Más allá de palabras melifluas y declaraciones solemnes, las que tanto atosigan estos días homenajeando a la mujer, lo concreto es lo siguiente: en nuestro siglo XXI, cuanto más brilla la luz del conocimiento humano, hay mil millones de hembras que sufren abusos y vejaciones extremos.

Las cifras son de la Organización de las Naciones Unidas. Estamos en presencia de una miseria ética o moral que hunde y discrimina a una séptima parte de la población mundial. En algunas zonas del mundo la situación llega a una violencia vergonzante, inaudita.

Feministas y machistas, por lo menos, se han puesto de acuerdo hoy en una cosa: los hombres son y han sido siempre congénitamente más agresivos que las mujeres. Es hasta ahora una suerte de maldición que pesa como losa sobre nuestra controvertida especie humana.

Tras hechos y cifras que lapidan a las mujeres se entrelazan problemas crecientes de nuestro planeta: sobrepoblación, pobreza, cambios del clima mundial y, sobremanera, las crisis económicas. Convulsiones que, desde siempre, han conducido a guerras y destrucción. Sin embargo hay otro mar de fondo en esta cloaca: el sistema, ayer primitivo, feudal más adelante, estallando en el capitalismo, ha generado un sucio neo liberalismo donde, en las apariencias, todo es lindo pero donde solamente ganan los más fuertes y avispados.

En el baile de las duras estadísticas –cifras negativas sobran- el viejo y cultivado continente desde donde escribo estas líneas, no se libra. Alemania, por ejemplo, país punta. Aquí los hombres y mujeres tienen los mismos derechos pero, ojo, no las mismas oportunidades. Por ejemplo en materia de sueldos fijos ellas ganan un 21 por ciento menos que los varones. Esta cifra de dispara hasta un 37 por ciento en las llamadas remuneraciones variables.

En las cúpulas directivas empresariales de la Europa del 2013 laboran, a duras penas, un 13,7 por ciento de mujeres. En el corazón de la Europa Comunitaria, en Bruselas, intentan corregir desequilibrios. Tarea hasta el momento difícil. Cualesquiera que mire una imagen de altos dirigentes que encabezan y toman decisiones supranacionales verá siempre manadas de machos tiesos o sonrientes, encorbatados y trajeados. En esos grupos apenas una o dos hembras. Acaso la físico Angela Merkel o la jurista Christine Lagarde.

Viviana Reding, la titular de Justifica y Derechos Fundamentales en el organismo comunitario, hace mucho, trata de sacar adelante una directiva que obligue a las grandes compañías europeas a tener un 40 por ciento de mujeres en sus cúpulas. ¿Se imagina el lector (o lectora) el resultado de esta gestión? Muy pobre, claro. Sin ir más lejos se opone un país como España, donde hay un gobierno derechista, tapado de escándalos y cuyos dirigentes políticos siguen porfiando en la defensa de la corrupción a manos llenas.

Holanda, Inglaterra y otras naciones de alto confort también opacan sueldos y oportunidades a las mujeres

Si alzamos la mirada euro centrista observamos la desolación por doquier. Hay 75 millones de niñas en esta Tierra que no van, no irán jamás al colegio. El 50 por ciento de las menores de 16 años sufren agresiones sexuales. Hay dos millones de muchachitas que son víctimas de crueles mutilaciones genitales.

Según UNICEF unas 70 millones de mujeres son obligadas a contraer matrimonio en la infancia. En esta barbaridad, propia de países pobres y fanatizados, los hábitos criminales han quedado anclados en la edad de piedra.

En Afganistán, desde el año 90 del siglo pasado, los talibanes han cerrado e incendiado todas las escuelas para niñas. En la India los turistas embobados se refocilan en las viejas culturas con Buda de por medio pero poco reparan en los terribles atrasos, las pobrezas y abusos para quienes nacen mujeres. China, esa pujante potencia de la economía capitalista actual, no se libra de estas lacras, sobre todo en la desolación y explotación de campos y aldeas. Y en Africa y Medio Oriente la situación es tan o más perversa.

En general ellas sobreviven, en primera fila, sea en dramáticas hambrunas o migraciones. O limitadas en el servicio doméstico, con tareas brutales. Y cuando, en busca de alguna liberación, alzan la cabeza pueden quedar malheridas a merced de traficantes de drogas y redes de prostitución.

Una triste verdad: el capitalismo, sea neo o sea lo que sea, exacerba las diferencias. Y en medio de la jungla resulta sorprendente la tarea de muchas mujeres que no se rinden. Desde luego su liberación en los países desarrollados o en desarrollo es más fácil aunque, en el marco general, nunca faltan las complicaciones.

Muchos neurólogos modernos opinan que la felicidad es la ausencia de miedos. Y he ahí una palabra terrible. Miedo agazapado en todos los ámbitos, desde la cuna hasta el cementerio, inundando y complicando la existencia de todos pero sobre todo de las mujeres. O sea de las que precisamente dan y protegen la vida ¡qué contrasentido!

Un texto lúcido: “Los dioses son la divinización de nuestras ignorancias” escribía Vicente Huidobro.

Una expectativa: las transformaciones, la búsqueda de mayor justicia tienen en las mujeres un punto fundamental. Allí anida la ternura y la esperanza de días mejores. No es camino de rosas sino una vía complicadísima, sembrada de trampas. Lo recordaba el mismo Huidobro: “Es para llorar que buscamos nuestros ojos/ para sostener nuestras lágrimas allá arriba/ en sus sobres nutridos de nuestros fantasmas/ “.

Oscar “El Monstruo” Vega

Periodista, escritor, corresponsal, reportero, editor, director e incluso repartidor de periódicos.

Se inició en El Sur y La Discusión, para continuar en La Nación, Fortin Mapocho, La Época, Ercilla y Cauce.

Actualmente reside en Portugal.