La siquiatra norteamericana Bárbara Milrod escribió hace poco: “vivimos tiempos ridículos, y si a uno le parece que todo tiene sentido, lo más probable es que no esté bien”.

Si a uno le cuentan, por ejemplo, que el Borbón de España (el rey) tiene una fortuna privada de 2.300 millones de dólares, si esa información ha sido chequeada, contrastada y publicada en el periódico “The New York Times” (que es serio) y si, más encima la llamada “casa real” en Madrid no desmiente la información, más bien se hace la lesa, entonces ¿qué decir?

La vieja España europea del Borbón hoy es un terrible rosario. Un peladero de tristezas, de necesidades, de cesantes y de tragedias citadinas, pueblerinas, aldeanas y capitalinas, pero todos callan (o alaban) a esos Borbones, a sus gestiones financieras, sus atuendos regios, sus bienes, su flota de vehículos caros.

Uno de los últimos regalos que ha recibido el llamado monarca fueron dos coches Ferrari de lujo, obsequio de un reyezuelo árabe, de esos que anidan en países petroleros. Fue un obsequio por la eficiente y oportuna intervención del avispado Juan Carlos en un negocio puro y duro y del cual se beneficiará ¿quién si no, cuándo no? la derecha peninsular que se agrupa en el (léase en serio) en el ¡Partido Popular!

Esta civilización, nuestra civilización, todavía resiste. Todavia soñamos y lo hacemos aun a sabiendas que el piso se nos mueve. La agresión al planeta es incontrolable. Machaconamente lo repiten los científicos, especialmente los biólogos. La sobrepoblacion es (cada dia peor) un alarde de inconciencia. ¿Qué vendrá, qué sobrevendrá? En todos los terrenos entra a tallar una variopinta cantidad de charlatanes, curanderos, chamanes y nigromantes. Unos se adjudican los derechos de la desesperanza. Otros utilizan la idea de la hecatombe. Hay también epilépticos de la intolerancia que, en estos días de diciembre, de finales del año, distribuyen libelos o recetas anunciando infiernos o paraísos. Es en esta actividad cuando entran a saco muchos inquisidores que hablan en plan divino dispuestos a castigarnos en caso de insumisión.

La realidad cotidiana, el devenir y sus complejidades, lo contradictorio del presente, nos envuelve por doquier. ¿Esto es evolución? Y la pregunta del millón: ¿creemos seriamente liberar al futuro del pasado? Esa es la cuestión.

Volvamos al comienzo de esta crónica. Vivimos sobre arenas movedizas. La excesiva libertad y violencia de los mercados financieros ha contribuido poderosamente a un diseño social único. Estamos globalizados. Es el mercado el que dirige a la sociedad, o sea el que anima la trágica fiesta. El ser común (hombre o mujer) marginado, observa cada día y ve anuladas sus posibilidades de participar en las decisiones que le afectan, aún en las más sencillas. En ese peso demoledor del márketing reinan empresarios y ejecutivos, un fenómeno que ha debilitado a los Estados, sobre todo a los que nadan alegremente en el aplaudido modelo neo liberal.

El mundo global y empresarial es una propuesta excluyente, inhumana, ¡si todo va derechito a las manos privadas e invisibles!. La economía de mercado corroe con sus prácticas abusivas, acarreando más pobreza material y espiritual. Vamos a los hechos: En la Unión Europea sobra comida pero aumenta el número de hambrientos. Sobran los cesantes y aumentan las ganancias de los poderosos. Hay mas medios de educación pero aumentan los analfabetos, sobre todo los llamados analfos ilustrados, esos que dependen de una información primaria, permanente y esencial, la que salta del computador pero que, aunque sea rica y generosa, carece de sustancia.

Crece la intolerancia, se persigue y sanciona a los desarrapados que gritan o reclaman. ¡Otra vez esos alborotadores en las calles! dicen airados incluso aquellos que apenas cuentan en sus bienes las minucias o migajas de una pobre vida y en su inconciencia (o ignorancia) son explotados a más no poder.

Cuarenta mil sociedades mercantiles se entretejen en sociedades anónimas y con empresas vinculantes. Cuarenta mil formas de trasnacionales y doscientas mil filiales atrapan con sus tentáculos la economía mundial. En la revista Fortune se publica la lista de los privilegiados que encabezan, pululan y se atosigan a costa de, por ejemplo, guerras, tráfico de armas, armamentismo, la industria de las drogas, la explotación o imaginación de las mujeres, el negociado de los laboratorios de medicinas, el siniestro ejercicio de los bancos, etc. Con ello, y sin tregua, arden las generaciones jóvenes, sin destino, sean en el tercero, cuarto o quinto mundo.

Las estructuras de nuestra civilización se atascan. El despilfarro en estos días con la ridícula y tierna mentira de papa Noel, toda una ilusión (así la llaman) se mece inagotable en todos los escenarios posibles. El desenfreno de una televisión basura, la caridad organizada como empresa privada, todo se confunde. Como reza un tango: todo va al matadero. Entretanto (dirán) es muy fácil escribir y enumerar la pestilencia pero el punto está en lo siguiente: ¿qué hacer? Pues no queda otra que seguir en la brecha. Y buscar lucidez. El retroceder ante los atracadores seria un suicidio.

Y una advertencia clara, final y necesaria. Un aviso a la población. Se comunica que el anunciado y cacareado fin del mundo organizado para estas fechas pre-navideñas se encuentra suspendido… hasta nuevo aviso.

Oscar “El Monstruo” Vega

Periodista, escritor, corresponsal, reportero, editor, director e incluso repartidor de periódicos.

Se inició en El Sur y La Discusión, para continuar en La Nación, Fortin Mapocho, La Época, Ercilla y Cauce.

Actualmente reside en Portugal.