El asesinato, en Vilcún, del matrimonio Luchsinger-Mackay (porque eso fue: un asesinato) tiene todos los ingredientes de una tragedia.

Meditémoslo un poco desde el corazón: un matrimonio solo, anciano, atacado por una veintena de hombres preparados. Un hombre que defiende a su esposa y en eso se les va la vida. Un hombre que defiende unas tierras aradas por generaciones que, aunque reivindicadas por otros, les fueron otorgadas por el Estado.

Un crimen. Y un crimen cobarde: porque no amerita otro calificativo el ataque de una patota armada de hombre jóvenes contra un matrimonio de ancianos, que podrían ser sus abuelos.

Y aquí está la paradoja: esos mismos territorios son considerados propios por ciudadanos de origen mapuche, que acusan al Estado de habérselos arrebatado, en un acto de despojo y discrimimación. También en esa vereda hay sentimientos y apelaciones a derechos ancestrales.

Esos son los ingredientes de esta tragedia, donde nadie puede arrogarse la condición de bueno, calificando al otro de malo. Salvo, cuando se recurre al homicidio. Salvo cuando no se calibra, en la dimensión de homicidios en esta tragedia, las muertes de Jaime Mendoza Collío, Matías Catrileo, Alex Lemún, José Huenante y, también, Werner Luchsinger y Vivianne Mackay, por nombrar a algunos.

http://youtu.be/s4S6NGqugis