Aunque pocos la conocen a fondo o ni siquiera por encima, sacó gran premio. Muchos, sin tener luces sobre lo que hace y como lo hace, hablan pestes de ella. Con tantos años sobreviviendo fuera de Chile he observado sus avances y retrocesos. Y ahora escribo con todas sus letras: Unión Europea, formada por 27 estados con permanentes y crecientes (también conflictivas) relaciones económicas y políticas de cooperación e integración. Y acaba de recibir el Premio Nobel de la paz 2012.

En términos generales, si vamos a la calle, si consultamos, al desgaire, sea un holandés, un inglés o un húngaro ¿qué es y qué hace la Unión? la respuesta será confusa, corta o titubeante. Y si a continuación preguntamos “y eso que hace ¿cómo lo hace?”, el silencio podría ser total.

Aunque los datos, comenzando por Internet, están por doquier, la gente de a pié se confunde o se aburre frente a una tupida maraña de informes, nombres y situaciones.
La UE nació, con seis países, en 1957 y sigue construyéndose cada día. Nació para unir a un Viejo Continente que ha vivido y protagonizado guerras devastadoras y horribles. Holocaustos, invasiones a granel, fanatismos, colonialismo, crueldades sin fin.

Baste recordar un dato: tras la Segunda Guerra Mundial, que terminó en 1945, el continente quedó devastado: 70 millones de cadáveres.

El político francés Robert Schuman (no confundir con el famoso compositor Robert Schumann, con dos “N” finales) y el alemán Konrad Adenauer figuran en la nómina inicial, como sus impulsores. Pero fue el francés exiliado en Londres Jean Monet, quién en su día pensó en este camino para, de una vez por todas, consolidar y anudar la paz (y el comercio) entre naciones de distintos sesgos, desarrollos, idiosincrasias e idiomas.

Hoy quedan atrás la reconstrucción y los duros años de guerra fría. Pero, tras las banderas azules con estrellas que flamean desde el Círculo Polar Ártico hasta el Mediterráneo y desde el Atlántico al Egeo y tras escuchar ese emocionante Himno de Europa, que es el último movimiento de la Novena Sinfonía del alemán Ludwig van Beethoven (1770-1827) con un coro cantando a todo pulmón, esa Oda a la Alegría escrita por el romántico vate, también alemán, Friedrich von Schiller (1759-1805), no todo es color rosa.

Sin ir más lejos el 68% de la población actual de la Unión Europea no está satisfecha de cómo se está construyendo la comunidad del Viejo Continente.

Falta más política social, dicen. Y entre sus altos dirigentes, sea en Bruselas o Luxemburgo (centros principales) hay personajes harto mediocres. Lo mismo ocurre en las numerosas oficinas, reparticiones, departamentos y delegaciones diseminadas por todo el continente. Pero no se puede disparar al bulto. Tanto en las Direcciones Generales donde laboran 38 mil personas, como en el Parlamento Europeo donde lo hacen 7.652 (entre ellos 754 diputados) hay también mucho ñeque y talento al servicio de una idea.

Mucha capacidad en juego abordando temas que van desde la seguridad marítima a la educación, de las drogas a la ciencia y a la tecnología, los transportes aéreos y terrestres, la agricultura, pesca y cosechas. Todo aquello discutido en 23 lenguas oficiales y donde interviene un entramado de 1.700 linguistas, 600 intérpretes de planta y unos tres mil independientes

Países ayer desgarrados por la miseria y en manos de gobernantes torpes o dictadores asesinos han crecido. Los fondos comunitarios han permitido un amplio despegue y, en consecuencia, un enorme desarrollo. Casos concretos: Portugal o España.

Es también verdad que la Unión Europea no nació como canción de cuna o un cuento de hadas. Fue el fruto del empuje de grupos empresariales y financieros, del férreo y desalmado capitalismo. Grupos que buscaban un mercado común para asegurar sus negocios. Y también de una moneda común que hace rato ya está en circulación, el euro.

Un principio básico sigue abierto; libertad de tránsito y movimiento. Un sueño para nuestros países latinoamericanos. En la Europa de hoy cualquier hijo de vecino nacido por estos pagos va y viene como Pedro por su casa, atravesando cualquier frontera en todo el continente.

Queda tarea pendiente, sobre todo ahora, cuando los tentáculos del Poder activo e invisible desgarran a la clase media y a los de más abajo. Un tiempo de cesantía e inclusive de hambre en Europa. De apaleos policiales a los manifestantes que gritan contra tanta sevicia. Una etapa con temores fundados. Quizá la situación vaya a peor, sobre todo frente a los nuevos gigantes, China e India, que agitan el porvenir. Sabiendo que, otra vez, el armamentismo, los misiles y las guerras están a la vuelta de la esquina. El revuelto mundo árabe, Israel, Irán, Corea o Turquía, Rusia, taponados de odios y fanatismos. ¡Y lo que podría suceder si en USA ganase la Casa Blanca el mormón ultra conservador (y evasor de impuestos) Mitt Romney!

En Europa, habita apenas el 6% de la población del mundo, pero ahí se acuna nuestra historia y cultura. Un Viejo Mundo, que ya no las tiene todas consigo. La población envejece, ¿habrá dinero para tantos pensionados? Se necesitan emigrantes calificados. Y privilegiar aprendizajes permanentes o la incorporación de más mujeres con más derechos en los empleos. Y más gente que pueda trabajar a tiempo parcial utilizando los fantásticos laberintos de la tecnología. Y seguir combatiendo el racismo odioso, el nacionalismo vacío y el fascismo que, cuando menos se piensa, levantan cabeza.

Mejorando lo presente y por sus resultados la Unión Europea ya se puede definir como un colosal proyecto único en la historia del mundo. Así de simple.

Oscar “El Monstruo” Vega
Periodista, escritor, corresponsal, reportero, editor, director e incluso repartidor de periódicos. Se inició en El Sur y La Discusión, para continuar en La Nación, Fortín Mapocho, La Época, Ercilla y Cauce. Actualmente reside en Portugal.