Rusia organiza por primera vez los Juegos de Invierno (7-23 de febrero) con un dispositivo de seguridad sin precedentes en la historia olímpica debido a la amenaza terrorista, en un acontecimiento que el presidente Vladimir Putin quiere convertir en escaparate de la modernidad de su país.

Después de años de trabajos faraónicos, la estación balneario de Sochi -a 1.400 kilómetros al sur de Moscú-, casi virgen de instalaciones deportivas, ha cambiado de piel con una serie de equipamientos de última generación.

Rusia ha invertido cantidades colosales en los ya conocidos como ‘los Juegos de Putin’, llamados así por el empeño personal del presidente en mostrar el poderío del país en una cita planetaria.

Con 50.000 millones de dólares (37.000 millones de euros) invertidos son de lejos los juegos más caros de la historia. La mitad de esta cifra ha sido aportada por el estado, mientras que el sector privado ha colaborado con el resto.

Unos 6.000 atletas y sus respectivos acompañantes, procedentes de 90 países, competirán en 98 pruebas. En los primeros Juegos de Invierno, en Chamonix (Francia) en 1924, compitieron 250 deportistas.

37.000 policías, el ejército y drones

La seguridad se ha convertido en la gran obsesión de estos Juegos. La preocupación se ha acrecentado después de los dos atentados suicidas que causaron 34 muertos a finales de diciembre en Volgogrado, a 700 kilómetros de Sochi.

Los ataques no fueron revindicados, pero el ‘modus operandi’ es el que utilizan los rebeldes islamistas del norte del Cáucaso, cuyo jefe, Doku Umarov, fue dado por muerto “al 99,9%” por el presidente de Chechenia, Ramzan Kadyrov, el 17 de enero.

En consecuencia, más de 37.000 policías y unidades del ejército de tierra equipados con misiles han sido movilizados para proteger los Juegos.

La vigilancia se realizará también desde el cielo con un sistema por satélite y decenas de drones. El tráfico por carretera en Sochi tendrá muchas restricciones y la navegación en el Mar Negro estará limitada.

Además todas las llamadas telefónicas y las conexiones a internet serán vigiladas por el poderoso Servicio Federal de Seguridad (FSB, antiguo KGB).

El dispositivo de seguridad global será más completo que el que se organizó para los Juegos Olímpicos de Pekín-2008, en lo que a vigilancia de un gran acontecimiento se refiere.

Tras llegar al poder hace 14 años, Vladimir Putin se ha volcado desde 2007 para que Sochi-2014 brille al máximo nivel. Será la primera gran cita deportiva que organice Rusia desde la caída de la URSS en 1991.

Pero el acontecimiento cuenta con un gran componente político. Algunos dirigentes occidentales ya lo han ‘desairado’, con el presidente estadounidense Barack Obama a la cabeza.

Tanto él como sus homólogos de Francia y Alemania han anunciado que no asistirán a la ceremonia de inauguración el 7 de febrero en el estadio Fisht de Sochi, que comenzará a las 20h14 locales (16h14 GMT) como símbolo del año de los Juegos.

Estas ausencias se interpretan como una protesta contra las violaciones de los derechos humanos en Rusia.

El país también ha sido criticado por el tratamiento de los trabajadores inmigrantes contratados en masa para las obras de Sochi, la corrupción de algunos de los responsables de las mismas y los importantes daños causados al medio ambiente.

Al recibir en octubre en Moscú a la antorcha olímpica llegada desde Grecia, Putin declaró que su país mostrará “respeto por la igualdad y la diversidad conforme a los ideales del movimiento olímpico”.

Otro aspecto conflictivo ha sido el trato que se dispensa en el país a los homosexuales. La aprobación de una ley en la que se prohíbe la “propaganda” homosexual ante los menores, con riesgo de prisión, ha provocado una controversia mundial, con múltiples llamadas al boicot de Sochi-2014.

Los defensores de los derechos humanos han acusado a las autoridades rusas de estigmatizar a los homosexuales con este texto y hasta 27 galardonados con el Premio Nobel escribieron una carta a Putin para protestar conra la ley

Últimamente Putin se ha mostrado más flexible. Entre sus gestos positivos están los indultos otorgados en diciembre, entre ellos al exmagnate del petróleo y opositor Mijaíl Jodorkovski, que pudo salir de la cárcel después de más de diez años preso.

También otorgó la amnistía a las dos jóvenes miembros del grupo Pussy Riot, condenadas a dos años de prisión por protestar contra Putin con un ‘rezo punk’ en la Catedral de Moscú.

A principios de enero Putin cedió a las pretensiones del Comité Olímpico Internacional y autorizó las manifestaciones en los Juegos, con la creación de una zona ‘especial’, logrando la autorización de las autoridades locales, normalmente muy reticentes a las protestas en la vía pública.