Ahora es la gran estrella del ciclismo mundial, tras ganar el Tour de Francia y el oro olímpico de contrarreloj, pero la vida de Bradley Wiggins, un exespecialista en pista reconvertido a las pruebas en ruta, ha estado marcada por su problemático entorno y un “casi” alcoholismo.

Él mismo ha reconocido que tenía todos los boletos para acabar enganchado a la droga o con problemas con la justicia por robos de coches y pequeñas estafas, pero que el deporte ha servido de tabla de salvación para alejarle siempre del borde del precipicio.

En los Juegos de Pekín-2008, Wiggins fue también protagonista al colgarse oros en las pruebas de persecución individual y por equipos, cuando era el rey del velódromo, pero para dar el salto al ciclismo en ruta tuvo que someterse a una transformación física y mental.

“Creo que la clave fue perder peso. En los Juegos de Pekín pesaba 82 kilos y ahora sólo 71, bajar tanto sólo se consigue con entrenamiento y trabajo. Y dejando la bebida, ya que yo antes era casi alcohólico”, señaló recientemente en el Tour de Francia, donde se coronó de amarillo en los Campos Elíseos.

El problema del exceso de pintas de cerveza era de sobra conocido en casa de los Wiggins, donde el padre, australiano, también tuvo problemas con ello, antes de abandonar a su familia. En 2008 fue incluso asesinado, en circunstancias extrañas, aunque su figura paterna fue siempre la de su abuelo.

Bradley nació en 1980 en Bélgica, en una ciudad flamenca (Gante) enamorada del ciclismo, y a los dos años se mudó con su madre a un suburbio problemático de Londres, donde compartió infancia con pequeños delincuentes y donde el alcohol y las drogas estaban casi omnipresentes, en cada parque.

En aquel momento escapó de los peligros, pero ya en su etapa adulta, cuando había logrado hacerse un nombre en el circuito en pista, los problemas con el alcohol fueron cada vez mayores, hasta que con ayuda de su esposa Catherine se decidió a emprender una nueva vida.

En lo que se refiere a su carrera deportiva, sus primeros éxitos llegaron en el velódromo, con el oro del Mundial Júnior de 1997 en 2 km de persecución individual, y en el año 2000 sumó su primera medalla olímpica, un bronce en persecución por equipos.

Se abría así una exitosa carrera en la pista, donde brillan especialmente seis títulos mundiales y otras cinco medallas, además de ese bronce de Sídney, en los Juegos Olímpicos: oros en 4 km de persecución individual en 2004 y 2008; oro en persecución por equipos en 2008 y plata en 2004, y un bronce en Mádison.

La séptima medalla olímpica es este oro en la prueba en ruta de contrarreloj, conseguida además en casa, en una edición de Londres-2012 que comenzó de manera especial para él, cuando fue el encargado de hacer sonar la gran campana en el estadio Olímpico en el arranque de la ceremonia inaugural.

En menos de un mes, ha conquistado el Tour de Francia y un nuevo oro olímpico, algo por lo que nadie hubiera apostado teniendo en cuenta su convulsa vida, pero que constituye otra de las historias humanas de superación que merecen figurar en el álbum de recuerdos de estos Juegos Olímpicos.