Lo ocurrido con las tomas de colegios y los desalojos obliga a separar las cosas. Para no caer en la trampa de mezclar asuntos que requieren un análisis por separado, aunque estén relacionados.

Por una parte, la violencia. Que embrutece y degrada a quienes la convierten en instrumento cotidiano de expresión.

Por otro, la demandas del movimiento estudiantil que, incluso más allá de la educación, apelan a discutir los cimientos de un sistema socioeconómico instalado hace más de 30 años en Chile.

Mezclar las dos cosas sólo sirve para invisibilizar la queja, el malestar de fondo.

A los encapuchados de hoy habría que contraponerles a esos otros que, encapuchados en la impunidad del poder, impusieron por la fuerza de un régimen dictatorial, un modelo que nunca fue consultado a la ciudadanía.