Vivo en la Torre de Babel, así tal cual. En mi patio común se habla simultáneamente persa, árabe, japonés, alemán, coreano, nigeriano, urdu, bangla y tailandés además del clásico inglés y español.

Entonces, luego de más de un año con la mente seteada en inglés y compartiendo diariamente con mi amiga jordana, termino hablando español con la chica que habla árabe, inglés con mi hija y chapurreo palabras en árabe con mi amiga tailandesa. Peor aún, los mezclo todo una cosa extraña del estilo “Que quieres what, habibi?” y contra toda predicción, me responden acorde.

Es que al final, entre la familiaridad y el lenguaje no verbal, uno termina entendiendo cuando una mamá le pide a uno de los hijos que haga algo o se porte bien. Pero hay otras lenguas que ni con toda la voluntad del mundo puedo agarrar ni una palabra aunque me propuse aprender al menos una de cada idioma. Veremos qué pasa.

Lo que no termina de sorprenderme en esta multilingualidad, es la habilidad maravillosa de los niños para “hablar” el lenguaje internacional de los juegos, cada uno en su lengua y todos entendiéndose. Aunque, con el tiempo y mientras van creciendo, los niños –independiente de la nacionalidad- van asumiendo el inglés como su idioma, poniendo a los padres en un desafío permanente de hacerlos hablar la lengua nativa.

Pero claro, si en el colegio y con los amigos hablan inglés, cuesta sacarlos de ese idioma. Incluso, muchos bebés empiezan a hablar primero en inglés imitando a los hermanos mayores. Si bien todos entienden la lengua materna, la mayoría tiene problemas o de frentón, se rehúsan a usarla.

Entonces, la chica jordana de 2 años empieza a hablar árabe con acento británico con su madre e inglés con su hermano; la hija chilena de un estudiante en Cambridge le dice a la abuela por Skype “look at my herida” y los hijos mexicanos de estudiantes de Doctorado se excusan por su pobre español con la abuela que no habla inglés diciendo “es que no hablo muy bien el mexicano”, con un acento británico perfecto.

Dicen que los niños que hablan más de una lengua desde pequeños estarán mejor preparados para solucionar problemas y tendrán una pronunciación perfecta. Pero en esta torre de Babel donde los adultos a veces se nos cruzan los idiomas, no sé qué puede pasar cuando los niños están empezando.

Martín tiene 2 años. Su madre chilena Marcia le habla en español y él responde en español sin pensarlo. Con la misma naturalidad, responderá en inglés cuando su padre británico le pregunte algo. Martín no muestra problemas para cambiar de uno a otro, ni rechaza la lengua materna. Es lo que podríamos llamar, un bilingüe nato.

Pero en cambio, los hijos de mis compañeros de universidad tienen a hablar inglés entre ellos, incluso entre hermanos y con sus padres, aunque los padres les pregunten en la lengua nativa. ¿Qué pasa entonces cuando regresan a sus países? Pienso… y me atrevo a inferir que ellos también se lo preguntan.

Quizás sea un contratiempo de traer hijos a otro país. Quizás en verdad estoy pensando de más (para variar) y con la misma facilidad que agarraron el inglés retoman el idioma materno y todos los terribles escenarios están sólo en mi imaginario.

En todo caso, sea como sea, creo que es un problema menor comparado con todo lo que hemos ganado al venir acá y sentarnos en el patio de la casa a escuchar cómo otras familias nos comparten no sólo otros idiomas, sino otras culturas, realidades, costumbres y visiones del mundo. Que aunque sean breves y sesgadas, pues abren en nuestras mentes la posibilidad de concebir el mundo de otra manera, aunque usemos spanglish-árabe para poder explicarlo.

Claudia Farah S.
(Faracita) Periodista, escritora amateur, madre polisilábica de una adolescente, crítica de realidades y creyente fanática de que se puede cambiar el mundo. Actualmente vive en Inglaterra después de hacer el Magister en Filosofía, Política y Economía en la Universidad de York.