Aclamado por una muchedumbre, el papa Benedicto XVI ingresó este miércoles a bordo de su papamóvil a la Plaza de San Pedro para presidir la última audiencia pública de su pontificado a la que asisten miles de fieles de todo el mundo.

“Benedicto”, “Benedicto” y “viva el Papa”, gritaba la gente mientras recorría lentamente la explanada.

Miles de personas ondeaban banderas de numerosos países para despedir al primer Papa que renuncia en siete siglos de historia.

Más de 100.000 personas, según las autoridades de la capital, entre ellos numerosos cardenales, obispos y personalidades, esperaban la última bendición de los miércoles, la número 348 de su pontificado, iniciado en abril del 2005. No obstante, medios de prensa italianos aseguran que habría unas 200.000 personas en el lugar.

Benedicto XVI, que dedicó buena parte de sus últimos días del pontificado a rezar, según contó el portavoz del Vaticano, pronunciará sus últimas palabras públicas a los fieles.

Bajo un sol resplandeciente y en medio de fuertes medidas de seguridad, jóvenes voluntarios, la mayoría del movimiento Opus Dei, organizaron la entrada a la plaza, bloqueada por barreras metálicas.

Grupos de peregrinos, en un clima alegre, llevaban instrumentos musicales y camisetas dedicadas al Año de la Fe e izaban banderas amarillas y blancas, los colores de la Santa Sede.

El alemán Joseph Ratzinger, su nombre civil, de 85 años, causó estupor al anunciar su renuncia, el pasado 11 de febrero, alegando falta de “fuerzas” para seguir al frente de una Iglesia de 1.200 millones de fieles, confrontada en los últimos años a una serie de escándalos.

Antes de irse, Benedicto XVI ha pronunciado varios discursos en los que pide una “verdadera renovación de la Iglesia”, lo que ha sido interpretado como su “testamento” espiritual y político al llamar a sus miembros a superar “hipocresías” y “rivalidades”, que marcaron sus difíciles ocho años de pontificado.

La renuncia del Papa marca un precedente en la historia de la Iglesia católica moderna y al mismo tiempo obliga a su sucesor a encarar los retos que la milenaria institución exige para generar un impulso modernizador y pesar en el mundo globalizado, como representante de 1.200 millones de católicos.

La víspera, el Papa teólogo, que renunció oficialmente por “falta de fuerzas” para guiar a la Iglesia moderna, un gesto inesperado e inédito que divide a los católicos, había ordenado con ayuda de su secretario Georg Gänswein los papeles de sus aposentos y separado sus escritos personales, según contó el portavoz del Vaticano, padre Federico Lombardi.

Cientos de mensajes provenientes de todo el mundo, tanto de religiosos y misioneros como de jefes de Estado, fueron enviados al Papa.

“El Señor me llama a ‘subir a la montaña’, para dedicarme aún más a la oración y a la meditación. Pero esto no significa abandonar la Iglesia”, explicó con voz emocionada en su último ángelus dominical.

El tradicional encuentro semanal del Papa con los feligreses respetó su forma habitual aunque esta vez Benedicto XVI se concedió un poco más e inclusive llegó a besar dos niños.

“El Santo Padre es consciente que todo el mundo le querrá saludar y por eso no quiere que haya diferencias”, explicó Lombardi aunque concederá sucesivamente una breve audiencia en la Sala Clementina con algunas personalidades.

El jueves por la mañana, en el palacio pontificio, el cardenal decano Angelo Sodano hará un pequeño discurso de despedida y todos los cardenales podrán decir adiós al Papa.

Por la tarde, en el patio San Damaso, en el corazón del Vaticano, le saludará un destacamento de la Guardia Suiza, el cuerpo militar encargado de la seguridad del Vaticano.

A las 16H00 GMT, el Papa se dirigirá hacia el helipuerto del Vaticano para ir hasta Castelgandolfo, 25 kilómetros al sur de Roma, la residencia de verano de los Papas donde vivirá dos meses antes de instalarse en un monasterio dentro del Vaticano.

En Castelgandolfo el Papa saludará desde el pórtico a los fieles y a las ocho en punto, un pequeño destacamento de la Guardia Suiza cerrará la puerta y pondrá fin a su servicio de vigilancia exclusiva del Papa, pero la gendarmería continuará velando por la seguridad a “Su Santidad, Papa Emérito”.

Al día siguiente se iniciarán las llamadas “congregaciones”, es decir las reuniones previas de cardenales durante las cuales los cardenales empiezan a definir el perfil del nuevo Papa.

Celebrada por clérigos y laicos como un gesto de valentía y dignidad, e incluso de humildad, la renuncia constituye para otros un acto de rendición frente a la compleja maquinaria de poder que es el Vaticano y sobre todo la Curia Romana, blanco de críticas y polémicas.