Sandra Ramírez, la mujer que convivió 15 años con Manuel Marulanda, el jefe de las FARC y en cuyos brazos murió de un infarto hace cuatro años, sueña con una Colombia en paz, sin hambre ni grandes desigualdades sociales, con un desarrollo que beneficie a todos.

“Nos imaginamos un país en paz, que toda la población pueda vivir en paz, que tenga por lo menos con que acostarse, algo en su boca para dormir, tenga su estómago lleno”, dijo Ramírez a la AFP en La Habana.

Vestida sencillamente, pero con elegancia, esta mujer de 48 años, de baja estatura y habla concisa, acompaña en La Habana a la delegación de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) a las conversaciones de paz con el Gobierno de su país.

Durante tres lustros acompañó y supervisó los más mínimos detalles de la vida de Marulanda, cuyo verdadero nombre era Pedro Antonio Marín, quien murió en sus brazos tras un infarto el 26 de marzo de 2008, próximo a cumplir 78 años.

Las fotos e imágenes suyas que recorrieron el mundo, muchas en compañía de Marulanda, la muestran en traje de camuflaje y pelo largo, a veces recogido con una trenza. Ahora en La Habana, con el pelo corto, podía confundirse con una cubana más, a no ser por su acento.

De origen campesino, se incorporó muy joven a las FARC y más tarde apareció sin aviso al lado de Marulanda.

“Nos imaginamos un país en paz donde la brecha entre ricos y pobres sea lo menos posible que se pueda, así nos imaginamos a Colombia, un país en progreso un país en que el desarrollo tecnológico también lo reciba la población, no para ciertos sectores”, añadió.

Cuatro años después de la muerte del controvertido comandante “Tirofijo”, su mujer lo recuerda como “una persona sencilla, era una persona común y corriente”, el campesino que en 1964 fundó la guerrilla más antigua de América Latina.

“Nunca dejó de ser un campesino, siempre fue un hombre de machete, como decimos en Colombia, cargaba el machete en el cinto. Nunca dejó de ser un campesino para cultivar la tierra, de enseñar a cultivarla”, dice al evocar el lado humano del hombre que vivió durante más de cuatro décadas en las montañas.

Sus detractores lo acusan de provocar la guerra y los secuestros, de pactar con el narcotráfico y de ser implacable.

Sin embargo Ramírez lo recuerda como “una persona amante de los animales, le gustaba tener mascotas. Era un padre, tenía hijos (con parejas anteriores), era humano, vivía pendiente de todo, de todo lo que giraba alrededor suyo”.

Como jefe, se ocupaba “de los detalles pequeños que normalmente ocurren en la vida diaria de un guerrillero, de todo un campamento, hasta de lo grande que había que estar pendiente”.

“Si un combatiente tenía un dolor de cabeza, había que ver que medicina le podía dar a ese combatiente”, recuerda Ramírez, quien también sostiene que las mujeres son un importante factor en la guerrilla, incluso “como combatientes en la primera línea” de fuego.

La mujer “es un combatiente que cumple todas las tareas al igual que los hombres, que cocina con sus compañeros, que presta retaguardia, que sale a transportar, que también va al combate con sus compañeros, va a la primera línea de combate”, afirmó.

“Hay bastante mujeres en los niveles de comandos, en las diferentes estructuras de mando que hay en las FARC”, sostiene.