México tiene 117 millones de habitantes, es la mayor nación de habla castellana y su economía es casi 4 veces más grande que la de Chile. Es una vanguardia y una cumbre de la cultura latinoamericana. Sus universidades mantienen los más altos niveles de excelencia, y en artes plásticas, literatura, y cinematografía, el arte mexicano nos enorgullece a todos.

Pero, al igual que Colombia, la nación mexicana padece de esos parásitos mortales que son los narcotraficantes. Esos que, al abrigo de las torpes políticas anti-droga impuestas por Estados Unidos, forman mafias que manejan cada año presupuestos de decenas o cientos de miles de millones de dólares.

En estos momentos, México está enfrentando una crisis social militarizada que amenaza con volverse una auténtica guerra civil.

Es una crisis que, de partida, revela los inimaginables niveles de corrupción que parecen convertir al aparato del estado en un organismo agusanado, perforado por centenares de túneles ocultos que transportan la infección corruptora hasta los más altos niveles de la política, las finanzas y la administración pública.

Los narcotraficantes mexicanos plantean su ideología en tres palabritas muy elocuentes: Plomo o Plata. O sea: “si no quieres morir, déjate sobornar”.

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