De visita en la Fundación Las Rosas, hace algún tiempo, me tocó presenciar una situación que hasta podría haber sido un chiste cruel… pero que estaba tan cargada de sentido, y de extraña belleza, que ya no era ningún chiste. Era más bien una síntesis de nuestra condición humana, donde el anhelo y la vehemencia nos manejan mejor que cualquiera ideología.

Fíjese que una señora ya muy viejecita, que estaba de cumpleaños, se nos acercó muy agitada… casi casi feliz, y nos anunció, trémula, fíjese usted… que recién casi había recibido una carta de su familia.

Y luego nos explicó que la carta le había llegado a su compañera de pieza. ¡Tan cerquita!… ¡Tan emocionante! Como dijo una vez William Shakespeare, “estamos hechos de la misma sustancia con que están hechos los sueños”.

Y para ella la proximidad de aquella carta resultó como una “brisita” de fragantes sueños. La certeza de que en alguna parte de veras existen los parientes amorosos que envían cartas maravillosas en el cumpleaños de las viejecitas. Para ella, la palabra “casi”, significó la fe en lo que es posible, aunque no le toque a uno. Ella sintió que de veras… casi le había llegado una carta.

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