Solamente una mujer podrá ser capaz de entender, comprender y medir el paso de otra mujer hacia una doble mastectomía. Es la intervención a la que acaba de someterse la famosa estrella del cine norteamericano, Angelina Jolie, de 37 años de edad. Sobre ella pende la terrible herencia de un gen defectuoso, en términos de laboratorios médicos, del gen BRC1 el cual determina cifras fatales: 87% de probabilidades de un cáncer mamario y 50% de un cáncer de ovario.

Como lo hace un 30% de las mujeres en USA, la actriz optó por la mutilación de sus senos, reduciendo y alejándose en esa forma del peligro.

Tratándose de un personaje público y de un suceso tan delicado los comentarios siguen lloviendo. Por desgracia, de parte de algunos hombres, han habido algunas reacciones gratuitas, vergonzantes o despectivas. Una de ellas, acaso la más suave: que el tratamiento de la actriz no es más que una excusa para hacerle frente al deterioro de la edad y aplicarse unos pechos de silicona.

Copio a continuación, entre otras certeras declaraciones, la de Noelia Clemente Mombiela, ciudadana de Barcelona, publicadas en un rotativo de circulación europea: “Es vergonzoso e indignante que juguemos a los comentarios despectivos hacia las personas cuando su salud podría estar en peligro. Especialmente, me resulta repugnante cuando el comentario viene de un hombre. Es decir, opinar sobre algo que jamás podría ocurrirte resulta sencillo, desde luego, pero también gravemente aventurado.”

La cultura imperante, la machista, no termina de mal meter su nariz en delicados asuntos que competen al mundo femenino. Mucho peor, esa cultura de machos terroristas no cesa de agredir, ningunear, infravalorar o despreciar a las mujeres. Y eso ocurre en países cultivados, sin ir más lejos aquí mismo en Europa, desde donde escribo estas líneas.

Ni hablar de esta tragedia bárbara en los territorios oscuros, en las profundidades silenciosas del Africa, la India, China o Latínoamerica y donde la vida de millones de féminas es nada, acaso tanto como un mero objeto reproductor o de placer. Un objeto que se transa. Una mercancía. Y con ello se sigue perpetrando un irreparable delito, pero un delito que además queda impune en manos de fundamentalistas groseros e ignorantes, de religiosos fanáticos o de matones salvajes.

Intolerables situaciones muchas de las cuales, con lenguaje melifluo, se las llama “violencia de género”. Atrocidades sin fin que viven agazapadas en la arrogancia y fortaleza del macho. ¿O acaso en la condición humana? Y también se esconden en la felonía y el detritus de alguna autoridad campanuda, sobre todo si es conservadora.

En estos mismos momentos hay gobiernos y legisladores solemnes que fungen de progresistas mientras que, como roídos falócratas, se arrogan el derecho de quitarle a las mujeres otro derecho, su privativo derecho al aborto.

Angelina, sigue en el centro de los comentarios porque tomó una decisión dolorosa, la mutilación de su cuerpo. Algo heroico porque al talento como intérprete, su físico y su belleza son componentes fundamentales de su carrera profesional. Sin contar, claro está, con la valiosa condición como persona ya que, con sus dotes, ella se ha puesto al servicio de causas humanitarias en los organismos de las Naciones Unidas.

Ojalá, explicó la artista, este viaje terrible a un quirófano ayude a otras mujeres a vencer miedos. A comprender sus opciones. Y también a intentar que los gobiernos, sobre todo aquellos que funcionan en los países menos favorecidos (los países a medio desarrollar o subdesarrollados enteros) intenten promover y proteger la salud femenina.

En el Viejo Mundo preocupa el alto porcentaje de mujeres con anomalías genéticas. El avance en un diagnóstico puede hoy determinar si la persona en cuestión corre o no el riesgo hereditario, digamos como ejemplo, de un cáncer de páncreas. Pero frente al cáncer de mama el diagnóstico precoz es prácticamente imposible.

A partir de los 40 años el riesgo de sufrir cáncer mamario sube a un 40% y la cifra sigue en aumento. Y es mucho peor cuando el mal es hereditario porque la maldita mutación cancerígena invade todas las células.

En términos prioritarios avanza y se multiplica en el mundo la batalla para detener y derrotar el cáncer. Pero también para detectar a tiempo y detener otros azotes, el Alzheimer, la hepatitis C, la diabetes, el sida, los trastornos coronarios, los terrores de la artrosis, la violencia del estres, los disturbios alimentarios.

Con altos y bajos progresan importantes disciplinas como la microbiota, es decir el estudio de las bacterias, esos millones de microorganismos indispensables, que rigen cualquier rincón de la vida humana. Lo mismo sucede con el estudio del cerebro, un ámbito en el cual los neurocientíficos asumen desafíos increíbles. Tareas que llevarán algún buen día a entender la estructura y el funcionamiento de ese complejísimo órgano. Y lograr soluciones a tremendos problemas como los de la salud mental y de las enfermedades llamadas raras o neurodegenerativas (depresión, epilepsias, la esclerosis múltiple, el mismísimo Alzheimer) que se alojan en territorios, de momento, inalcanzables.

Todas estas empresas, todos estos gestos (como las declaraciones de Angelina Jolie) apuntan al bienestar humano. Hoy la salud para resguardar nuestra especie, aparte que de ser cara, elitista y mezquina con los menesterosos, no es asequible ni fácil para todos. Es, además, una tarea compleja cuando afronta la investigación pura. Cada proyecto necesita enormes recursos internacionales y un contingente científico altamente preparado, calificado y no comercializado. La inquietud es saber cuando vendrán los buenos resultados y si, en cada emergencia, llegaremos a tiempo.

No hay que olvidar que moramos en una Tierra cada día más peligrosa, sumida en conflictos de todo orden y concierto, con amenazas telúricas, sobrepoblación y calentamiento global, junto a otras lacras como los negocios sucios, la economía incontrolada o los derechos humano más pisoteados que nunca.

Oscar “El Monstruo” Vega

Periodista, escritor, corresponsal, reportero, editor, director e incluso repartidor de periódicos.

Se inició en El Sur y La Discusión, para continuar en La Nación, Fortin Mapocho, La Época, Ercilla y Cauce.

Actualmente reside en Portugal.