La muerte del brigadista forestal, Narciso Tapia Arriagada, 37 años, chillanejo, en su tercera temporada como combatiente de incendios de bosques, es un llamado de alerta a la conciencia de empresas y de las autoridades encargadas de velar por la vida de los trabajadores.

¿Hasta cuándo ellos van a ser una suerte de bomberos de segunda o peor aún, un producto barato y hasta desechable? ¿Valen tanto las plantaciones y tan poco la gente?

Las tragedias suman y siguen y ya son 63 los muertos desde 1970, a la fecha, según cifras de la Asociación Chilena de Seguridad y el Ministerio de Agricultura, que no incluyen a los heridos ni a los aviadores.

Imposible olvidar el avión Canso que cayó en medio de una población en Chiguayante en combate de incendio causado por los mismos vecinos para ver los lanzamientos de agua.

Siete hombres murieron en Carahue, y antes fueron trece al caer el helicóptero que los transportaba en un siniestro en Chanco, Región del Maule.

A los bomberos se les sepulta con honores, desfile nocturno y homenaje de la ciudad. En cambio, los combatientes forestales llegan casi solos al cementerio, porque ni sus compañeros pueden acompañarlo, siguen trabajando, con condiciones de seguridad mínimas y jefes que –como el miércoles– parecen tomar decisiones en extremo riesgosas, dejándolos en lugar peligroso, dan la orden de avances y ellos parten.

Dejan “carne de cañón”, un producto barato, con equipamiento mínimo y básico, muchas veces mal entrenado, peor pagado, mal alimentos, apenas hidratados, con jornadas que los dejan exhaustos.

¿Valen tanto las plantaciones y tan poco la gente?

Los bosques se queman y hay empresas que – literalmente – juegan a intentar apagar el fuego, con pequeños lanzamientos de agua que, en ocasiones, se evapora antes de llegar a tierra, cuyo objetivo pareciera ser buscar solo cumplir con lo mínimo, para que las compañías aseguradoras paguen los siniestros.

Las grandes empresas recibirán mucho dinero, sin responder por los muertos, para eso tienen a los subcontratistas, para poder lavarse la sangre de las manos.

¿Por qué valen tanto las plantaciones y tan poco la gente? Porque los pinos mandan, en la “cultura del desecho”, que relativiza el valor de la vida humana.