Después fue llenando su cuerpo con escudos, frases e himnos. Tiene hasta uno del perro Biriba, que el presidente del club en 1948 llevaba a todos los juegos porque pensaba que le daba suerte. “Es que el botafoguense es supersticioso por naturaleza”, explica.

Es así como por ejemplo Glaucia, la hija mayor de Delneri, no entra a la tribuna si no tiene una camisa oficial.

Esta profesora de 44 años y su hermana menor Marcela (38) tienen 10 tatuajes cada una, lejos de la marca de su padre, a quien intentan acompañar siempre al estadio.

“Con seis años ya iba al Maracaná. Con mi padre aprendí a amar al club y ahora es mi pasión”, asegura Glaucia, que tiene ahora en Facebook una “pequeña comunidad botafoguense” con 2.800 seguidores.

No obstante, Malvina Gonçalves, la esposa de Delneri, sigue poco los partidos, aunque cuida con fervor el curioso palacio botafoguense donde vive con su marido hace 45 años.

En la puerta de la pequeña casa en Bangú, un barrio humilde en el norte de Rio, un aviso advierte: “Sea bienvenido, pero por favor no hable mal del Botafogo”.

Y dentro todo es blanco y negro. Hay cuadros con fotos del equipo, un asta para la bandera del club, y los dos perros de la familia se llaman Loco Abreu y Garrinchinha.

“Creo que ama más al club que a mí”, dice Malvina entre risas. Él le asegura que ella va primero… pero Botafogo, claro, viene inmediatamente después.

http://youtu.be/l72bAJ7v8os