Tras las fachadas palaciegas merodean guardianes. Abundan los sofisticados dispositivos electrónicos de seguridad. Acicalada entre refinados jardines habita, goza y negocia (sin control) la llamada gente de sangre azul, reinas, reyes, príncipes y duquesas, etc. Son intocables. Son creyentes. Se hincan en Roma.

Cuando alguno de ellos saca los pies del plato (lo cual es frecuente) habrá, a lo sumo, alguna disculpa mojigata, un rubor. Lo demás serán aplausos. Amados o venerados por almas sencillas, por lectoras y lectores fieles que siguen sus venturas y aventuras en las revistas del corazón (revistas de peluquería), esos agraciados lucen sanos y salvos.

A reanimar sus entallados físicos (algunos ya deteriorados) y a preservar sus rostros sanos y sonrientes, acuden a las brisas de balnearios exclusivos, el aire reconstituyente de elevadas termas invernales o el viento salino de la costa mediterránea. Lógicamente todo este cuento de hadas está domiciliado aquí ¿dónde si no? en Europa.

Turistas del segundo, tercer o cuarto mundo vienen ansiosos. Aprovecharán el impulso no para ver ni tocar a los privilegiados. Eso, de buenas a primera, no es posible. Pero sí para llevar de regreso la fotografía de algún castillo o de un yate varado y desocupado. Contarán después allá en sus pagos, orgullosos, “sí, claro, yo, nosotros, fíjese, estuvimos ahí”.

Pero, de pronto, una parte de la enjoyada trama que alcanza a unas cuarenta casas reales del Viejo Mundo, cruje. Y es entonces cuando desde los herméticos y acicalados aposentos comienza a salir un hedor creciente y más bien insoportable.

En estos momentos gimotean en la llamada Casa del Rey en España. Es una institución no democrática envuelta en secretismos y ahora deteriorada luego de 35 años de brindis y de jajajeo. Hoy sufre las consecuencias de escándalos al por mayor, con un monarca avejentado y tembleque, en medio de un país lastrado por crisis, hambre y cesantía donde gotean avispados millonarios que esconden sus fortunas en paraísos fiscales.

Cristina, segunda hija del acaudalado Juan Carlos, o sea el Borbón mayor, el cazador de elefantes y de alegres féminas, (la última, Corinna zu Sayn-Wittgenstein, falsa princesa alemana), la pobre y desprestigiada Cristina se encuentra en apuros enredada en un bullado proceso judicial cuyo imputado mayor es su marido,

Iñaki Urdangarin, ex duque de Palma (hace poco le quitaron el título) Y si la justicia es igual para todos (como dijo el Borbón mayor en su último mensaje navideño) y si no se aclaran los hechos, la adorada princesa, (séptimo lugar en la línea de sucesión al trono) podría caerse del trapecio. Vamos viendo:

Cristina Federica Victoria Antonia de la Santísima Trinidad de Borbón y Grecia, 48 años de edad, ex duquesa de Palma de Mallorca (también le quitaron el título) podría (o no podría) estar implicada en los negociados (harto sucios) de su marido, el vasco Iñaki Urdangarin y de un socio de éste (ahora ex socio), Diego Torres. En una retahíla de cargos e imputaciones se alza una (supuesta) malversación de por lo menos, seis millones de euros públicos más otros dinerillos huídos.

En esta Península llamada (por algunos) “la madre patria” y por otros la madrastra, Urdangarin, ex deportista, de 45 años, y hombre de negocios (¿negociados?) con sueldos estratosféricos, va y viene, desde el 2011, entre abogados, jueces y policías. Lo ha infestado todo.

Su esposa, Cristina, (se casaron en 1997), hábil emprendedora y también deportista, “no sabía nada de nada” según dice ella y sus defensores aunque su nombre figura en nóminas y folletos como la co-propietaria de la Sociedad Aizzon y miembra del instituto Nóos, donde se urdieron las malversaciones. También ignoraba todo el padre (el Borbón mayor) y la madre (Sofía, del Opus Dei)) y los demás miembros de la familia, aunque hay indicios de consultas reales y de la utilización o protección monárquica, según rezan documentos aún muy difusos.

Que la Corona se modernice, que sea transparente sobre todo en gastos y patrimonios, que el rey abdique (el hijo, Felipe, está listo para la foto) o que la monarquía desaparezca de una vez por todas son las opciones que manejan los españoles. Según últimas encuestas a la mayoría de los jóvenes esa monarquía le importa un bledo. Los dos grandes partidos políticos, la social democracia y los conservadores, están en pánico, en un callejón con pocas salidas. Ante el juego de poderes vacilan y se mantienen al cateo de la laucha.

En 1975, para sacarse encima el cadáver y la pesada loza, sombra y herencia del sanguinario dictador Francisco Franco (en Chile, con otro nombre, ya conocemos esa película) hubo que hacer filigranas. Entonces no fue posible la instalación de una república ni una democracia de verdad. Hubo acuerdos sobre y bajo la mesa, concesiones, verónicas, besos y abrazos.

Así se arregló el pastel y el país pudo medio salir del atraso, la mediocridad, los rezos e infamias. Y fue entonces cuando hubo que aceptar (y aplaudir) la vuelta de un rey como garante del Estado. Constitucionalmente un rey intocable.

Han pasado los años y aquel entramado no da para más. Los socialistas solo ahora apoyan un leve cambio monárquico pero la derecha soberbia y cerril (Rajoy en el timón) no quiere ni oír hablar de aperturas. A lo sumo alguna manito de gato, entre gallos y medianoche, algún maquillaje, sin más. Pero que el juego siga.

Con esta y otras complacencias el “estado de bienestar” que algún día asomó para que los ciudadanos tuviesen escuelas, hospitales, pan, techo y abrigo se hizo humo. Entretanto a ese avieso Urgandarin ya le han lanzado otro salvavidas. Un jugoso contrato para que escape a Catar, emirato musulmán del Medio Oriente, país rico en petróleo y reservas de gas, cuyos jerifaltes son amigos del rey Borbón. El yerno real estará contento. Tiene pasaporte VIP. Allá asesorará cuestiones deportivas. Allá hay, además, harto olor a dinero. Viajarán también Cristina y los hijos. Que tierno. De momento (hasta nuevo aviso) la infanta está más o menos a salvo de los tribunales.

Oscar “El Monstruo” Vega

Periodista, escritor, corresponsal, reportero, editor, director e incluso repartidor de periódicos.

Se inició en El Sur y La Discusión, para continuar en La Nación, Fortin Mapocho, La Época, Ercilla y Cauce.

Actualmente reside en Portugal.