Durante un año la psiquiatría forense analizó al revés y al derecho el caso del asesino Anders Behring Breivik. Finalmente determinó que era y es un tipo cuerdo. Me refiero a un mofletudo fantoche de 33 años de edad. Un aficionado y obsesivo desde chico a los videojuegos de guerra. Un sujeto hoy por hoy peligrosísimo, crecido y desarrollado al amparo pleno de una sociedad casi perfecta, un país rico, bello y silencioso, Noruega.

Breivic lo tuvo todo. Jamás necesitó vestirse con ropa de segunda mano. Accedió a la mejor (y gratuita) medicina, la de los países desarrollados. Nunca pasó hambre ni frío pero no logró finalizar en el colegio. No importa. No necesitó andar dando bote por las calles de Oslo. Se entretuvo bastante fracasando en iniciativas empresariales de poca monta. Por eso, deslucido, regresó a casa de mamá. Durante un tiempo vendía por Internet diplomas universitarios falsificados y en esas maromas, entre los años 2003 y 2006, se echó al bolsillo cerca de medio millón de euros.

Esa sustancia espiritual, el alma humana, ¿pero qué es eso? se preguntan los científicos que implacables avanzan en el conocimiento puro, dejando atrás cualquier visión filosófica o cháchara religiosa, esa tal alma tan manoseada, si algo es, en todo caso, es bastante mediocre. Es taciturna, conflictiva, horrenda nos diría Fedor Dostoievski, el autor de “Crimen y Castigo”, revolviéndose en su tumba. Digamos mejor que hoy como ayer cualesquier ser humano, con su alma a cuestas, podría convertirse en un peligro público de graves dimensiones. ¿Y qué? Tras cualquier delito, con el tiempo y la garúa según dice un tango argentino, aquí no ha pasado nada. Borrón y cuenta nueva. O sea no hay remordimiento, ni una brizna de dolor.

Si no es así ¿cómo se explica uno a los torturadores, a los genocidas en toda la tierra, a los malditos que siguen vivitos y coleando, paseando orondos por calles y parques, gozando de medios económicos a sus anchas? Pero hay más: ¿Cómo se entiende que, con todo lo que nos ha llovido en Chile, aún haya gente añosa que, en la comuna de Providencia, sigan cantando a coro y celebrando a un candidato de historia tenebrosa, halagándole con el tema preferido y manoseado del viejo dictador: “pero sigue siendo el rey”?

Anders Behring Breivik, era también un mediocre privilegiado. Con premeditación y alevosía, con fría preparación, disfrutando de todos los medios a su alcance, el 22 de julio del año pasado, mató a 77 seres humanos. El acusado, de mentalidad ultra derechista, al escuchar la sentencia del Tribunal ¡pidió disculpas a los facistas de Noruega y Europa “por no haber matado a más personas”!

Desde una óptica incómoda muchos, sin duda, deberían soliviantarse ante la justicia de un país tan adelantado. La pena impuesta a ese criminal, 21 años deberá permanecer encerrado, parece una jugarreta, otra más, de la Justicia. Pero ¿cómo se podría hacer justicia frente al que masacró a 77 personas en Oslo y en la isla de Utoya, la mayoría jóvenes laboristas llenos de fervor por la vida? ¿Se le podría aplicar, acaso, la mosaica Ley del Talión, la del ojo por ojo, diente por diente? ¿O las leyes de algunos países africanos o árabes donde no hay contemplaciones? No, afirma rotundamente un país civilizado.

Ese hombre permanecerá preso y mantenido en jaula de oro, mesa, silla, cama confortable, ducha y retrete adecuado, cortinas primorosas, diseño escandinavo. No es un esquizofrénico ni un paranoico. No es alguien que se confunda con la realidad. Es un asesino frío, un fanático con ideas fijas, un provocador pomposo que gusta desafiar levantando puño y brazo, amenazantes. ¡Ojo! como para tomarlo en cuenta, diría un añejo comentarista radial santiaguino.

Entre los europeos, cargando con la crisis económica, contemplando tantos delitos de alta banca y las maniobras repetitivas de políticos mediocres, crece el miedo, la desconfianza y la insolidaridad. Pero como el mundo va a velocidad de vértigo y (disculpen el pleonasmo) como cada día estamos encima de un globo más globalizado, luego del tormentoso caso del noruego asesino vendrá el olvido. Cierto, no mitigarán las lágrimas ni habrá jamás olvido para los familiares de las víctimas noruegas pero si el triste olvido inundará a la gran masa. A los adocenados, consumistas, patrioteros. A los atrapados frente a la televisión basura, con tecnologías de punta, atontados a más no poder con el negocio futbolero y lastrados por el Poder. El Poder invisible y obsceno que produce malhechores, siembra miedo, mueve hilos con dinero a raudales y un egoísmo sin inocencia, es decir con pura indecencia.

Oscar “El Monstruo” Vega

Periodista, escritor, corresponsal, reportero, editor, director e incluso repartidor de periódicos. Se inició en El Sur y La Discusión, para continuar en La Nación, Fortín Mapocho, La Época, Ercilla y Cauce. Actualmente reside en Portugal.