Si bien los gourmets y sibaritas del mundo saben desde hace siglos sobre la excelente combinación que hacen el vino y la carne en las comidas, sólo esta semana un equipo de investigadores estadounidenses revelaron que esta dupla es científicamente perfecta gracias -casi en exclusiva- a nuestra lengua.

Esto porque según la Universidad Rutgers y el Centro Monell para los Sentidos, las fuertes propiedades astringentes del vino y grasas de la carne, quedan perfectamente equilibradas, gracias a que se encuentran en extremos opuestos del espectro gustativo.

“La oposición entre las sensaciones astringentes (que retraen los tejidos) y grasosas nos permiten ingerir comida grasa con mayor facilidad si lo hacemos consumiendo también astringentes”, explicó Paul Breslin, uno de los investigadores, citado por EurekAlert.

De esta forma el vino, que se siente rasposo y seco en nuestras bocas, va creando una sensación de retracción a medida que es bebido, lo que contrarresta la sensación grasa que posee la carne, haciendo más placentera la comida.

“La boca es un magnífico órgano somatosensitivo, de hecho es el más sensible del cuerpo. La forma en que la comida es percibida por la boca, tiene una estrecha relación con los alimentos que elegimos comer”, añadió Breslin.

Esto explica también la apetencia de los aderezos de ensaladas, con sus aceites y ácidos característicos; el éxito del jengibre rosa con el sushi o de las bebidas gaseosas junto a una porción de hamburguesas y papas fritas.