Eran Premios Nacionales de Arquitectura y, desde perspectivas muy diversas, creyeron, difundieron y lucharon por ciudades y una sociedad mejor. Son Fernando Castillo Velasco, Christian de Groote y Alberto Cruz Covarrubias.

Son tres grandes referentes para muchos arquitectos y personas inquietas y activas, interesadas en lo que pasa, en mejorar nuestras realidades. Y es que no es fácil encontrar personas con estas características, con esa claridad de ideas –compartámoslas o no- y consecuencia en su actuar, en sus vidas. En el gremio de los arquitectos quedan pocos.

Fernando Castillo Velasco tuvo una larga y productiva vida como arquitecto, participando en sus inicios en obras de arquitectura moderna (internacional) que son parte de nuestro patrimonio moderno, como la Villa Portales o las Torres de Tajamar. Luego derivó a una arquitectura con sello propio, al punto de haber muchas personas que buscan vivir en condóminos “Fernando Castillo” (aunque tengan problemas de filtraciones o de aislación térmica)… Son pocos, poquísimos, los arquitectos que han logrado transformar su obra en “marca”.

Pero los aportes de Castillo Velasco superan ampliamente la arquitectura: fue rector de la Universidad Católica, “elegido” por los diversos estamentos de la Universidad Católica (ratificado por el Vaticano) para liderar la Reforma Universitaria a fines de los 70, con una gestión envidiable, en particular por las dificultades y efervescencia del momento (baste comparar con lo que ha pasado con las movilizaciones de los últimos años).

También fue alcalde de La Reina, y como tal dio el carácter a esa comuna, definiéndola como esencialmente residencial, a escala humana, fortaleciendo el concepto de barrio. Y rechazando grandes edificios y centros comerciales, limitándolos a los límites.

Estuvo ligado a la Democracia Cristiana, a los sectores más progresistas.

Pero por sobre cualquier otra cosa, fue un humanista, un arquitecto que puso a las personas (con su profundo sentido cristiano pluralista e integrador) como foco y centro de su quehacer, de su vida.

Christian de Groote inició su vida profesional colaborando con el arquitecto Emilio Duhart en el Edificio CEPAL y la Fábrica Carozzi. Luego, ya independiente, hizo el proyecto de El Mercurio para luego derivar en una vasta obra centrada en casas unifamiliares de grandes dimensiones, costosas.

Su arquitectura, muy moderna, que algunos han vinculado al mexicano Barragán, es de líneas puras y simples, rectas, de volúmenes claros.

Tal vez el mayor aporte de De Groote fue su activa defensa pública, en los últimos 15 o 20 años, de la ciudad. Así se opuso a la Costanera Norte (en especial por todos los problemas que generaba en muchos barrios aledaños), al proyecto diseñado por Cristián Boza frente a la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile, y a muchísimos proyectos e ideas que, a su parecer, podían afectar y afectan a Santiago.

Vinculado a la derecha, fue un gran aporte a la discusión, al debate, un estímulo a retomar el tema de las ciudades como un algo central para un país donde, en la práctica, no existe la planificación urbana, el desarrollo urbano como una idea de sociedad. En este sentido, abrió un gran espacio al derribar la idea –en Chile al menos- que la planificación urbana es idea del centro político o de las izquierdas, al requerir de una clara y decidida participación del Estado.

Sus planteamientos respecto a la ciudad fueron claros, precisos y consecuentes.

Alberto Cruz Covarrubias es, de los tres, sin lugar a dudas el más particular. Y es que Cruz es uno de los principales inspirador de la mítica Escuela de Arquitectura de la Universidad Católica de Valparaíso donde poesía, arte y arquitectura se ven y se trabajan íntimamente vinculadas.

Alberto Cruz, junto a Miguel Eyquem, Jaime Bellalta, Fabio Cruz y Francisco Méndez, entre otros arquitectos, y al poeta Godofredo Iommi y el escultor Claudio Girola, fundaron el Instituto de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Católica de Valparaíso en 1952 para luego cambiar de manera radical la Escuela de Arquitectura de dicha Universidad. Para ello se basaron en el poema Amereida.

Desde ese momento, hicieron múltiples viajes poéticos por América (las famosas Travesías), crearon y construyeron la Ciudad Abierta (verdadero Patrimonio Moderno de nuestra arquitectura) y desarrollaron un pensamiento y una mirada propia que han transmitido a las diversas generaciones de estudiantes que han pasado por esa Escuela.

Cruz encarnó lo que Holderlin planteaba: “poeticamente habita el hombre sobre la tierra”; y una postura muy particular –y por algunos criticable- respecto a la arquitectura (el arte y la poesía), donde se requería de una mirada y un ambiente particular, protegido, para crear.