El estadio prorrumpió en una ovación cuando Cristián Valenzuela cruzó a la meta, mientras su guía, Cristopher Guajardo, musitaba mientras lo abrazaba: “no lo creo, hueón, no lo creo”. Y es que no sólo consiguieron la histórica medalla de oro, sino que también escribieron sus nombres en la historia del deporte chileno, una hazaña que no se vio en directo por la TV.

No hubo autos piteando por las calles, no hubo banderas flameando por las plazas, no hubo contactos en directo con sus familiares viendo la carrera, no hubo televisores en las salas de clases siguiendo la participación del nacional… sólo el comentario en redes sociales, y unos minutos en el bloque deportivo del noticiario central.

Pese a ser uno de los máximos logros alcanzado en los anales del deporte chileno, no hubo transmisión en directo para ver la épica carrera. Claro, no era la Selección Chilena jugando un amistoso, sólo era Cristián Valenzuela, un atleta no vidente que se cubría de la gloria olímpica reservada a los mejores.

Durante los últimos Juegos Olímpicos de Londres 2012 quedó en evidencia la injusticia que existe respecto a los deportista de alto rendimiento, en relación a una disciplina que acapara toda la atención y no ha conseguido el oro olímpico y menos un titulo mundial: el fútbol.

Esa injusticia se hizo evidente cuando muchos calificaron la participación chilena en la cita olímpica de un completo fracaso, lo que a mi juicio es la crítica de “opinólogos” que -aparte de Tomás González- no conocían ni de nombre y menos siguen regularmente las carreras de otros deportistas.

Mucho se insiste que se necesitan recursos económicos y apoyo a disciplinas deportivas que deben extremar esfuerzos para sobrevivir. Se critica al Gobierno y se exige a las empresas colaborar, pero tras lo sucedido con Valenzuela quedó de manifiesto que hay un tercer factor pendiente: los medios de comunicación.

Recuerdo una agria discusión que tuvo el presidente del COCh, Neven Ilic, con la eximia maratonista Érika Olivera, en donde el dirigente le espetó que “no puedes pretender vivir del deporte”. Sonaba duro, pero en Chile es una compleja realidad. Para ser un deportista destacado es necesario realizar sacrificios personales y económicos, vivir “exiliado” como Bárbara Riveros, Gonzalo Barroilhet, Kristel Köbrich o Natalia Duco, recibir ayuda de un magnate filántropo como Leonardo Farkas.

Y lo anterior no sólo es culpa de un aparato estatal deficiente respecto a políticas deportivas, que sin embargo comienza a avanzar lentamente en la senda correcta, sino que se cruza la poca cobertura mediática del deporte en su conjunto.

La ecuación es simple, tome un cronómetro y calcule cuánto tiempo se dedica en un noticiario a otros deportes… puede que ni siquiera necesite echar a andar el reloj.

¿Por qué no se le da cobertura? La respuesta es muy simple… por razones económicas. El fútbol atrae más miradas y, por ende, capta más publicidad y auspicios, por lo que en un círculo vicioso atrae a los medios de comunicación que también deben cumplir con compromisos comerciales.

La única forma por la que tendremos deportistas logrando medallas es en la medida que ellos cuenten con las condiciones adecuadas para entrenar en Chile, y competir en el extranjero en el alto nivel con todos los gastos pagados y no con familias endeudándose hasta las orejas.

A mi juicio, los responsables de que ellos puedan contar con la infraestructura adecuada y los recursos económicos para defender los colores patrios somos todos los chilenos.

Y cuando digo “todos los chilenos”, me refiero al Gobierno, empresas, medios de comunicación y ciudadanos. Unos aportando recursos, otros “comunicando” los logros, y otros siguiendo los pasos de los deportistas nacionales. Es la cadena que haría posible escuchar el himno nacional con chilenos en el podio, tal como ocurrió con González y Massú.

Es una deuda que tenemos pendiente con muchos que a lo mejor no alcanzaron a llegar más lejos porque sus recursos no le alcanzaron. Es una deuda con patriotas como Tomás González, quien rechazó competir por otros países que le ofrecieron mejores condiciones para entrenarse por defender a Chile. Es una deuda con atletas como Cristián Valenzuela, héroes anónimos que pasan por la calle sin que alguien les pida un autógrafo porque, simplemente, no los conocen.

Es una deuda… la deuda de Chile con el deporte nacional.