Aunque millones de cesantes o semi cesantes, afectados y dañados por la llamada crisis económica, la fea crisis que desataron grandes bancos y opulentos hombres de negocios del planeta, aunque tantos ciudadanos europeos de a pié, nunca mejor dicho, de a pié, lamen sus heridas en la calle, los fastos navideños no aflojan.

Sobre todo convoca al solaz espiritual de los escasos creyentes que van quedando y a esa alegría gastronómica y viajera de los más, o sea de los afortunados. Por ejemplo, un distinguido sujeto del Viejo Mundo, un actor llamado Gerard Depardieu, (Gégé, para sus íntimos), aunque francés de nacimiento, celebra este suceso pascuero en una flamante y nueva residencia cita en un pueblillo de fronterizo, en Bélgica.

La aldea se llama Néchin, se encuentra a media hora de Paris (en automóvil) y ha sido elegida por el actor y por incontables compatriotas suyos como un paraíso o exilio fiscal. Gégé compró esa nueva mansión, una ganga, soltando al contado 800.000 euros.

La cuestión principal para Depardieu y muchos de sus compatriotas es no pagar impuestos. Escapar a como dé lugar del fisco francés que, para los adinerados de ese país, es una guillotina. Que paguen impuestos los pobres, que esos sí cumplen con las leyes y temen al Poder.

Néchin, pueblucho aburrido hasta decir basta, está hoy plagado de mansiones de hormigón. Allí viven los escapados de las arcas fiscales francesas y no desde ahora sino desde hace más de 15 años. Lo que ocurre es que la población saltó súbitamente a la fama internacional con la llegada, hace poco, del actor galo, amigo del ex mandatario derrotado en las últimas elecciones, Sarkozy. El divo es, también cabe recordarlo, enemigo del actual presidente Hollande, ese político tan abusador que intenta reflotar un impuesto de solidaridad, un gesto que las grandes fortunas se niegan a pagar.

El paraíso fiscal por excelencia de los franceses platudos es, desde luego, Suiza. Es conocido el slogan: Suiza lava más blanco. Pero últimamente se ha puesto de moda Bélgica donde hay mano blanda y oportunista. Además el país queda cerca de la tierra madre, la dulce Francia como cantaba Charles Trenet.

Los franceses comunes y corrientes no han ahorrado palabras para censurar a su ídolo, tanto por ser un gordo in solidario como avispado. Pero también ha salido gente al baile que lo defiende. La añosa Brigitte Bardot por ejemplo, convertida hoy en furiosa y ajada abuela derechista, no se ha ahorrado elogios para Gégé. Era de esperar. Lo raro es que también salió al camino la Catherine Deneuve –otro mito, otro monstruo galo- apoyando al fugitivo.

Entretanto en el Elíseo, el primer ministro Jean Marc Ayrault, no se mordió la lengua. La determinación de Depardieu de arrinconarse en Bélgica por motivos fiscales, dijo, era “despreciable”. Pero el Jefe del Estado, Hollande, no quiso entrar directamente en dimes y diretes. Solamente vino a decir que el presidente de Francia no puede estigmatizar a ningún ciudadano.

Eso sí, lanzó una frase que a Gégé le ha dolido no solamente en el alma, sino en el bolsillo: “cuando se es francés, cuando se quiere a Francia, hay que servirla”.

Hay otros pájaros de cuentas (de cuentas bancarias, claro) que acompañan al actor en ese noble gesto de huir del perverso Fisco a la tierra belga.Uno de los más connotados, Bernard Arnault, primera fortuna de Francia y cuarta del mundo, 41.000 millones de dólares.

De modo que en estas emotivas noches y días de luces, pavos bien condimentados, champaña y vinos regios, piadosos deseos y oraciones navideñas, todos juntos, ricos y pobres, cesantes y opulentos, famosos y anónimos, todos fervorosos, pillos tontos, podremos unirnos al compás de la emoción.

Ilusionarnos de nuevo con la tierna historia que, según se cuenta, comenzó en Belén y que hoy se sigue derramando al mundo desde el corazón alfombrado de la Roma Vaticana. El Papa, luciendo zapatillas de tafilete rojo marca Vuiton, (o Prada) con sus mantos airosos de púrpura o de blanco, bordados de oro, sombreros dorados, entre mirra e incienso nos habla de paz y de conciencia, de resignación y de amor al pobre. ¡Qué maravilla! Y como la Iglesia siempre se pone al día ya nosotros mortales de todos los sexos (todos) podemos darnos por enterado de las últimas y regaladas nuevas oficiales vaticanas: 1) que la estrella de Belén no fue una estrella sino la huella de la explosión de una supernova, tal como lo aseguraban los científicos ayer condenados al infierno o a la hoguera y hoy reivindicados. 2) La otra novedad, que nunca hubo vaca ni buey en el portal de Belén. Era mucho animal y un hacinamiento con malos efluvios.

Así las cosas cual más cual menos hemos sido convidados a gozar la fiesta: purpurados, exiliados fiscales, cesantes, desterrados y sobrevivientes. Y como hemos hablado de Francia y en medio de tanto alborozo y chácharas oficiales (y aburridas) me despido con una frase del tremendo y amado gabacho, el de pluma exquisita, Víctor Hugo: Dijo: “En todo pueblo hay una antorcha –el maestro- y un extintor –el sacerdote.”