Eduardo Yentzen Peric relata, desde su experiencia como fundador y director de la revista La Bicicleta, parte de lo que fue la resistencia cultural a lo que fue la dictadura.

La presentación en la ex-Parroquia Universitaria, Benvenuto Cellini s/n, Plaza Pedro de Valdivia, Providencia.

En el evento participarán Rudy Wiedmaier, Hugo Moraga, Álvaro Godoy, Pedro Villagra y Francesca Ancarola, además de los poetas Erik Pohlhamer y Jorge Ragal.

A continuación adelantamos la introducción del libro.

Este no es un libro

Es un soporte para la memoria colectiva

Nota: Ninguna omisión de persona o hecho es aquí intencional. Aspiro a que tod@s mis compañer@s de resistencia cultural contribuyan con sus recuerdos testimoniales, los que iré incorporando a este relato.

Somos los jóvenes de los años setenta. Nacimos como generación el primer año de la vía chilena al socialismo, y la dictadura nos condenó a muerte. En esos años miramos a la cara lo más noble y lo más horroroso del ser humano.

Frente a la crueldad y al intento de moldeamiento autoritario del país, nos propusimos levantar una resistencia cultural contra la dictadura, lucha que llevamos adelante entre los años 75 y 82, y que constituyó nuestro aporte más específico como generación. Luego nos integraríamos a la segunda etapa donde -a partir de las protestas- la lucha social de los ochenta saldría a las calles.

En ese contexto de país sitiado, de tortura y detenidos-desaparecidos, de amedrentamiento generalizado -el 74 o 75 no se podía hablar con el vecino o el compañero de estudios o de trabajo, sin temer que podía ser un soplón del régimen- algo en nosotros hizo que nos entregáramos a lo que nos pareció ineludible: no tolerar esos hechos, y no tolerar vivir en esas condiciones.

Ni siquiera hoy sé llamar a esa decisión un acto de valentía; lo interpreto ayer y hoy como un mandato interior que decía que sin hacer eso no valía la pena vivir. Por cierto que tuvimos que vencer el miedo, pero fue la necesidad de dar sentido a nuestras vidas en ese contexto lo que venció el miedo.

Ahora bien, una vez sentida la misión, fue necesario descubrir cómo llevarla adelante. En este punto se encuentran dos realidades: la del rechazo a la dictadura desde un sentido de humanidad que surge de nuestra generación, y la estrategia de resistencia política a la dictadura emprendida por los dirigentes clandestinos y exiliados de la izquierda.

La articulación entre la resistencia desde las tripas y la estrategia política de resistencia cultural, fue realizada por personas que actuamos de enlace entre ambos mundos, participando por una parte en un plano clandestino y por otra en un rol de liderazgo cultural legal y visible.

Entre los años 75 al 82, nació y creció un gran movimiento en el que participamos un conjunto multiforme de sub-culturas: izquierdistas y cristianos, anarquistas, existencialistas y hippies, creadores y humanistas, todas desde el imperativo de la democracia, los derechos humanos y la libertad, todas articulándonos desde la plataforma de un movimiento cultural de resistencia a la dictadura.

Junto a la importantísima defensa de los Derechos Humanos que se generó en ese periodo, y que tuvo un gran soporte en la Iglesia Católica, la resistencia cultural fue la acción propositiva y constructiva que dio inicio a la recuperación democrática del país, y que asomará a la calle en los 80, para culminar con el triunfo del NO el 88.

Aún me resulta conmovedor e impresionante revivir en el recuerdo toda nuestra creatividad en ese segundo quinquenio de los setenta. Allí se produjo efectivamente que debajo de cada piedra aparecía un artista, porque todos los que querían luchar contra la dictadura nos hicimos cantautores, poetas, actores, artistas gráficos, productores, difusores, creadores de talleres, vendedores de entradas o de suscripciones, elaboradores de volantes y rayados; y cada uno fue un resistente cultural, alguien que debía enfrentar los riesgos de la represión.

A manera de anécdota, tras la autorización de fundar nuevas publicaciones, posterior al plebiscito del 78, me tocó realizar la tramitación ante el régimen para que La Bicicleta fuera una revista autorizada por la dictadura, aunque sometida a censura previa.

Obtuvimos la autorización, y hacia adelante teníamos domicilio conocido y circulación legal. Sin embargo un día un joven de provincia –como se decía entonces– llegó a comprarnos unos ejemplares que se llevó feliz bajo el brazo, pero fue detenido por las Fuerzas Especiales de Carabineros que tenían su cuartel a unas tres cuadras de nuestra oficina, por portar ‘material prohibido’. De estos contrastes absurdos estuvo llena la dictadura. Cuando el 76 o el 77 ibas a una Peña, no sabías si habría un allanamiento y si terminarías detenido.

A veces no pasaba nada, a veces detenían a los artistas, otras veces al público. De lo que se trataba era de mantener a la población sometida a la incertidumbre y al miedo.

De allí la importancia de esa fuerza que nos movilizó. Porque sin el contacto “persona a persona” en el 74 y el 75, sin reconstituir un tejido de confianzas, sin comenzar a juntarnos en un taller de teatro o un grupo de música, sin iniciar una organización cultural, la voz de la dictadura habría sido el único discurso de interpretación de los hechos, nadie habría sabido que existía un rechazo y una resistencia al nuevo régimen, ninguna voz se habría levantado para presentar otra visión de mundo distinta a la voz oficial. No habríamos podido reconstruir una fuerza para desafiar una dominación tan abusiva.

Sin el primer paso, ¿quién puede dar el segundo? Sin los cantos de libertad en el Caupolicán, en la Parroquia Universitaria, en el Cariola, en las Universidades, en las Peñas, en las iglesias, sindicatos y poblaciones, sin la resistencia cultural de los 70, no habría habido redes, ni masa crítica, ni la experiencia de haber enfrentado al miedo; y todo eso permitió finalmente salir a gritar libertad a las calles en los años 80, hasta llegar al momento de decir No a la dictadura en el plebiscito. La lucha contra la dictadura fue un continuo, desde el inicio de la resistencia cultural el año 75 hasta el plebiscito en que triunfa el No. Esa fue nuestra causa, y esa la vida que vivimos en ese tiempo. Esa es la historia que aquí narro.

Para narrarla, he descansado, aparte de mis recuerdos personales, en la crónica de los hechos de ese tiempo registradas en la revista La Bicicleta, que es donde realizo también mi rol más específico. Eso me permite un recuento más colectivo, y trasciende las lagunas de mi memoria. Por ello, gran parte del relato sigue las temáticas de las distintas ediciones de la revista. También en el propósito de hacer un relato más colectivo, pedí a algunos amigos (y seguiré pidiendo a otros) que escribieran párrafos con sus recuerdos testimoniales, los que he incorporado al relato.

También quise iniciar esta narración presentando en un primer capítulo mi vida durante los años 60 y durante la UP. Esta parte no tiene el sentido histórico de lo posterior, pero quise ilustrar con mi vida de antes cómo el Golpe de Estado y la dictadura nos forzaron a tomar roles en esos dramáticos hechos colectivos, a personas que probablemente nunca habríamos ido en nuestra historia personal más allá de nuestros espacios de vida privada.

Quiero expresar aquí mi sentimiento de fraternidad y mi lazo eterno con mi generación de los ’70. Hicimos lo que tuvimos que hacer. Le dimos un sentido pleno a ese momento de nuestras vidas. Tenemos el corazón y la conciencia tranquilos.