Europa y el verano encima. Fui a respirar, me senté a orillas del rio al Tajo y soñé que estaba soñando. En realidad estaba meucando o cabeceando ahí, sin querer, a orillas del Bío-Bío, camino a Santa Juana, donde, todo hay que decirlo, tengo un amigo cototudo. De pronto a mi lado siento un dulce murmullo, un cálido aliento. Miro y en menos que canta un gallo, digo:

-Camila, ¡por fin te encuentro! Camila Vallejo, tanto tiempo pensando en este instante.

-Yo no soy yo, me dijo la princesa marxista.

-Sí, tú eres tú. Tú, la misma de ayer, la que no supe amar, – le respondí en tono romántico, plagiando un texto del pegajoso bolero del bardo mejicano, de Luís Miguel.

-¿Qué te pasa, galán machista? ¿Dónde la viste?

-La firme, Camila. Te veo y estoy políticamente desconcertado.

-Yo también pero, para que sepas, yo solo estoy media desconcertada.

Miré el torrente y confesé: Camila, anoche soñé que la nieve ardía.

-Tonto, esa es la letra del “¡Ay!, ¡ay!, ¡ay!” del Osmán Pérez Freire, ¿apuesto que a ese pájaro antiguo, alguna vez, lo entrevistaste?

-Me estas avejentando más de la cuenta, Camila, no tienes piedad. Pero es bueno que lo sepas, ese verso no se le ocurrió al Osmán. Pertenece al antiguo romancero el del Siglo de Oro. Aprende chica.

-Mucha canícula. Estás confundido canaca –respondió la voz, pero era otra voz. Miré y no podía creerlo. Quedé patidifuso.

-¿Angela, tú, eres tu?

Efectivamente. Era la Merkel. Inconfundible ella, el rictus de sus labios y esa chaqueta tan mona, tan original, la que no cambia nunca. Miré de nuevo el río, iba ancho, plácido, solemne, con barquitos a la distancia.

-Me emboliné, Angela, disculpa, pero… ¿qué veo? este no es el Bío-Bío, es el río Tajo y estoy tomando sol contigo a mi lado. Estoy en Lisboa, la ciudad donde moro auto desterrado, la capital lusitana, la intervenida por los hombres de negro, los de la Troika.

-Te has equivocado otra vez canaquita ¿o prefieres que te llame sudaca o sudaquita? Lo que ves frente a ti no es el Tajo, es el río Spree. No estás en Portugal sino en mis dominios. Bienvenido.

-¿En Berlín, acaso estoy en Berlín? Pero Angela, entonces ¿qué no es éste es el mismo río Spree donde unos malandrines alemanes tiraron al agua, la eliminaron, por dirigir la revolución espartaquista, a mi grande Rosa de Luxemburgo?

-Correcto, pero eso sucedió el año de la cocoa, fíjate, en 1919. Eso es harina de otro costal. Estas atrasado, canaquita, tienes que renovarte, necesitas concertarte, tal como la mayoría de tus compatriotas allá, los que, entre paréntesis, al pié de cordillera, están hasta las narices con smog

-Eso es verdad, Angela. Pero ante la polución –digo la polución ambiental, no la otra- yo tengo fe ciega en Sebastián, un ecologista a carta cabal. Él lo arregla todo.

-Le conozco. ¿Aprendería historia alemana? La vez que estuvo acá quedó la ¿cómo llaman ustedes?, ah, si, quedó la escoba.

Al escuchar eso sentí sofoco, vergüenza ajena. Cambié el giro de la conversación. Entonces, con el tono más melodramático que pude, me puse a suplicar:

-¡Angela, santa Angela, por las entretelas, escúchame, tienes que salvar al euro! Hazle caso al Negro de Washington, ¡tienes que ponerte con la unidad de la UE. Sí puedes, no eres vieja pero sí, eres integrante del Viejo Mundo…!

-¿Oye bonito? Para empezar nada de santa, que soy luterana y casada. Segundo ¿qué tu crees?… que nuestros bolsillos germanos revientan de billetes, que por aquí saltan, corren y brincan a destajo los ¿cómo le llaman ustedes? …los chicharrones.

-No te alteres mi reina del Banco Central Europeo. Solamente te recordaba que hay pobres que están sufriendo sin parar. Mira abajo del mapa, hunde tus ojos en el Mediterráneo.

-¡Ah, si! Me hablas de Italia donde trampean en vez de trabajar y de Grecia donde olvidaron a su compatriota Diógenes el cual, despreciando la riqueza, vivía pilucho en un tonel. Mencionas a España donde se menean con sardanas y procesiones mientras un fulano, que antes trabajaba en ese escandaloso banco Lehman Brothers, y ahora oficia de Ministro de Economía, el tal de Guidos ese, lo mismo que poner al zorro a cuidar las gallinas. Y me hablas de Portugal donde…

-Angela, calla por favor, déjame meter la cuchara. En Portugal estamos recitando los versos más tristes de esta noche. Nos vigilan del FMI, del BCE, de la UE. Aumenta el IVA, el paro se empina al 15% y los secuaces cranean una reforma laboral leonina, los funcionarios, que son muchos, ya no tienen pagas extras del verano o navidad. Los jubilados la están viendo con tongo. Ir al médico y a la farmacia cuesta un ojo de la cara. Hospitales y transportes públicos andan al tres y al cuatro y el desabrido Gobierno del imberbe conservador Passos Coelho quiere vender o privatizar hasta el fado y los postes de la luz…

No obtuve respuesta. Silencio espeso. Tolerancia cero. Se me obscureció el paisaje. Angela, se había hecho humo. Ahora solo veía correr agua sucia. Percibí un fuerte olor a azufre. Abrí los ojos y a mi lado apareció un gordo con sotanas coloradas y un anillo de oro entre sus dedos. Me tendía su mano para que la besara. Me habló con voz de falsete más falsa que Judas.

-Soy el arzobispo Marzinkus, el banquero de Dios, soy el segundo a bordo en nuestro amado Vaticano. Hijo mío, ya escuché. Cargas tu cruz con un rosario de lamentos. Tienes que aprender a sufrir. Yo estoy aquí para ayudarte.

Empapado en sudor sentí calofríos. Por suerte, en ese mismo instante, alguien, no sé quién, metió un tremendo gol. Los estadios del continente aullaban. Gritos y pataleos, bocinazos, cornetazos y rugidos. Desperté bruscamente.

Oscar “El Monstruo” Vega:

Periodista, escritor, corresponsal, reportero, editor, director e incluso repartidor de periódicos. Se inició en El Sur y La Discusión, para continuar en La Nación, Fortín Mapocho, La Época, Ercilla y Cauce. Actualmente reside en Portugal.