En compañía de un amigo, Mirko Curti se dirigía a su casa -ubicada en un barrio residencial de Roma- cuando comenzó a seguir a un gato callejero que se cruzó en su camino. Repentinamente, el felino subió una roca donde había una especie de gruta y los jóvenes siguieron su maullido.

Dentro de la “caverna”, los jóvenes se dieron cuenta que ésta se encontraba repleta de nichos excavados, similares a los que utilizaban los romanos para sostener las urnas de los muertos. Al apreciar detalladamente el suelo, Mirko y su amigo se dieron cuenta que en realidad estaban rodeados de huesos humanos.

Los arqueólogos afirmaron al diario The Guardian que estas osamentas datan aproximadamente entre los años I a.C y II d.C.

Atribuyeron su entierro a las lluvias que afectan a la zona de Roma, puesto que esto habría provocado desprendimientos de las rocas que finalmente dejaron al descubierto esta catacumba de más de 2 mil años de antigüedad.

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