A Beatriz de Holanda, la que después de 33 años ejerciendo como reina abdicó al trono en favor de su hijo Guillermo, la señalan como “un halcón que desde las alturas controla a su país”. Controla y seguirá controlando casi todo pero, sobre todo, los buenos negocios del petróleo.

Entretanto la nueva agraciada, la mujer del nuevo soberano, la Máxima Zorreguieta, hace suspirar allá lejos a los buenos argentinos amantes del romance con dulce de leche.

Máxima, igual que su conterráneo, el Papa Che Francisco, llegó a Europa desde Buenos Aires. Nació en esa ciudad hace 42 años. Es una emprendedora. Ojo de águila en negocios bancarios y en los llamados mercados emergentes. Pero el punto negro no podía faltar. Su padre, también banquero, Jorge Horacio Zorreguieta, fue alto, laborioso y obsecuente miembro civil, comulgando con la tenebrosa dictadura de Jorge Videla, la misma que sembrara muertes y desolación a destajo. En consecuencia, el progenitor por acá no es persona grata.

Dicen las encuestas que la enjoyada realeza europea recibe cada vez menos aceptación ciudadana. No está en las últimas pero camina a mal traer y además nadie sabe bien para qué sirve. Eso sí, se la conoce como un grupo de privilegiados avispados, verdaderos linces a la hora de hacer buenos negocios y, al mismo tiempo, saber disfrutar por todo lo alto del dinero, sobre todo del dinero ajeno, el del contribuyente.

Las cuentas de tales europeos copetudos suelen ser la mar de reservadas cuando no secretas. Apuntan hacia paraísos fiscales donde no hay control y no se pagan molestos impuestos.

La nueva generación, de los herederos del negocio, la misma que se juntó el martes en Ámsterdam, aparece mejor dotado que sus antiguos. Si sus antepasados fueron analfabetos, guerreros, filibusteros o saqueadores, los actuales han ido a colegios exquisitos y han completado estudios en Universidades de lujo. Un buen porcentaje se han casado con damas plebeyas pero adineradas.

En conjunto son individuos que cumplen una función social tan vistosa como sobre protegida. Se cuidan eso sí, (no demasiado) de ser protagonistas de escándalos. Las apariencias son importantes mucho más en un Viejo Mundo actual donde la gente de a pié tiene enorme acceso a la información y donde reina una crisis económica galopante. La cifra de cesantes es pavorosa y los que se acuestan sin comer y sin mañana suman millones.

En Holanda el protagonismo real se ha ido reduciendo y la tarea de Guillermo Alejandro como la de su Máxima es hacerse útiles. Que no se note demasiado que, en un continente taponado de pesares y amenazas, ellos forman parte de los ricos privilegiados y con pasados tortuosos. Nadie olvida, por ejemplo, que el marido de la sonriente y laboriosa ex reina Beatriz, el aristócrata alemán Claus von Amsberg, fue un reputado y redomado nazi con uniforme y brazo en alto. No lo tumbó ni la guerra ni los tribunales. Una depresión, el Parkinson y el cáncer le obscurecieron sus últimos años de vida.

Y qué decir de la abuela reina, de Juliana (la madre de Beatriz) que sufriera tanto cuando se descubrió que su marido, Bernardo, era un aventurero sin escrúpulos. Entre no pocas tropelías, se echó al bolsillo un millón cien mil de dólares, soborno que le brindó la compañía norteamericana Lockheed para que facilitara sus buenos oficios en la venta de unos aviones de combate.

En la Europa euro indignada, sobremanera la de los países del sur, con tantos estómagos vacíos y aplastada por gobiernos conservadores, se habla de la necesidad de contar con mayor transparencia. En los discursos oficiales se insiste: todos los ciudadanos son iguales ante la ley, pero nadie se cree el cuento. Si no valga recordar el caso de la hija del rey de España, de Cristina, huyendo de los tribunales y amparada por una batería de abogados. Su esposo, el vasco Iñaki Undargarín, sigue hasta el cuello en millonarios fraudes. Y ella le recuerda al vulgo que es un personaje público, acaso intocable.

Pero los porfiados hechos son porfiados. Ella formó parte de una Junta directiva, controlando el 50 por ciento de una sociedad que obtenía ganancias y al mismo tiempo evadía dinero público por medio de maromas ilegales. Cae de maduro que un juez deba preguntarle qué hacía ella en esos tejes y manejes. Y la gente tiene el derecho de preguntarse qué hacía su papa rey o su mamá reina, protegiendo durante años aquellos jugosos negocios fraudulentos.

Si la vida real y regalada marca (a veces) a los privilegiados de “sangre azul” con tragos amargos, no hay que preocuparse. Al final se salvan. Y la fiesta sigue. La gente aplaude. Por eso en estos días del jolgorio holandés color naranja, todos, príncipes, duques, consortes, (menos Cristina) bailan encantados.

Y para que no se note la ostentación hay mucho traje de calle, tenidas sueltas (de marca, eso sí) y amable distensión, hasta con un jugoso asado argentino tal como corresponde tratándose de una nueva reina y afortunada bonaerense.

¿Bailarán tangos? Si así fuera me viene a la memoria un tema precioso, de la Vieja Guardia, cuyo autor, Francisco García Jiménez, tituló “Lunes”. Narra esos modestos encuentros vecinales domingueros al compás de bandoneones. El pobrerío danza pero… al día siguiente… lunes, /camino hacia el taller/ va Josefina/ la que en el baile ayer/ la iba de fina/ la reina del salón/ ella se oyó llamar/ del trono de bajó/ para ir a trabajar/…

Oscar “El Monstruo” Vega

Periodista, escritor, corresponsal, reportero, editor, director e incluso repartidor de periódicos.

Se inició en El Sur y La Discusión, para continuar en La Nación, Fortin Mapocho, La Época, Ercilla y Cauce.

Actualmente reside en Portugal.