“Sí, lo haría de nuevo”, dijo el martes el extremista de derecha noruego Anders Behring Breivik ante el tribunal de Oslo, en el segundo día del proceso en su contra por la masacre de 77 personas el año pasado.

“Sí, lo haría de nuevo”, afirmó Breivik, al explicar que logró “conducir la más espectacular operación realizada por un militante nacionalista en este siglo”.

“Los ataques del 22 de julio fueron ataques preventivos para defender a los noruegos auténticos”, dijo Breivik. “Actué en una situación de urgencia en nombre de mi pueblo, de mi cultura y de mi país. Y por lo tanto pido ser liberado”, añadió.

“Una pequeña barbarie es totalmente necesaria para impedir una barbarie mucho más grande”, expresó en otro momento de su declaración.

Su abogado, Geir Lippestad, ya había prevenido a la opinión pública que el testimonio de Breivik sería difícil de tolerar.

Después de haber prometido a los jueces que aliviaría su retórica si le permitían leer una declaración preliminar, Breivik inició un discurso que obligó a la jueza Wenche Elizabeth Arntzen, que preside el proceso, a interrumpirlo varias veces para recordarle su compromiso.

“Las personas que me llaman diabólico confunden entre ser diabólico y ser violento”, dijo Breivik con voz calma, para destacar seguidamente que “pasar en prisión el resto de la vida o morir como un mártir por su pueblo es el honor más alto (…). Es un deber”.

“Si hay alguien diabólico, son los socialdemócratas y los marxistas culturales”, añadió, porque “desean transformar el país en una sociedad multicultural sin consultar con la población”.

Breivik se preguntó: “¿Es democrático que el pueblo noruego no haya sido nunca consultado en referendo para saber si puede aceptar a tantos extranjeros (…) al punto de convertirse en una minoría en su propio país?”

A su alrededor, el público formado por familias de víctimas de las masacres apenas podía limitarse a mover la cabeza en gesto de disgusto o de impaciencia.

El ultraderechista atribuyó a los “musulmanes” violaciones y agresiones contra “hermanos y hermanas noruegas”. Los musulmanes, dijo, “desprecian” la cultura noruega.

“Los ríos de sangre causados por los musulmanes” llegan ahora a las ciudades europeas, añadió, citando ataques en Madrid, Londres y Toulouse.

La jornada ya había comenzado problemática, ya que la acusación, la defensa y los abogados de las partes civiles pidieron y consiguieron el descarte del juez adjunto Thomas Indreboe, uno de los tres jueces adjuntos de la sociedad civil y que auxilian a los jueces profesionales.

El descarte de Indreboe se tornó prioritario después que se descubrió que inmediatamente después de los ataques, en julio del año pasado, había pedido aplicación de la pena de muerte para Breivik.

“¡La pena de muerte es la única solución justa en ese caso!”, había escrito Indreboe en esa oportunidad.

Aunque la pena capital no figura en el arsenal penal noruego, semejante declaración “fragilizó la confianza” en la imparcialidad de su juicio, explicó la jueza Arntzen, en una situación ante la que Breivik no pudo evitar una amplia sonrisa.

Al llegar al tribunal Breivik reprodujo el gesto provocador de la víspera, mostrando el brazo derecho extendido y el puño firme, en lo que él mismo denomina una representación de “la fuerza, el honor y el desafío a los tiranos marxistas en Europa”.

La acusación presentó el lunes el acta con los cargos contra Breivik, enumerando una a una las 77 víctimas, la forma en que cada personas murió, y el pasado del acusado. Breivik respondió considerándose no culpable.

El 22 de julio del año pasado, Breivik mató ocho personas al hacer estallar una bomba en el centro de Oslo. Seguidamente, disfrazado de policía, disparó a mansalva sobre jóvenes socialdemócratas que participaban de una reunión en la isla de Utoya, próxima de la capital.