A sólo un par de días de las elecciones en Estados Unidos, ya en todas partes, incluso en nuestro Chile, la gente está un poco hasta la tusa con las noticias que tratan de mostrar ese acto como una dramática competencia de posturas antagónicas, en la que no está nada de claro quién va a ganar. La verdad es que ya todos se dieron cuenta de que los medios noticiosos están haciendo malabares para mantener sintonía y vender diarios, y ya hay varios que se dieron cuenta de que los norteamericanos ya no quieren más avisos políticos ni más visitas melosas de los candidatos.

La verdad es que los hechos puntuales y concretos valen más que mil imágenes. Obama ya tiene asegurados 243 votos electorales, o sea sólo lo faltan 27 votos para ser reelegido, mientras que su oponente Romney necesita conquistar 64 votos electoras más.

Así pues, podemos dejar eso de lado y prestar atención a un fenómeno sigiloso, oculto bajo disfraces diversos, que posiblemente sea un indicio de lo que nos espera en este nuevo rincón del tiempo.

Hace algunas semanas, informé sobre una impactante declaración del Dalai Lama Tenzin Giatso, maestro supremo del budismo tibetano, quien además des generalmente considerado como la máxima figura del budismo mundial. En esa declaración, el Dalay Lama señaló que ya la humanidad debe avanzar intensamente hacia su perfeccionamiento espiritual, y que ese progreso espiritual exige, fíjese bien, ir más allá de los límites de la religiosidad. Trascender las religiones, dejando atrás tanto los miedos a supuestas torturas tras la muerte, como las apetencias de supuesto paraísos eternos.

En esa atmósfera de retorcida religiosidad, para una parte muy grande de los estadounidenses está despertándose una necesidad imperiosa de replantearse la manera de percibir el mundo, la política y las ciencias, en una perspectiva que recuerda el mensaje del Dalai Lama: buscar el desarrollo espiritual más allá de los límites de una u otra teología religiosa.

De hecho, el propio alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg, mencionó que el desastroso huracán Sandy podría tener carácter de cataclismo divino en castigo por la indiferencia ante el cambio climático, que han tenido los políticos obsesionados por producir crecimiento económico a cualquier precio. En eso estaban las cosas cuando llegó la noche del 31 de noviembre con su misteriosa y contradictoria fiesta de Halloween. La fiesta en que básicamente los niños hacen una juguetona alianza con las entidades oscuras de la noche, de la ultratumba, y sin hacer muchos remilgos sobre algún olorcillo pecaminoso que esa fiesta pudiera tener.

En un período histórico desconcertante, en que las ideologías políticas se unen a las doctrinas religiosas para compartir un doloroso fracaso… En un momento en que todos echamos de menos la sencilla solidaridad de los que tenemos ganas de ser felices y entendemos que detrás de lo bello está también lo sagrado… ¿No cobra acaso consistencia el llamado del Dalai Lama de iniciar la aventura del progreso espiritual más allá de los límites de la religiosidad?

Es curioso como una divertida festividad de los niños viene a ser síntoma de que en la profundidad de nuestros corazones sigue viva la percepción de lo sagrado, para bien y para mal, pero siempre surgiendo el mandato de la naturaleza universal.

Escucha la crónica completa de Ruperto Concha a continuación: