Navidad suele ser un periodo extraño, a medias entre nuestro deseo de tranquilidad, amor, familia o reflexión, y el fervor consumista de los regalos y las obligaciones sociales.

Pero, ¿qué sucede si en esta fecha tan importante perdemos nuestro hogar y con él todas nuestras posesiones? Esa es la dura disyuntiva que en 2004 debió afrontar Crissy Gottberg, una de las colaboradoras de Yahoo Network, la cual quiso compartir la dura experiencia de quedarse en la calle junto a su familia.

A continuación puedes leer su columna, traducida por BioBioChile.

A medida que la Navidad parece concluir y que el nuevo año se aproxima, puedo reflexionar respecto de cómo sobrevivimos esta, nuestra peor y mejor Navidad.

Verán, hace poco mi vida pareció tocar fondo. Muchos dicen lo mismo y muchos estarán en lo cierto, pero esta es mi historia.

Hace dos años caímos en bancarrota. Tratamos de resolverlo: pedimos créditos, tratamos de consolidar deudas e incluso vendimos todo lo que teníamos para vender. Aún así, al final no tuvimos opción. Cuando el estado se queda con tu sueldo como pago por cuentas médicas vencidas, y ni siquiera puedes comprar comida para tu familia, es hora de darse por vencido y declararte en bancarrota.

Se suponía que eso nos brindaría un comienzo totalmente nuevo. Se supone que podrás volver a montar el caballo y seguir cabalgando, pero no siempre funciona de esa forma. Nosotros caímos y nos caímos muy duro.

En julio de 2004 nos rendimos. Perdimos nuestro departamento y nuestro auto. Perdimos incluso la posibilidad de conseguir otro departamento o una cuenta corriente. Repentinamente, con 3 niños y un hamster, nos habíamos quedado sin un lugar donde vivir.

No tener dónde vivir no significa necesariamente que debas dormir en la calle o en tu auto. Tuvimos la suerte de que un familiar nos acogió. Por dos semanas nosotros, una familia de 5, tuvimos que dormir en el piso de un pequeño remolque, antes de conseguir un remolque aún más pequeño donde poder quedarnos.

Y cuando digo pequeño, es realmente pequeño. Fuimos 5 personas viviendo durante tres meses en un remolque plateado de 3 x 2 metros. Por fortuna era verano y los niños pasaban la mayor parte del tiempo fuera.

Volvimos a tener dinero para comprar comida, pero no teníamos idea de cuál era el siguiente paso que debíamos dar. Aún no podíamos permitirnos un nuevo departamento. Los arriendos subieron drásticamente en nuestra zona, el costo de los combustibles se disparó, pero nuestros ingresos no se modificaron. Incluso pedimos ayuda a la beneficencia, pero nos dijeron que no podían ayudarnos porque “ganábamos demasiado”.

No tener casa cuando vives con 3 niños no es tan barato como podrías pensar. Tuvimos que comprar un generador de electricidad, combustible para el generador, trasladarnos hasta la ciudad atravesando un camino frío y embarrado. Además, la comida es más cara cuando no tienes un refrigerador, así que tuvimos que intentar, sin mucha esperanza, de encontrar algún lugar mejor donde vivir.

Ese lugar mejor vino en la forma de una casa rodante de 6 metros con el motor arruinado. Por 100 dólares (50 mil pesos) habíamos obtenido algo un poco más grande. Nuestras hijas aún tenían que compartir la cama, pero podíamos estirarnos, podíamos respirar y teníamos una mesa para hacer nuestras cosas. También conseguimos un refrigerador para poder comprar comida más saludable.

Nunca estuve más agradecida de tener un pedazo de chatarra desvencijada como era esa casa rodante. Llegó la época de lluvia y como era de esperarse tenía goteras, pero aún así estaba agradecida de tenerla. Nos encerrábamos en ella y recordaba que pudimos haber estado aún más encerrados en aquel remolque plateado de 3 x 2 metros con 3 niños incapaces de quedarse quietos.

Para la Navidad de ese año teníamos algo de dinero con el cual comprarle regalos a los niños, pero no teníamos espacio para guardar nada asi que elegimos cuidadosamente. Calcetines, ropa interior, poleras y sólo un par de juguetes pequeños para cada uno. Juguetes que no desaprovecharían aquel valioso espacio que teníamos. Juguetes que pudieran compartir. Juguetes que duraran porque no podríamos comprar otros durante todo un año.

No hice decoraciones aquel año. No tuvimos árbol porque no teníamos espacio para ponerlo. Envolvimos los regalos, los guardamos en una repisa y esperamos. Las lluvias se hicieron más intensas. Los caminos se inundaron.

Para Navidad, pudimos pasar la noche en la casa de un familiar y abrir nuestros regalos bajo un árbol. Quizá no era tan bueno como tener nuestra propia casa y nuestro propio árbol, pero estaba tibio y seco.

Luego volvimos a la casa rodante, arrastrando nuestros regalos con nosotros y tratando de no pisar sobre el lodo.

Ha pasado un año desde aquella amarga Navidad. Las cosas han cambiado. Encontramos un remolque para arrendar y tenemos nuevas cuentas que pagar. Nuevas cuentas significan que no tenemos dinero para regalos de Navidad, pero al menos esta vez tenemos un árbol. Pagamos la renta y ya no nos consideramos desamparados. Aún podemos comprar comida y aún podemos dejar que los niños jueguen en el patio.

Pese a todo, aunque no podemos comprar mucho para nuestros hijos, podemos darles algunos pocos regalos bien elegidos. Cada uno recibió al menos una de las cosas que pidió.

Estamos bajo techo, estamos alimentados y ya no somos desahuciados. El futuro aún no se ve brillante, pero incluso si se queda como está ahora, es por lejos mejor que aquella casa rodante oxidada con goteras en el techo. Es mejor que las carreteras inundadas que lentamente dañaban nuestro auto.

Y es mucho, muchísimo mejor ahora, esta Navidad que muchas de las que pasé antes, simplemente porque tengo una nueva perspectiva de lo que es el hogar y una familia. De la seguridad y la tranquilidad.

Una nueva y mejor comprensión de lo que es la Navidad.