Durante este caluroso verano, entre cientos de acontecimientos de primera línea artística, en los incontables escenarios del Viejo Mundo, sobresalen las representaciones de las óperas de Richard Wagner. El nombre del compositor domina sin contrapeso las carteleras de los más famosos teatros europeos, pongamos, a manera de ejemplo, las principales salas de Alemania, o la Scala de Milán, la Opera del Estado de Viena, el Covent Garden de Londres o la Ópera de la Bastilla de Paris.

¿Qué sucede? Ocurre, ni más ni menos, este año se celebra en grande el bicentenario del nacimiento del legendario músico, un 22 de mayo de 1813. Y en Leipzig, antigua ciudad de Sajonia donde Richard vino a este mundo, acaba de inaugurarse un precioso monumento a su memoria. Además allí se ha representado, completa, una de sus creaciones más famosas, la compleja y larga obra “El anillo del Nibelungo”.

Frases que se repiten: Wagner fue un ser monstruoso. Su existencia es una retahíla de infidelidades. Fue un manipulador, un antisemita sin vuelta. Un oportunista. Y al otro lado del disco: fue uno de los músicos más tremendos y profundos que ha parido la humanidad.

A Wagner se le adora o se le detesta” dice Sven Oliver, autor de un libro reciente sobre esta notable figura. Añade: para los alemanes, hasta el día de hoy, el músico ha significado una historia de odio y de entrega. “Como ser humano era temible, amoral, hedonista, egoísta, agriamente racista, arrogante, saturado de evangelios del superhombre (por supuesto el superhombre era él) y de la superioridad de la raza alemana… en una palabra, representaba todos los aspectos desagradables del carácter humano.” Son palabras que escribió un famoso crítico e historiador de la música, Premio Pulitzer, Harold C. Schonberg, especialista en el tema y con treinta años en la plantilla del “The York Times.

Por un lado, repetimos, se le califica como un ser monstruoso, por otro como genio, quinta esencia de la “germanidad”. Por un lado sus mundialmente aplaudidas óperas resultan grandilocuentes, estridentes, excesivas y por otro todas significan belleza suprema, el más hondo latido del alma humana.

Hitler, uno de los más siniestros personajes de la historia, adoró a Wagner hasta la exageración. Durante el nazismo la conocida música de la Cabalgata de las Valquirias, acompañaba a los judíos cuando, en los campos de exterminio, los carceleros les conducían rumbo a esa espantosa muerte en las cámaras de gas. La misma música suena sobrecogedora, en la película “Apocalipsis Now”.

Beethoven, durante la primera mitad del siglo 19, dominó la música europea y del mundo. Wagner hizo lo mismo en la segunda mitad.

Fue el noveno hijo del matrimonio de Carl Friedrich y Johanna Rosine Wagner. Sin embargo hay indicios, solamente indicios, que su verdadero padre fue un actor, judío, Ludwig Geyer.

Richard de pequeño o ya mayor, no era precisamente un Adonis, más bien un tipo de corta estatura que, antes de cumplir los veinte años, paso un breve período universitario. Allí destacó por su cháchara inagotable, su dogmatismo, la tendencia al juego y a empinar el codo. Pero esa persona irradiaba fuerza. Luego, aunque su egoísmo rayaba en la locura, aunque se creía un dios, su genio lo encumbró a las alturas. Curiosamente, además, fue casi un autodidacta pero supo utilizar su notable instinto y sentido musical.

En la capital alemana y en otras ciudades del país se desarrollan estos días actos, encuentros, seminarios por todo lo alto examinando la vida y obra del músico. En medio de palabras doctas y solemnes también se pone el acento en las mujeres que le idolatraron. He aquí algunos nombres: la actriz Minna Planer que estuvo con él en las duras y en las maduras; la hermosa Jessie Laussot, que le ayudó con sus deudas financieras; la dulce Mathilde Wesendonk, joven esposa de un rico comerciante de sedas. Ella inspiraba al músico mientras su marido obsequiaba al galán con el buen billete; Cosima Liszt, hija del pianista y compositor húngaro Franz Liszt, una de las personalidades mas importantes de su tiempo. Liszt se distinguió en su vida por ser promotor entusiasta de la música wagneriana. Y la última alondra, 40 años menor que él, la hermosa Judith Mendés, hija del poeta francés Théopile Gautier.

Todo indica que el jovenzuelo Wagner, recién a los quince años, cuando escuchó la Novena Sinfonía de Beethoven sufrió tal conmoción que quedó marcado para siempre. Desde ese momento comenzó a liberar todo un fermento musical, esencia de su vida y cuya rica herencia tiene nombres tan célebres como “El crepúsculo de los dioses, “El oro del Rin”, “La Valquiria” o “Los maestros cantores de Nuremberg” entre otros. Según los especialistas (Harold C. Schonberg lo recalca) en toda la historia de la música “no se conoce una partitura operística de amplitud, intensidad, riqueza armónica, grandiosa orquestación, sensualidad, fuerza, imaginación y color semejantes” que ese “milagro operístico” llamado “Tristián e Isolda”. Allí se cruzan símbolos de la noche, el día, el amor, el erotismo, el mundo de los sueños, el Nirvana.

Pero los momentos oscuros de la vida de Wagner siempre se refieren al dinero. Vivió entre deudas, eso sí dándose la gran vida, huyendo de sus acreedores, haciéndole el quite a la cárcel, perseguido de una ciudad a otra, Leipzig, Magdeburgo, Riga o Paris. Derrochó sin taza ni medida. Además de sus enredos financieros se lió con problemas políticos. Por un tiempo abrazó las teorías anarquistas, las del famoso pensador ruso Mijail Bakunin. Se dice que en algún momento Wagner abogaba por una revolución social con el fin de que se terminaran los capitalistas y de ese modo, librarse él de sus enormes calillas.

En un momento de mayor apretura económica, año 1864, trabó amistad con Luis II el rey de Baviera, un enamorado de la música y, más que probable, enamorado de Wagner. El alegre soberano el cual, se insiste hoy, tenía un acentuado grado de locura y de homosexualidad, dio carta blanca al músico. Que para producir sus obras gastara lo que quisiera. Y entre otros delirios Richard se hizo un templo a sí mismo; creó un local, un teatro, en una localidad pequeña y apacible, Bayreuth. Aquella empresa costó un ojo de la cara.

Desde 1876 hasta hoy día el Festival de Bayreuth es un acontecimiento mundial. Un pozo inagotable de arte y de dinero. Un destino para adinerados melómanos. Las entradas, carísimas, están agotadas hasta el año 2020. Entretanto la familia del músico sigue a cargo del negocio. Con interminables conflictos (¿qué familia no tiene conflictos de por medio?) este acontecimiento no cesa. La directora actual del evento es la bisnieta del músico, Katharina Wagner.

Dos admiradoras actuales y diferentes: a la Angela Merkel, muy conservadora, Wagner la vuelve loca. A Claudia Roth, líder izquierdista del partido de los Verdes, la baña de profunda emoción.

El compositor, cargado de gloria, pasó sus últimos días en una ostentosa villa de nombre Wahnfried. Se hizo vegetariano. Vivía bañado en incienso, ataviado con sedas y escribiendo furiosos artículos anti semitas. Una especie de estridencia y estupidez en aras de la “pureza racial”.

En suma, genio odioso, extravagante. Ejerció y sigue ejerciendo hasta hoy una influencia profunda. Murió en Venecia, donde había ido a medicinarse. Fue en febrero de 1883.

Oscar “El Monstruo” Vega
Periodista, escritor, corresponsal, reportero, editor, director e incluso repartidor de periódicos.
Se inició en El Sur y La Discusión, para continuar en La Nación, Fortin Mapocho, La Época, Ercilla y Cauce.
Actualmente reside en Portugal.