9 de mayo, el Día de Europa. Se programan modestas celebraciones en cada uno de los 27 países miembros, teóricamente muy unidos. Se incluyen feriado, discursos, algún trago con canapés para los gerifaltes y su poco de música, de esa que llaman seria, no sonajera.

Pero sin ánimo de aguar la fiesta cabe recordar que hoy el Viejo Mundo no está para tirar muchos cohetes. Lo atenaza el terrible drama de la cesantía. Son 26 y medio millones desempleados, caldo de cultivo para la xenofobia y el racismo.

Pervive una moneda única, el euro, pero que no goza de buena salud. Además suma y sigue la lucha económica sorda y persistente entre las naciones del sur católico y en bancarrota, con salarios de hambre (Grecia, Italia, Portugal, España) y el norte protestante, pisando firme, exigiendo austeridad a rajatabla, no despilfarro. En esta última onda, segura y oronda, se mueve Alemania.

En otro plano es triste advertir que todavía, en las cloacas del mapa europeo comunitario, habita mucho dolor humano. Sin ponerle ni quitarle citemos el tráfico sexual creciente con mujeres de distintas razas. Y la mano de obra barata, negros sin documentación, afrontando explotación laboral.

Y más abajo del foso aparece, entre tantas inmundicias, la violencia machista, la danza de las drogas y de las mafias, una criminalidad que llega hasta el tráfico ilegal de órganos.

En este cuadro inclemente destaca la realidad cotidiana, palpable, bastante conocida por cualquier lector medianamente informado: la crisis. Una crisis desatada por el injusto y desigual sistema económico capitalista.

Las deudas públicas e internas de los países no se reducen, todo lo contrario. Las medidas restrictivas y los recortes van machacando a diestra y siniestra y solamente se aliviarían -dicen- en el año 2015, Hay una situación de angustia que rebaja sueldos, disminuye las pensiones de jubilación, aumenta la carga de las horas de trabajo y recrudece la canallesca corrupción en todos los niveles, pero sobremanera en bancos y grandes fortunas.

Todo el cuadro se asienta, además, en una ciega política cerril derechista donde, peor, no se escapan ni la Social Democracia, ni los Democristianos ni los Verdes, o sea los ecologistas. Son partidos que siembran muchas esperanzas pero a la hora de las realidades no saben atar ni desatar.

La pobre, vieja e intelectualmente cultivada y refinada Europa, para bien o para mal, también cuna de nuestra historia latinoamericana, toda ella es hoy un zangoloteo.

Los italianos, circo interminable, negándose a reducir deudas, y con dos cantamañanas en la pista, Berlusconi y Beppe Grillo. Grecia mostrando cuentas falsas. España con un presidente mudo e incapaz, aleteando con 6,2 millones de parados producto de una burbuja (estafa) inmobiliaria.

Irlanda inflando sus finanzas, Chipre viviendo en un alegre paraíso de la corrupción fiscal, Portugal tristón, con su pobrerío y clase media aplastados por la vorágine de los poderosos. Inglaterra derivando a un populismo imbécil contra europeo. Antisemitas y nacionalistas asomando la cabeza en Francia, Hungría o Grecia. Y aprovechando tanto desconcierto, Alemania, tan fuerte como nunca, exigiéndole a sus vecinos políticas rígidas aunque ella, puertas adentro, admite salarios precarios que apenas llegan a los 400 euros.

En Bruselas, centro y eje de esta Comunidad Europea, los responsables (27 Altos comisarios) no aciertan ante el aluvión de dificultades. Encabezados por un presidente fofo y oportunista, Durão Barroso, insisten en aplicar medidas que no funcionan.

Pero hay que mirar el otro lado de la medalla. Este modelo, perfeccionándose desde 1951 acá y cuyos ejes siguen siendo Francia y Alemania, aunque cojea, pervive. Se desarrolla en una población de 500 millones de habitantes. Un sistema único en el mundo. Nació desde las cenizas de la Segunda Guerra Mundial para asegurar paz, integración y beneficio. Es todavía un gigante económico y un enano político. Aún con tanto descalabro encima, mejor administrado, abriría una perspectiva real hacia el justo bienestar de la gente.

Europa no ha tocado fondo. Y lo curioso, con todo y en contra todo, sus ciudadanos parecieran no darse cuenta de cuanto tienen y de cuanto queda del llamado Estado del Bienestar, de lo que aún hoy tienen entre manos. Y de cuán lejos están de las realidades del atraso vergonzante en el segundo, tercer o cuarto mundo.

Para conducir el modelo comunitario laboran 34 mil funcionarios utilizando 24 idiomas oficiales de trabajo.

Existe, bien se sabe, una moneda única que, mal que mal, facilita la vida diaria. Hay tránsito libre y seguro, de país en país. Investigación, ciencia, tecnología, seguridad aérea y marítima, búsqueda del ordenamiento financiero, construcción de aeropuertos y carreteras, programas para la agricultura. Existen envidiables becas Erasmus para jóvenes o sea para el mañana. Se vigilan derechos postales, fiscales y aduaneros.

Sin duda queda un largo trabajo en todos los ámbitos. ¿No resulta el todo una auténtica proeza, si lo miramos desde los desniveles de la desunión, esa bolsa de gatos y mezquindades que nunca dejan de incordiar manoseando en nuestros subdesarrollados, arrogantes o neo liberales territorios latinoamericanos?

La Comunidad Europea, así llamada a secas, se financia con el uno por ciento de la riqueza que genera cada año los países miembros, 133.800 millones de euros anuales. Y la mitad de su población, aparte su lengua natural, ignorando el mito de la Torre de Babel, se comunica en inglés. Tomemos nota.

Oscar “El Monstruo” Vega

Periodista, escritor, corresponsal, reportero, editor, director e incluso repartidor de periódicos.

Se inició en El Sur y La Discusión, para continuar en La Nación, Fortin Mapocho, La Época, Ercilla y Cauce.

Actualmente reside en Portugal.