Dentro de la académica producción inglesa de los años cuarenta y cincuenta, la aparición de esta compañía productora le dio nuevos bríos a la industria cinematográfica británica y, de paso, al cine de terror de corte gótico. Hammer Films fue una compañía puesta al servicio de sus artistas, una camada de directores y actores entre los que destacaron los intérpretes Christopher Lee y Peter Cushing y los realizadores Terence Fisher y Freddie Francis, entre otros. Todos ellos retomaron los viejos personajes de Universal Pictures (como Drácula y Frankenstein) y les dieron nuevas lecturas. Este ciclo incluye una selección de representativos filmes de las décadas de los cincuenta, sesenta y setenta, y sólo una producción actual.

La maldición de Frankenstein, de Terence Fisher (1958, 89’)
Fue Frankenstein el monstruo de Universal Pictures que primero se sumó a la imaginería Hammer. En esta versión del clásico, el personaje del barón Víctor Frankenstein se encuentra condenado a muerte por crímenes perpetrados por su creación. Así, en un gran flashback, el doctor cuenta su obsesión por la muerte, iniciada con el fallecimiento de su padre, y su intención de crear vida a partir de cadáveres.

Drácula, de Terence Fisher (1958, 82’)
Obviamente no fue la primera pero sí la que definió el rumbo de la productora, modernizando el cine de horror e incorporando deliberadas connotaciones sexuales a su iconografía que tuvieron en Drácula como su principal estandarte. Conocida también como El horror de Drácula, se ciñe lánguidamente a la película original de Universal y se inicia con el conflicto ya resuelto entre la criatura y sus dos perseguidores: Jonathan Harker y especialmente Van Helsing, quien se convertirá en el personaje principal en las adaptaciones que la productora hará del personaje. La carga lasciva de Drácula, la renovación cromática y también la punzante partitura compuesta por James Bernard serán marcas de fábrica en sucesivas producciones.

El sabueso de los Baskerville, de Terence Fisher (1959,87’)
A pesar del inevitable peso de la dirección de arte y de los decorados de época, las producciones de la Hammer tienen indiscutible vocación de serie B, del mismo modo en que lo fueron las películas que conformaron el ciclo de obras de Edgar Allan Poe que realizó Roger Corman en los sesenta. Utilizando los mismos escenarios de Drácula, Terence Fisher adaptó con eficacia una de las célebres historias de Sherlock Holmes (Peter Cushing) sobre un mastín que ha aterrorizado a una familia aristocrática desde hace años y que sólo es la pantalla para otros hechos extraños que la rodean.

La maldición del hombre lobo, de Terence Fisher ( 1961,91’)
Primer acercamiento de la productora al mito licántropo, que tendría su contraparte en La leyenda del hombre lobo que Freddie Francis realizaría fuera de los estudios Hammer catorce años más tarde). Luego de ser violada, una mujer sordomuda tiene como descendencia a un niño que comenzará a tener una horrenda metamorfosis que se acrecentará en la adultez y en las noches de luna llena.

El terror de los Tongs, de Anthony Bushell ( 1961,76’)
Título perdido de la filmografía Hammer con una estética recargada en más de un sentido. A comienzos de siglo en Hong Kong la hija del capitán de un barco británico es asesinada por una secta llamado Tong del dragón rojo. Será el padre de la víctima quien inicie la investigación del crimen ante la imposibilidad de la policía de hacerse cargo del caso.

Las novias de Drácula, de Terence Fisher ( 1960, 85’)
Otro de los éxitos de la productora asociada a temas vampíricos. La historia narra el padecimiento del joven barón Meinster a quien su madre decide confinar al encierro luego de ser mordido por Drácula. Cuando una bella profesora mujer lo libera sin conocer su mal se inician los asesinatos. Concebida originalmente con Christopher Lee, su negativa momentánea de volver al rol que le dio fama obligó a modificar la historia concebida como secuela de Drácula.

La Momia, de Terence Fisher (1959, 88’)
Quizás una de las cintas más difundidas de la Hammer sea esta versión inspirada en la cinta de Karl Freund de 1932. La historia se inicia en Egipto cuando un grupo de arqueólogos penetran la tumba de la sacerdotisa Ananka, desatando la ira de quien fuera su amante y cuidador. Todos los científicos comienzan a ser asesinados con la exclusión de John Banning (Peter Cushing), quien luego de un accidente no ingresó a la cripta. El flashback que cuenta la historia de los amantes y su trágico destino es bellísimo y modifica la naturaleza de la momia, otorgándole un hálito romántico. Hasta hoy la película sigue siendo muy efectiva.

El fantasma de la ópera, de Terence Fisher (1962, 90’)
Muy distinta de la interpretación de Lon Chaney fue la del alemán Herbert Lom, quien humaniza el relato original de Leroux y convierte esta historia asociada al cine de horror en una tragedia romántica. Desde luego su “fantasma” está más humanizado y el relato convierte esta historia de amor y venganza en algo distinto del clima expresionista que tuvo la excelente versión muda de Rupert Julian.

El beso del vampiro, de Don Sharp (1963, 88’)
Sin Christopher Lee, esta secuela del personaje retoma varias de las marcas de fábrica que la productora acuñó en Drácula y Las novias de Drácula. Aquí la historia se traslada a Baviera en 1910, donde una pareja de recién casados hace una parada en su viaje de luna de miel y acepta la invitación de ir a cenar al castillo del doctor Ravna, un prominente hombre de la ciudad. Durante esa noche las verdaderas intenciones vampíricas de Ravna quedarán expuestas.

Paranoico, de Freddie Francis (1963, 80’)
Freddie Francis, uno de los más influyentes directores de fotografía ingleses (Hijos y amantes, Posesión satánica, El hombre elefante, Duna y Cabo de miedo) desarrolló una valiosa carrera paralela como realizador y fue, junto a Fisher, la figura más prominente de la productora. Paranoico fue la tercera cinta que dirigió y en ella aborda la psicopatía de su personaje central casi a la manera Hitchcockiana. Simon Ashby es un psicótico que vive junto a su hermana en la mansión familiar. Su vida ha sido eclipsada por dos tragedias, la muerte de su padre y la de su hermano menor. Sin embargo, un día aparece un joven que dice ser el hermano fallecido, y su llegada reabre las heridas familiares.

Pesadilla, de Freddie Francis (1964, 83’)
Sin duda los filmes más autónomos en temática y estilo de cuántos realizó Hammer Films fueron los dirigidos por Freddie Francis, y podría decirse que su veta está más fuertemente anclada en el psicoanálisis que las cintas de Fisher. En Pesadilla la protagonista es una estudiante que sufre sueños tormentosos con su madre que asesinó a su padre cuando ella era niña. Con el paso de los días los sueños incrementan su ferocidad y obligan casi a la reclusión de la joven en casa. Freddie Francis llena la historia de ritualidades hogareñas que, lejos de ser familiares, amplifican la tensión hasta la climática escena de la fiesta de cumpleaños. Una película perversa como pocas.

La gorgona, de Terence Fisher (1964,83’)
Una serie de asesinatos perturban un tranquilo pueblo inglés. La particularidad es que todas las víctimas han sido convertidas en piedra y eso tiene desconcertada a la población. Después de la última muerte, las sospechas recaen en el amante de la víctima, pero cuando éste aparece muerto todo vuelve a cero y la posibilidad de que un poder sobrenatural esté detrás se hace más plausible. La gorgona es uno de los filmes menos conocidos de Fisher. Su argumento mezcla mitología griega con los temas y ambientes propios de la productora. Dada la participación de los mejores artistas de la Hammer -James Bernard en la música, John Gilling en el guión, Michael Reed en la fotografía y, por cierto, Cushing y Lee en los protagónicos- el filme merece cuidadosa atención.

La plaga de los zombies, de John Gilling (1966, 91’)
El tema zombie fue pocas veces incorporado en el universo Hammer y esta cinta no tiene nada que ver con la aproximación fundadora de George Romero y La noche de los muertos vivientes, estrenada dos años después. Más bien se trata de una profundización de los asuntos propios del vampirismo que, en varios sentidos, se asemejan al zombie. En un pueblo inglés se desata lentamente una epidemia que comienza a cobrar la vida de la población y dos médicos se lanzan a investigar las causas, hasta que dan con un hechicero que utiliza magia negra para despertar a los muertos.

Un millón de años A.C., de Don Chaffey (1966, 100’)
La imaginería erótica cuidadosamente trabajada (vía Raquel Welch en traje de baño prehistórico) es probablemente el atributo más recordado de esta cinta que tuvo al especialista Don Chaffey (Jason y los Argonautas) en la dirección. Dejando de lado sus evidentes licencias históricas, que vinculan a tiranosaurios y cavernícolas, la película narra la lucha entre tribus rivales y el amor que surge entre dos de sus miembros. Esta cinta es una de las producciones más costosas de Hammer Films y en su realización la compañía se unió a la entonces poderosa Seven Arts -alianza que perduraría en otros títulos- pocos meses antes de que ésta adquiriera el control de Warner Bros. Ray Harryhausen, el mago de los efectos especiales, se hizo cargo de los prototipos animados y la cinta, obviamente, fue un éxito.

Drácula, príncipe de las tinieblas, de Terence Fisher (1966, 90’)
Esperada secuela de Drácula y retrasada por diversos inconvenientes de producción, la cinta retoma la esencia del personaje, diez años después de la anterior. Cuatro turistas ingleses que se dirigen a las montañas aceptan hospedarse en el castillo del conde Drácula. Lo más curioso de esta producción es que la figura del conde se siente durante todo el filme aunque Christopher Lee apenas aparece en cinco escenas y, literalmente, no pronuncia palabra alguna durante toda la cinta, opción reveladora de la confianza de la producción en su capacidad atmosférica del personaje. En todo caso, fue la última vez que Fisher dirigió un filme de Drácula.

¿Qué sucedió, entonces?, de Roy Ward Baker (1967, 97’)
Cuando unos excavadores desentierran un extraño objeto metálico que no pueden identificar, el profesor Quatermass es llamado a descifrar el enigma. Este resulta ser una nave extraterrestre que, en otros tiempos, alteró la evolución humana hasta darle al hombre su condición actual. Las criaturas parecen dormidas pero la posibilidad de que despierten moviliza la acción de la película. El personaje de Quatermass está basado en una producción de televisión que emitió la BBC en el verano de 1953, y que tuvo autonomía fílmica con El experimento del doctor Quatermass, dirigida por Val Guest en 1955.

Drácula vuelve a la tumba, de Freddie Francis (1968, 92’)
Esta es la tercera película Hammer de la saga del conde Drácula y con Christopher Lee en el protagónico. La historia es simple: aunque nuevamente se le cree muerto, esta vez Drácula resucita gracias a la sangre de un sacerdote que está realizando un exorcismo. Al volver a la vida el horror vuelve a expandirse por Transilvania.

Rasputín, el monje Loco, de Don Sharp (1968, 91’)
Considerada una obra menor dentro del amplio repertorio Hammer, esta cinta de ribetes shakespereanos recrea libremente la figura de Rasputín, brujo, médico y consejero de la familia de Nicolás II. La cinta evita mayores pormenores biográficos y se centra en la forma como, a través del sexo y el alcohol como mercancía, Rasputín consigue acumular poder hasta erigirse como hombre de confianza en el entorno más íntimo del Zar.

El circo de los vampiros, de Robert Young (1972, 87’)
Luego de un asesinato, un pueblo cae presa de una peste que termina por extenderse por toda la región, generando odiosidad en otras comunidades hacia sus habitantes. La llegada de un extraño circo compuesto por hombres deformes parece otorgar distracción en medio de la tragedia de sus pobladores, pero los integrantes del espectáculo han llegado desde lo profundo para vengar el asesinato. El filme es una pequeña producción, con poco presupuesto y sin estrellas, pero que busca ajustar el mito vampírico a los nuevos públicos de la década del setenta.

Frankenstein y el monstruo del infierno, de Terence Fisher (1973, 99’)
Esta película cierra el ciclo de la Hammer dedicado al mítico monstruo armado con cadáveres. En él participan Peter Cushing como el doctor y David Prowse como la nueva criatura, tres años antes que George Lucas los volviera a juntar para los roles de Grand Moff Tarkin y Darth Vader en La guerra de las galaxias. Ya envejecido, el barón Víctor Frankenstein está recluido en un hospital psiquiátrico y es ahí donde continúa sus experimentos, utilizando a los internos como material de prueba. Junto a su ayudante, logra que un violento psicótico sirva como depósito para armar su nueva criatura, además de las manos de una escultora y el cerebro de un científico.

Capitán Kronos, cazador de vampiros, de Brian Clemens (1974, 91’)
El protagonista de esta cinta tiene varios paralelos con Blade: El cazador de vampiros, personaje nacido de Marvel en la misma época y llevado al cine décadas más tarde. Porque el Capitán Kronos también es un perseguidor de vampiros que, siendo él mismo víctima del vampirismo cuando niño, conoce las debilidades y fortalezas de la raza. Kronos llega a un pueblo donde se han detectado asesinatos y los cadáveres presentan un extraño envejecimiento y ni una sola gota de sangre en sus venas. El arribo de Kronos también servirá al protagonista para su propio ajuste de cuentas con los vampiros.

Déjame entrar, de Matt Reeves (2010, 116’)
El espléndido filme Criatura de la noche, que el sueco Tomas Alfredson realizó en 2008, fue adaptado en una operación que coronó la resurrección de la Hammer, iniciada sin demasiada prensa en 2007. Los rumores iniciales decían que Christopher Lee sería parte del elenco y que interpretaría al anciano protector de la muchacha vampiro, elección que habría hecho del retorno de la compañía algo perfecto. Pero finalmente fue el talentoso Richard Jenkins (más ajustado a la edad de su personaje que Lee) quien tomó el rol. Menos sutil que la original, de todos modos esta versión funciona bien como un acercamiento hacia el vampirismo desde el prisma infantil.

Sala de cine. Centro de Extensión UC, Alameda 390, Santiago. Telefonos 23546546 / 23546507 cine@uc.cl. Entrada general: $2.500

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